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Los efectos de la infertilidad

Las dificultades para concebir un hijo no sólo provocan ansiedad y angustia en una pareja. La infertilidad también ataca directamente al área de la sexualidad, que con los tratamientos se pone por completo al servicio de la reproducción y pierde su sentido como espacio para compartir los afectos. De ahí la importancia de que, durante este proceso, ambos busquen caminos para profundizar sus lazos. "Lo importante es que la pareja logre armar un buen equipo, que pueda ir comprendiéndose mutuamente. Porque esta es una etapa muy importante, pero cualquiera sea el resultado, no va a durar para siempre", dice la sicóloga experta en fertilidad Rosario Domínguez.

07 de Noviembre de 2006 | 10:05 |
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La estadística es clara: el 65% de las parejas que buscan el primer hijo lo consigue después de un año de intentarlo. Sin embargo, Alejandra M., una agrónoma de 34 años, tenía la intuición de que lo conseguiría en no más allá de tres o cuatro meses.

En marzo de 2005, le regaló a una amiga las dos cajas de anticonceptivos que tenía compradas, e intentó durante los seis meses siguientes quedar embarazada. "Pero la ilusión se terminaba cuando me llegaba la regla. Estaba obstinada con la idea de quedar esperando guagua. Con Claudio, mi marido, siempre pensamos que no tendríamos ningún problema. Pero pasó el plazo que nos habíamos puesto y yo empecé a desesperarme. Mi hermana quedó esperando guagua a los tres meses de casada; mis amigas también, incluso una de ellas tuvo dos guaguas súper seguidas", recuerda. Aunque su desesperación no era para ir a consultar al médico. "Nunca había sido de ir al ginecólogo, sólo un par de veces para ver qué anticonceptivos tomar. Pensé que quizás no le estábamos poniendo el empeño necesario, o quizás estábamos demasiado ansiosos... Yo tenía 32 años y Claudio 30; desde siempre pensamos en tener una familia numerosa, pero la fuimos postergando: primero por terminar yo mi carrera. Después, por comprar una casa. Ya no quedaba tanto tiempo..."

La situación de Alejandra y Claudio en la búsqueda de un pronto embarazo es cada vez más recurrente entre las parejas jóvenes. No sólo porque hay muchas que postergan la llegada de los hijos para después de los 30, sino también porque culturalmente se ha ido exigiendo cada vez más inmediatez a este proceso. "El reloj biológico de la mujer y el mandato cultural de tener pronto un hijo son una presión constante para la pareja", grafica la sicóloga Soledad Torres, terapeuta de parejas del grupo Reencantar. De todas las parejas en esta situación que han pasado por su consulta, ha visto que en la mayoría de ellas el tema de la fertilidad termina invadiendo la sexualidad; ésta comienza a verse como un medio únicamente para lograr un embarazo, y no como el espacio de intimidad y disfrute que hasta entonces había significado para la pareja. "Se pierde su gratuidad, su espontaneidad. Como el deseo de tener un hijo es tan importante, termina perdiéndose el interés sexual cuando no está al servicio de la fertilidad. Se separa del placer y se convierte en una tarea. Algunas parejas enfocan todas sus energías en resolver el problema reproductivo, descuidando otras áreas de su vida", complementa la sicóloga Rosario Domínguez, de la Unidad de Medicina Reproductiva de Clínica Las Condes.

Esta nueva sexualidad programada es el peor enemigo del deseo. "Se le van sacando cada vez más los elementos no necesarios para procrear. Adiós velitas, adiós preámbulo. Me ha tocado tratar a parejas donde los hombres se sienten como un objeto, como un semental. Algunas mujeres, a pesar de su deseo de ser madres, sienten que su pareja las mira sólo como una vasija para que se forme la guagua. Esto va acompañado de una sensación de soledad frente al deseo de concebir", ejemplifica Soledad Torres.

