EMOLTV

Una masona que quiso dejar algo a sus hijos

05 de Octubre de 2006 | 09:32 |
imagen
En los patios de la escuela de derecho de la Universidad de Chile, Marta de la Fuente conoció, en medio de la agitación de esos días, a un dirigente de la juventud DC que le llamó la atención.

Sin cuestionarse mucho el hecho de que él fuera creyente y ella no, se involucró con el hoy diputado Gabriel Ascencio, quedó embarazada y se casó por todas las leyes, incluida la Iglesia.

Estando en cuarto año de derecho nació su hija Javiera, lo que dificultó un poco sus estudios. “Como no teníamos nada, éramos estudiantes muy pobres, llevaba a la Javiera a la sala cuna de la facultad; muchos pensaron que no iba a terminar la carrera por la guagua”, cuenta.

-¿Cómo fue eso de enamorarse de un DC, en un tiempo tan ideologizado?
“Es que era una etapa de adolescencia, en la universidad surgen los sueños, las utopías y nosotros luchábamos por la vida, la cultura, por sentimientos nobles. En ese tiempo existían las fiestas de toque a toque, llegábamos a las 10 de la noche y no íbamos a las 10 de la mañana al mercado; era de largas conversaciones y por una cuestión política, luchar contra la dictadura, estábamos todos en la misma. Ahí me enamoré de Gabriel”.

-¡Se casaron por la Iglesia! ¿Remeciste los cimientos del PC?
“Me casé con dispensa…”

-¿De quién, de Volodia Teitelboin?
(Entre carcajadas) “No, de la Iglesia porque me comprometí a no entorpecer la fe de mi marido; fue una ceremonia muy simpática. Las JJ.CC. estaba en pleno en el matrimonio, había mucha comunión de todos”.

-¿Fue duro ser madre tan joven?
“Fue complicado, tenía 21 años y éramos pobres. Había que estudiar, trabajar, mantener la guagua y además luchar contra la dictadura”.

-Sobrevivir a la dictadura.
“También, creo que eso nos generó un temple fuerte a esa generación. Hubo gente que pudo sobrepasar todo eso y otros cayeron en estados más depresivos. Además, la Javiera me daba mucha fuerza, tener un hijo en esas condiciones nos hizo muy fuerte. Es como una paradoja, salimos adelante bien, ahora, el matrimonio indudablemente no duró mucho tiempo; creo que nos unió la idea de tener una familia, que a lo mejor mañana podíamos estar sin vida, no sabíamos que iba a pasar al día siguiente y queríamos tener un hijo”.

-¿Cómo se lleva el día a día con el miedo permanente de que se puede desaparecer y dejar a una hija pequeña?
“Es que no lo piensas, a mí mucha gente me lo decía. El tema ético era tan fuerte que uno decía ésta es mi obligación. No es que fuéramos valientes, sino que de alguna manera teníamos miedo, pero teníamos que superarlo y ése era el gesto más valiente que podíamos tener. Era una forma de vida, estar organizados; el que no luchaba era ido a buscar a la casa y lo secuestraban igual. No se planteaba una dicotomía”.

-Pero después te fuiste a Linares y tuviste tu segunda hija. ¿Nunca te lo cuestionaste?
“No (lo dice muy convencida). Sentí que lo mejor que le podía dejar a mis hijas era una sociedad donde no hubiese dictadura, que no hubieran muertos, asesinados, desparecidos. Creo que si no hubiese luchado habría sentido un derroche al final de mis días y siento que es lo único que podía hacer; ni siquiera me planteé la posibilidad de no hacer nada, de no militar, de no reclamar”.

Casada con su segunda pareja, hombre también de izquierda y padre de sus hijos Valentina (18) y Pablo (13), Marta de la Fuente pasa revista hoy de los duros momentos que le tocó vivir por estar involucrada en el sensible tema de la defensa de los derechos humanos.

-¿Cómo ha marcado esto a la Javiera y a la Valentina, las mayores?
“También al Pablo… estoy muy orgullosa de mis hijos, son chiquillos bien extraordinarios, las mamás siempre decimos lo mismo. Son personas que no tienen grandes aspiraciones materiales, tienen una formación valórica muy potente; de alguna manera, saben que el trabajo de la mamá y del papá no pasa por consumir y tener más, sino que por sentirnos felices de lo que estamos haciendo. Ése es un tema que les he inculcado, tratar de ser felices con lo que se hace”.

-¿Alguno te siguió los pasos?
“La Javiera es abogado, se está titulando, fue comunista en la universidad pero ahora está en grupo distinto, fue miembro de la directiva del centro de alumnos de derecho”.

-¿Tiene tan marcado el gen ‘defensor de derechos’?
“Total. Está trabajando en el tema de las reformas legales, está muy metida en la cuestión de los tribunales de familia, derechos de trabajadores. Es bien irreverente. La Valentina está estudiando ingeniería, pero igual tiene una rebeldía innata. Siempre digo la Javiera fue hija de la dictadura, la Valentina, hija de la democracia. Y a Pablo le gusta mucho el tema de reclamar, dice que va a ser abogado pero le tiene miedo al examen de grado”.

-¿Con los años, mirando para atrás, habrías hecho algo de manera diferente?
“Si hoy veo lo que tengo y que lo más importante es mi familia, son mis hijos, estoy tan orgullosa de ellos, no sé… quizás habría podido haber atenuado algunos momentos en que puse mucho en riesgo mi vida, pero bueno…”

Como es de suponer, todas las militancias de Marta de la Fuente son comprometidas y por eso, en su tiempo libre, dedica varias horas a la masonería. Sí, es miembro de la Gran Logia Femenina de Chile, donde realiza hartas actividades.

“Soy agnóstica, pero me faltaban algunos ritos en mi vida, entender también el tema de la muerte y buscar algunas respuestas espirituales. Se dio esta posibilidad y me genera tremenda satisfacción, hacemos mucho trabajo de investigación filosófica y hay una gran fraternidad entre las mujeres”, describe con mucho entusiasmo.

-¿Algo más?
“Me gusta mucho la vida social, los ‘happy hours’ son inevitables todas las semanas, me gusta compartir con los amigos valores, historias y pasiones. Lo paso muy bien con mis amigas, nos vamos de viaje”.

-¿Intensa?
“Sí” (dice con un dejo de vergüenza y se larga a reír).