El día es claro y luminoso, muy distinto de las habituales escenografías en las que aparece Carlos Pinto en sus programas de televisión; sin embargo, la postura de su cuerpo, la forma de vestir y el tono de su voz no cambian; tampoco esa mirada penetrante y curiosa. Distante e irónico, a primera vista se nota que no interpreta ningún personaje... simplemente es su forma –irrepetible- de ser.
Está claro, también, que no es un periodista común; tal vez se deba a que llegó a esta carrera porque era lo que más se acercaba a lo que realmente quería hacer, la dirección de cine. “Sabiendo que ser director de cine es siempre una utopía, sobre todo en un país que era limitado o subdesarrollado en el área audiovisual. Era como si hoy día quisiera ser piloto del Columbia. Tiene que ver con el tiempo, el lugar y todo eso; yo me di cuenta que amaba el cine y que quería ser director desde muy pequeño, se los decía a mis padres, quienes creían que era una locura. Lo más cercano, entonces, era poder hacer algo en comunicaciones y estudié periodismo”, cuenta.
-Pero haces un periodismo bien especial.
“Es que apenas pude, sin darme cuenta o ¿dándome cuenta?, después de hacer un viaje a México donde también intenté estudiar cine, llegué a Chile y se había abierto la Escuela de Artes de la Comunicación de la Universidad Católica, donde, paradojalmente, daban la educación para “ser cineasta”. Ahí saqué la Licenciatura en Comunicaciones con mención en Dirección de Cine.
“Título o cartón que uno nunca pondrá en ningún lugar; no porque lo desprecie, sino porque uno entiende que finalmente somos hacedores y nos vamos construyendo con lo que hacemos; no como los médicos, por ejemplo, cuyo cartón da fe que pueden poner una inyección. Uno no puede, con un cartón, dar fe de que es talentoso y puede hacer una película. De modo que los estudios formales son sólo un background personal”.
- Pero antes de eso ya habías estudiado periodismo.
“Claro, en la Universidad Técnica (la actual Universidad de Santiago). Estudié Arte y Publicidad ahí, también. Dado que entré a la Católica, estudié en las dos durante un año; salía de una y entraba a la otra, todo para cumplir con los horarios”.
-¿Siempre trabajólico?
“No siempre; o sea, trabajólico, sí; estudioso, no tanto. Soy un hacedor por sobre todo. La verdad es que siempre he negado el término trabajólico, digo que trabajo mucho”.
-¿Cuál es la diferencia?
“¡Sustancial! El trabajólico es un adicto al trabajo y, por lo tanto, no sabe lo que hace; es capaz de trabajar sábado y domingo, en Cancún, en Puerto Vallarta, en Recife, porque es un adicto. Yo, si estoy en esos lugares, no quiero trabajar. Sé que trabajo mucho y me gustaría hacerlo menos, pero soy feliz cuando puedo descansar. Esa es la gran diferencia”.
-¿Cuáles fueron tus inicios?
“Bueno, yo me inicié en el noticiero de canal 11, en un mundo que me acercaba a lo audiovisual, pero de una manera bastante hermética como es el periodismo. Me puse a hacer reportajes en el matinal de ese canal, con (Jorge) Rencoret, lo que me catapultó para que me vieran en el 7, que era un canal grande, y me llevaran para hacer reportajes, que era una línea que yo quería experimentar, ya que nadie lo hacía y que era lo que más se acercaba a mi ‘correcta preparación’, por decirlo de algún modo”.
Explica que trabajó con gran afán para “volar lo que uno puede volar en televisión”. Se refiere a que estuvo en los programas de reportajes más exitosos de TVN, ente ellos, “Informe Especial”. Después se dio cuenta que se había acercado al mundo del audiovisual, pero narrado de una manera distinta. “No desde el periodismo, donde los hechos importan más que el cómo ocurrieron”, dice.
-¿Cómo parte la idea de “Mea culpa?
“Bueno, estando en ‘Informe Especial’, hice un programa sobre las cárceles de menores. Yo descubrí las cárceles de menores, que estaban en Puente Alto en ese tiempo. Descubrir ese mundo y mostrarlo al público, creó una gran batahola en ese tiempo y yo conquisté un espacio que, sin darme cuenta, al poco tiempo, me generó un espacio más permanente.
