Hace años, en 1973, Estela Ortiz también trabajaba en la Junji que, arreglos más, arreglos menos, se ubicaba en la misma casona de Marchant Pereira que en la actualidad. Tenía 23 años, había estudiado pedagogía básica y estaba en segundo año de educación parvularia en la Universidad de Chile (tiene además dos postgrados: uno en currículum cognitivo en educación pre-escolar de la Organización Mundial de Educación Pre-Escolar (OMEP) y otro en estimulación precoz en lactantes, de la Escuela de Psicología de la UC) y era una activa militante comunista, igual que su pareja, el sociólogo José Manuel Parada.
Su vuelta al antiguo local se produjo un poco antes de ser designada vicepresidenta ejecutiva de la Junji, cuando una de sus antecesoras, Adriana Muñoz, le pidió que la asesorara en el programa de atención en los consultorios.
"Entré y fue súper fuerte para mí… o sea, el corazón… subir esa escalera fue súper fuerte para mí. Llegué aquí a la oficina - no había vuelto a entrar nunca antes- y fue una emoción muy grande. Me saltaba el corazón, y eso que sólo recorrí la escalera, la entrada y esta oficina", cuenta todavía emocionada.
Le dijo a Adriana Muñoz: "Tócame, estoy transpirando, porque es primera vez que entro después de todos estos años". La reacción era más que lógica, porque fue en ese mismo edificio donde fue interrogada por los militares y dejada en libertad a los pocos días del golpe militar.
La emoción fue todavía mayor cuando supo que su amiga la Presidenta Bachelet, la había nombrado a cargo de la Junji. "Fue una sensación súper fuerte ese viernes que entré, pero te quiero contar que al tercer piso entré después de un mes de estar acá. No había subido y me propuse hacerlo. Estuve ahí, en la oficina donde me interrogaron (silencio)… es súper fuerte en realidad, es difícil de expresar, porque tiene que ver con muchas cosas. Tiene que ver con saber que afuera ese año estaba el Jose esperándome en la esquina; yo estaba embarazada y casi perdí a la Javiera… en fin, tiene que ver con momentos que para mí son súper fuertes".
Muchos de sus compañeros de trabajo fueron detenidos, otros torturados, en esa, la oficina del tercer piso. Ella salió y se encontró afuera con José Manuel, su marido (aunque nunca se casaron legalmente, pero formaron familia mucho tiempo).
Pese a su militancia declarada, decidieron quedarse en Chile sin saber todo lo doloroso que se les venía por delante. Fernando, su padre, fue apresado en 1976 y desapareció; ellos sufrieron constantes interrogatorios y allanamientos, hasta que, el 29 de marzo de 1985, efectivos de la Dipolcar se llevaron a su marido y a otros dos profesionales comunistas, que aparecieron degollados en las cercanías del aeropuerto de la capital, al día siguiente.
Ella había montado en ese tiempo la sala cuna y jardín infantil "Antarki", que había seguido al ya reconocido "Sumalao", y tenía cuatro hijos.
-Te alejaste un rato del trabajo con niños ¿por el dolor que sentías?
"Fue por responsabilidad profesional. Hasta el 29 de marzo del 85, trabajaba con niños; siempre han sido mi opción -yo estaba en el 'Antarki' en el minuto que detienen a Jose Manuel- y, además, mi expertise, por así decirlo, es salas cuna. Yo sé que uno le transmite todo a los niños, entonces dije no puedo trabajar más con niños, porque les traspasaría mi dolor.
"Eso fue lo que me marcó para no trabajar con niños, fue una decisión súper clara para mí, no podía, no podía, no podía hacerlo".
Un año después, en 1986, volvió a trabajar, pero no con niños - "Ya era suficiente hacer el esfuerzo para que mis hijos no me vieran sufrir", dice-; se hizo cargo del PIDEE (Fundación de protección a la infancia dañada por los estados de emergencia), una experiencia que cataloga como maravillosa en su vida. A principios de los noventa, con su nueva pareja, viajó a Francia y trabajó como educadora de párvulos en el jardín infantil “Parantale” de París, en el que desarrolló un proyecto educativo con fuerte participación de los padres y el municipio.
-¿Cuál era tu labor en PIDEE?
"Fueron cuatro años en los que dirigí, pero no estaba todo el día con los niños. Me hice cargo de la casa hogar y el tema principal era salvar vidas. Nunca se le dio la importancia debida; nunca ha existido en Chile una casa como esa.
"Nosotros recibimos niños planos emocionalmente, de todas las edades; que se les cae el pelo, que no expresan ningún sentimiento, ni rabia ni pena ni dolor, no se ríen, nada. Nadie en este país estaba preparado para eso. Tuvimos que aprender a trabajar con esos niños y lo único que resultó fue el afecto, una herramienta que nos permitió entregarles seguridad para que expresaran su rabia, su dolor, sus miedos, su todo ¿entiendes?".
Algunos de esos niños fueron sacados al extranjero después de la detención, muerte o desaparición de sus padres; otros, devueltos a sus familias más directas, una vez que pasaba el riesgo. "Hacíamos todo el proceso de recuperación de las redes, porque no todos eran capaces de asumirlos y también trabajábamos con los establecimientos carcelarios, tanto con las madres que tenían a sus hijos ahí, como con llevar a los niños a ver a sus padres, muchas veces ambos detenidos", explica.
-¿Ahí trabajaste con la Presidenta?
"Sí, ella era pediatra ahí, pero la conozco hace muuucho".
La historia de ambas se cruza hace muchos años atrás, cuando el abuelo de Estela, el novelista Manuel Rojas, quedó viudo con varios hijos; lo mismo le pasó a su amigo Máximo Jeria, padre de doña Ángela y abuelo de Michelle Bachelet. Así que decidieron vivir juntos algunos años y compartir la educación de los hijos. La amistad de las familias nace ahí y se acentúa entre ellas en el PIDEE.
-¿Qué le contestas a quienes dicen que estás aquí por tu amistad con la Presidenta?
"Primero, creo que, precisamente por eso, yo creía que no iba a tener la posibilidad de estar. También he sido una persona que represento a mucha gente que no había ocupado cargos de responsabilidad, siendo que tenía la capacidad para ocuparlos.
"O sea, siento que yo podría haber ocupado un puesto de primer nivel y me invalidaban por mi historia comunista, por mi historia en derechos humanos. En ese sentido, agradezco fundamentalmente a Belisario (Velasco) que me ofreció la posibilidad el año '95 de entrar al Conace. Mi mayor reparación fue esa, aportar a la política pública, en un tema social y construir todo el trabajo a nivel nacional".
-¿Entonces?
"Es verdad que soy amiga de la Presidenta, poh, es verdad; pero ella conoce mi trabajo y tengo un currículo que demuestra que yo puedo ocupar este cargo y cualquier otro que tenga que ver con problemas sociales. Mi expertise, así como la infancia, son las problemáticas públicas con énfasis en lo social.
"Mirar mi designación desde otro punto de vista es una miopía y algo que no tiene ninguna importancia. La historia lo va a demostrar, así que no me importa".