Como segunda medida para lograr su objetivo de ser padres, Alejandra y Claudio decidieron planificar sus relaciones sexuales a los períodos que ella calculaba serían sus días más fértiles. "Como mis reglas eran más o menos regulares, supusimos que si intentábamos en ese período nos iba a resultar. Hasta ese momento, ninguno de los dos había querido estar con el calendario en la mano, sino que el tema fuera más espontáneo, pero durante los siguientes cuatro meses lo hicimos, y fue una mala experiencia. Primero, porque era yo la que tenía que estar poniendo cada cierto tiempo el tema para que Claudio se acordara, para que tal y tal día supiera que tenía que llegar temprano a la casa. Segundo, porque no siempre hay ganas. Justo el primer mes estábamos peleados y fue súper latero tener que hacer algo que ninguno de los dos tenía el ánimo de hacer, pero si dejábamos pasar el día podríamos arrepentirnos después. Tercero, porque me puse ansiosa, idiota, pensaba en el tema todo el día, llegaba a soñar con guaguas. También tenía una sensación de reproche conmigo misma, porque pensaba que algo debía ocurrirme a mí que no estábamos funcionando", cuenta.


Las trabas que inhiben el deseo

Los problemas de fertilidad no son sinónimo de un deterioro de la vida sexual en la pareja, pero sí la vuelve más vulnerable. Dos elementos que van menoscabándola son la culpa y la frustración.

"Es difícil que la pareja ponga este tema sobre la mesa sin culparse", apunta Soledad Torres. "Es muy frustrante saber que ni él ni ella tienen el control de su fertilidad. Piensan: algo le pasa a este cuerpo que no funciona. Como la fertilidad está muy asociada a la virilidad, los hombres se sienten menoscabados. Por otra parte, las mujeres sienten que algo hicieron, y que ahora están pagando las consecuencias. Por ejemplo, haber tomado durante muchos años anticonceptivos. Se reprochan mutuamente, y eso les impide sentarse a conversar tranquilos y establecer un plan de acción: cuánto vamos a esperar, dónde vamos a ir, qué opciones vamos a tomar. Esta es, además, una conversación muy íntima, que requiere de un espacio de confianza y comodidad", apunta Soledad Torres.

Estos sentimientos se agudizan especialmente cuando la pareja se decide a pedir ayuda, se establece la causa concreta de qué produce la infertilidad, se determina si es él, o ella, o los dos, los depositarios del problema, y se comienza un tratamiento. Y si antes de llegar a este punto el deseo sexual ya estaba inhibido, ahora comienza a estarlo mucho más. Según cifras del doctor Ricardo Pommer, miembro de la Sociedad Chilena de Obstetricia y Ginecología (Sochog), y jefe de la Unidad de Reproducción Humana de Clínica Las Nieves y del Hospital San Borja Arriarán, el 80% de las parejas que está en tratamiento de fertilidad ve alterada su vida sexual. "La sexualidad - y que no sólo tiene que ver con el sexo, sino también con los afectos- , está muy mal. Es como si tuvieran un timbre en la frente que sólo ven ellos. Se empiezan a alejar del sexo, porque en su mundo interior se preguntan ¿para qué?, si a priori saben que no va a resultar. Esta reacción es muy particular, porque en la gente que no sufre infertilidad, la sexualidad está desligada de la reproducción. Pero cuando tienes este sello en tu frente, todo cambia. Se vive un duelo por lo que no se tiene. Se sienten diferentes al resto de las parejas", explica.

Así, ambos caen en una dinámica en la que ninguno quiere conversar del tema, lo evitan, se vuelven cómplices, añade el doctor Pommer. "La vivencia de la sexualidad no es un tema que las parejas pongan en el tapete de inmediato, pero en la medida en que uno les va tocando el tema, es como si de un momento a otro les apretaras su tecla play: dicen lo que sienten, y terminan reconociendo que tienen sexo espontáneo sólo una vez al mes. Ellos dicen: yo a veces tengo ganas, pero digo para qué. Y ellas replican: para qué presionarlo... Además, muchas parejas llegan con mitos que refuerzan la inhibición: que hay que abstenerse todo el mes para que los espermios lleguen fuertes al día fértil de la mujer, o que el sexo debe ser a una hora determinada, sea donde se encuentre la pareja".

Si bien es cierto no hay horas fijas ni encuentros impostergables, en la primera fase de los tratamientos de infertilidad la actividad sexual es igualmente programada. Después de más de un año intentando quedar esperando un hijo, en junio pasado Alejandra y Claudio decidieron consultar un especialista. Luego de exámenes físicos a ambos, el médico tratante definió que la estimulación folicular de Alejandra por cuatro meses - con actividad sexual programada en ventanas de un par de días- sería el primer paso en su camino para convertirse en padres.

