A los 29 años, tiene un largo camino recorrido.
Criada en un matriarcado, pues su núcleo lo conformaban ella, su madre y su única hermana, hoy sufre la tristeza de que ambas estén viviendo en España.
Soltera –“aún”, declara- responde a una particularidad como empresaria; el negocio lo instaló de la mano de su pololo Diego Moreira (un año menor) que hace las veces de gerente comercial de Walther.
Se conocieron cuando ambos eran estudiantes universitarios -él cursó ingeniería civil industrial en la UTEM- y la pega ha puesto más desafíos de los necesarios a la relación.
-¿Planes de cambiar estado civil?
(Entre risas) “Espero, la verdad, que pronto nos casemos… seguimos juntos, hemos terminado muchas veces…”
-¿Durazno el caballero?
(Sigue riendo) “Bueno, como todos los hombres de casi 30 años, que se sienten complicados. O se casan tempranito o después de los treinta”.
-¿Es muy difícil llevar una relación así?
“Bueno, ya hemos peleado dos veces, llevamos siete años juntos, pero hemos colapsado”.
Su permanente deseo de concretar el proyecto de tener algo propio fue lo que hizo que Ingrid y Diego unieran fuerzas. “Un día le dije basta, tengo algo pensado, por qué no buscamos capital y empezamos”.
-¿Aún teniendo presente los pros y los contra de eso?
“Sí, desde el principio, y durante fue peor, en realidad es heavy”.
-¿Dónde se dan los mayores conflictos?
“Al momento de tomar decisiones, decisiones importantes, como de plata, sobre un crédito, de riesgo. Aparte, como que uno tiene ciertos roles en la pareja que en la empresa son diferentes frente al resto, y esa mezcla es súper complicada; el estar alineados cuesta, cuesta no pasarse llevar”.
-¿Y es difícil no llevar la pega a la casa?
“Creo que es imposible, imposible (remarca). Se pone junto al plato de comida, pero el tema es ponerle un límite. Ya, hasta aquí conversamos y ahora no más. Lo que me he dado cuenta con el tiempo, independiente de todas las rupturas que hemos tenido es que, de repente, yo puedo estar todo un fin de semana trabajando con él y para mí es agradable, rico, lo paso bien, más allá de que los amigos después digan que lo único que hacemos es trabajar”.
-¿Qué pasaría con Walther si la relación se rompe definitivamente?
“Es que ya se ha roto dos veces y Walther siguió”.
-¿Y se puede hacer?
“Es súper complicado, pero se puede. Por eso es sociedad anónima (dice entre medio de una carcajada), yo no quise que fuera limitada… Se puede, además, no trabajamos físicamente juntos, el vernos todos los días en el lugar del trabajo nos podría colapsar”.
Con todas sus energías puestas en la empresa, Ingrid confiesa que la etapa trabajólica en la que se encuentra le ha impedido hacer algo que le gusta como es ir al gimnasio un par de horas todos los días. “Ésa es mi vía de escape”, dice.
“Dibujar, hacer planos no me estresa, el estrés pasa por los temas de plata, por cumplir con las fechas, con coordinar todo y poner la cara ante los clientes cuando la cuestión no está lista. Venir para acá todos los días me encanta”.
Viajar es lo otro que la cautiva. Mezcla placer con trabajo –va a ferias extranjeras- pero se arranca en solitario con amigas, dejando al pololo en Chile.