"Me quedaría a vivir en el sur". "Nunca dejaría esta playa con su pueblo tranquilo y amable". "Esta sí que es vida: sin estrés, más humana". "En vacaciones soy otra persona".
Las vacaciones suelen contactarnos con algo que nos hace sentir mejor. ¿Es sólo no tener obligaciones o también dedicarnos a actividades y relaciones que normalmente descuidamos?
Podemos tomar las vacaciones como un recreo del actuar cotidiano del año, que sólo nos energiza para seguir otro año más; o tomarlas como un curso, que nos entrega pistas para volver a la cotidianidad y transformarla para que sea más satisfactoria.
La disociación entre el "trabajo" y la vida socio-emocional y corporal, que parte ya en el colegio, es un mal invento humano que nos lleva a mucho malestar.
Rutinas escolares y laborales poco significativas, impuestas, generalmente en función de intereses extrínsecos a la tarea; distribuciones de tiempo poco sensibles a las necesidades e intereses humanos; largos períodos de trabajo, vacaciones concentradas.
Esto, unido a bajas remuneraciones que llevan a hacer sobretiempo, sobrevaloración del tener por sobre el ser, que lleva a endeudarse y tener que hacer sobretiempo, va creando una escisión entre los intereses y valores de las personas y lo que realmente hacen durante el día laboral.
Malsano acostumbramiento a estar disconforme; mala asociación entre el trabajo y el bienestar, que afecta la productividad.
Podemos inventar otras formas de trabajar y de aprender. Las tecnologías actuales lo permitirían.
Las vacaciones pueden servir como experiencias de aprendizaje, que nos inspiran para que al volver, transformemos progresivamente nuestros espacios y relaciones laborales. Dejar que nos enseñe la playa, las conversaciones, el contacto con el cuerpo, la música y la lectura; los campings y las estufas a leña, pueden darnos luces acerca de cómo hacer que el año sea más productivo y más feliz.
Este período puede darnos luces acerca de cómo hacer que el año sea más productivo y más feliz.