"Ha sido difícil durante todo este tiempo", reconoce ella, "sobre todo abstraerse de la idea de que ahora nuestra vida sexual es controlada por una tercera persona, que nos dice cuándo sí y cuándo no, que nos establece una rutina que sabemos que debemos cumplir. Eso ha sido muy estresante. No sé si es el ejemplo correcto, pero a veces siento como si muchas personas participaran de nuestra intimidad, casi como si estuvieran en medio de nosotros. Lo bueno es que ahora Claudio ya está más consciente del tema. Lo hemos conversado, sabemos que está en manos de los dos lograr buenos resultados, porque el doctor nos ha explicado que no somos enteramente infértiles, y que el tratamiento lo que está haciendo es estimular nuestra fertilidad. Inevitablemente para nosotros el sexo está ligado al tratamiento, al cumplir, pero intentamos encontrar otros espacios de intimidad, de conversar más, de aprender a expresarnos cariño de otra forma. Es cierto que estamos tan ansiosos como al principio, pero ahora tenemos fe en que estamos haciendo las cosas bien".

Al hablar de infertilidad, se ha determinado que el 33% de las causas radican en el hombre, el 33% en la mujer, y el 34% en ambos. Pero no todas las parejas hacen el proceso de la misma forma en que Alejandra y Claudio. Mientras que para los hombres saberse responsable del problema acarrea frustración y distanciamiento del sexo, las mujeres ven inhibido su deseo no sólo por factores emocionales ligados al duelo de saberse infértil, sino también por molestias físicas derivadas de los tratamientos, algunos muy invasivos. Así lo explica la sicóloga Rosario Domínguez: "Cualquier tratamiento de fertilidad implica para la mujer muchos exámenes invasivos - incluso las ecografías transvaginales, que son muy frecuentes en este tratamiento- que significan cada vez un esfuerzo para la mujer. Eso influye en su desmotivación por el sexo. Cuando han tenido muchos procedimientos en un período corto de tiempo, la sexualidad puede quedar asociada a ellos y les dicen a sus parejas quiero estar un momento tranquila". ¿Se erosiona para siempre la sexualidad de una pareja con problemas de fertilidad? "Pudiera ocurrir si durante todo el tiempo que están en campaña no han sido capaces de sentarse a conversar, de solidarizar el uno con el otro, sobre todo cuando uno tiene deseo sexual y el otro está más desmotivado. Como puede ser que sea una etapa que se recupere en algún momento, y que se recupere bien", es la respuesta de la sicóloga.

La clave está en rescatar una parte de la sexualidad como algo que no sólo está al servicio de la reproducción, sino también para el disfrute de la pareja. "Hay que lograr verlo como un regaloneo. Lo otro es tener una buena comunicación, enfrentar siempre el tema y las emociones que ambos van sintiendo", señala Soledad Torres.

Una buena alternativa para iniciar esta reconstrucción de la intimidad invadida es a través de la ayuda sicológica. En el caso de las parejas que tienen éxito en su tratamiento - y logran un embarazo- o aquellas que deciden optar por la adopción, este camino se hace mucho más expedito. Sin embargo, en aquellas que fracasan y optan por resignarse, se hace necesario el apoyo de un terapeuta. "Ahí hay un duelo que se vive nuevamente con frustración y culpa, pero en el que de a poco se va transitando hasta que son capaces de aceptarlo. Cuando se logra este tránsito, la sexualidad, aunque siempre sea símbolo del dolor de la infertilidad, va convirtiéndose nuevamente en un espacio de encuentro", argumenta Torres.

Rosario Domínguez concuerda en la idea de que, una vez que el problema se resuelve, la pareja puede encontrar su equilibrio, y hasta sentir que ha salido fortalecida de esta prueba. Ahora, lo importante es que la pareja logre armar un buen equipo, donde puedan ir comprendiéndose mutuamente. Porque esta es una etapa muy importante, pero, cualquiera sea el resultado, no va a durar para siempre".
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