“Como dicen los futbolistas, yo estaba de reserva, esperando jugar; me habían prometido un programa que nunca llegaba y yo había desistido de esa posibilidad”.
Era el año 1994, cuando se presentó el proyecto de “Mea culpa” y el gerente del canal en ese momento, Ángel Maulén, decidió, a pesar de que venía con un conductor, hacer el piloto con Carlos Pinto a la cabeza. No obstante, el piloto fue rechazado y le pidieron al periodista que lo reformulara; así nació el programa “Mea culpa”, tal como se conoce hasta hoy.
-¿Cuál es el secreto para que se haya convertido casi en un programa de culto?
“Narrar historias con mucho encanto, que eran verdaderos cuentos que yo contaba al oído; macabros, por cierto (sonríe irónicamente)”.
-¿Por qué la obsesión por lo macabro? ¿Porque vende, porque somos morbosos?
“Creo que el ser humano en sí tiene un alto grado de morbosidad natural. Todo lo que vemos y hacemos tiene que ver con algo que podría no verse, pero somos altamente curiosos. En todas partes, un accidente en la calle detiene a más de un transeúnte. Siempre queremos ver lo que se cataloga como prohibido, en todos los sentidos. El sexo cuando más vende es cuando alguien nos da un agujerito y nos convierte en voyeuristas.
“Yo creo ser un voyeurista de la vida, como un buen cineasta, ¿no? Estoy mirando siempre desde un rincón”.
Queriendo abandonar un poco el “estigma que la gente te pone necesariamente como un hombre tras las rejas lleno de oscuridad”, nació la idea de hacer “El día menos pensado”. Carlos Pinto temía quedarse enquistado en el oscuro personaje de “Mea culpa” y, por eso, tomó un tema que sabía que a la gente le interesaba y creó este nuevo espacio.
-Pero los temas que tocan en ese programa también son más bien extraños.
“En esta línea de oscuridad, yo creo que me puse un poco más gris, porque ‘El día menos pensado’ también tiene que ver con un mundo bastante singular, que te lleva a experiencias desconocidas y que tiene que ver con la noche, con el miedo”.
-¡Te gusta lo tétrico!
“No es que me guste. Nosotros estudiamos bien la temática; a mí me gusta hacer historias, de lo que sea. Vale la pena consignar que yo inventé ‘Zoom deportivo’ y contaba historias de deportistas y hacía llorar a la gente. También hice las cámaras indiscretas y a la gente le gustaba esa mirada cómica. El público se va olvidando...”
-Pero es que eres “Mea culpa”.
“Claro, pero he hecho muchas otras cosas; lo que pasa es que calzaron muchas cosas en ese programa y como que la gente me quiso atrapar ahí. Por eso, me escapé y salió ‘El día menos pensado’”.
Con estas historias paranormales también le fue muy bien y quiso seguir avanzando y demostrar que también podía hacer comedia. Así apareció “El cuento del tío”. “Me gusta mucho ese programa, porque me hizo dar vuelta la circunferencia y convertirme, para la gente que me sigue, en un hacedor que es capaz de hacer todos los temas con la misma vehemencia, pasión y profesionalismo”.
- Te sientes súper orgulloso de tus programas.
“Sí, siempre, y el día que no sea sí, ¡chao!, porque siempre hablo de ellos con muchas ganas; cada uno es especial, no he perdido la pasión”.
-¿Nunca se te han subido los humos con tanto éxito?
“Yo siempre fui inventado, como profesional, para estar detrás de las cámaras; de modo que mi sorpresa fue cuando tuve que estar delante y, más todavía, cuando la gente empezó a reconocerme. Si bien las primeras horas son de extraña satisfacción –y no puede ser de otra manera, porque tiene que ver con tu ego-, al ratito ya me di cuenta que eso no era un buen caminar, porque la televisión es muy mediática y yo vivo pisando el suelo y no a un metro sobre él. Rápidamente entendí que la opción de quedarme en el aire no permitiría quedarme en esto que es lo que me gusta.
“No tiene sentido hacerle mucho cariño a esta bestia que es tu ego, así que le puse un bozal para siempre y lo manejo, en la medida de las posibilidades, pero absolutamente domesticado; entendiendo que uno tiene que convivir con el éxito, pero que es una situación transitoria. Yo no vivo de eso, mi mundo es el real”.
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