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Cómo vivir la maternidad

Esta profesional ve con preocupación que muchas mujeres no viven la maternidad con profundidad, y pierden de vista su verdadero sentido: "Es un impulso maravilloso a vencer nuestros egoísmos, nuestras ganas frente a la pereza, a mirar a los hijos y a saber lo que les pasa, al desarrollo máximo frente a la intuición".

13 de Junio de 2007 | 15:55 |
Si hiciéramos una asociación libre de la palabra "madre", aparecerían conceptos cómo "mamá", "matriz", "madurez", etcétera. Sin duda, parece que ser madre se relaciona con generar vida, con entender que la vida pasa a través de nosotras. Y esto nada tiene que ver con lo biológico. Siento que la maternidad traspasa en lo profundo la capacidad de engendrar biológicamente, y que más tiene que ver con el generar "nido" a nuestro alrededor. Con ser matrices sociales, y para eso no importa tanto cómo funcionan nuestros ovarios.

Sin embargo, algo sucede con la maternidad en este sentido. Pareciera que no se está viviendo con la profundidad con la que se debiera, y la hemos traducido en una serie de responsabilidades que, sin desconocerlas como importantes, claramente no alcanzan para cumplir con la profundidad del rol.

Ser madre debiera significar tener la capacidad de retener, cuidar, anidar y generar un amor incondicional frente a los afectos más cercanos, y las que tenemos la suerte de tener hijos con nosotros claramente vemos premiada la maternidad con sus presencias.

Cuando pienso en los hijos que han partido de este mundo, descubro que es un hecho tan fuerte que ni siquiera hemos logrado colocarle nombre a esa pérdida. Parece ser tan impactante el perder un hijo, que se siente en el cuerpo y en el alma casi permanentemente. Si a mí se me muere mi marido, tendré la categoría social de viuda; si se me mueren mis padres, quedaré huérfana, pero si parte un hijo mío, no tiene nombre social alguno, quizás porque erróneamente nos parece un contrasentido que se vayan antes que nosotros. Algo que nada tiene que ver, según mi parecer, con cuándo nacemos, sino con cuánto nos demoramos en cumplir con la misión que vinimos a cumplir; los que estamos aquí claramente es porque algún trabajo pendiente nos queda.

El llamado de la maternidad

La maternidad es un proceso; no un objetivo. Muchas veces veo con preocupación cómo muchas mujeres se angustian, porque no logran sentir la sensación de querer ser madres, esperando que exista el "momento" perfecto para serlo. Entonces planifican concebirla en ciertos meses para que nazca con buen tiempo, o esperar a "tener" ciertas cosas antes, etcétera.

Sin duda, la paternidad y la maternidad responsables son algo que hay que estimular, pero en el proceso de la vida parece ser que los tiempos perfectos para las cosas no existen, y al final estos actos de amor siempre tienen como componente importante un "salto al vacío" y un acto de fe en la vida como instancia de "no control".

Algo pasa con la maternidad en estos tiempos; las mujeres de mejor nivel socio-económico están postergando su maternidad biológica e incluso suspendiéndola, y las estadísticas muestran que los grandes flujos de nacimientos parecen venir de los sectores más desprovistos y lamentablemente de las adolescentes. Según mi investigación, que dio origen al libro "Viva la diferencia", esto tiene que ver con que mi generación de mujeres y la de nuestras madres han transmitido a las generaciones jóvenes lo "agotador" que es ser mamá: que "después del parto quedamos con el cuerpo destruido", y en esta generación en que la belleza es fundamental, parece ser que el "ser madre" es un atentado a la belleza, aun cuando por lo menos yo nunca me he sentido más linda que estando embarazada.

Todo este proceso de desprestigio de la maternidad ha influido notoriamente en la capacidad de estas mujeres jóvenes para querer ser madres, pero por otro lado uno ve con optimismo cómo la ropa para embarazadas nos hace ver cada vez más lindas... Quizás lucen lindas en su camino hacia la profunda valorización del rol.

Por otro lado, están las madres que formal o informalmente asumen el rol frente a hijos no biológicos, y que no notan ninguna diferencia en su desarrollo de la maternidad respecto de las madres biológicas. Ellas generan vida y amor no desde sus úteros, sino desde sus corazones, lugar donde parece gestarse de verdad la maternidad. He notado el dolor de dejar a un "hijo" al cual se le amó como propio y que producto del quiebre de las relaciones de pareja se hace imposible sostener en el tiempo. También están las religiosas y todas aquellas mujeres a las que la vida no les dio hijos, pero sí sobrinos o alumnos, o niños en general.

Realmente la maternidad es un llamado al amor y la incondicionalidad que debiéramos cultivar y poder desarrollar con nuestras hijas e hijos. Ser madres claramente no significa celebrar el "día de las madres", tampoco necesariamente comprar ese día cosas para ellas, que muchas veces son regalos para las dueñas de casas y no para las mamás, aunque un regalito a la estructura femenina nunca le viene mal.

"Los hijos no son nuestra propiedad"

Ser madres es un don de la vida, un impulso maravilloso a vencer nuestros egoísmos, nuestras ganas frente a la pereza, a renunciar para siempre a dormir con los dos ojos cerrados, a mirarlos y a saber lo que les pasa, al desarrollo al máximo frente a la intuición, a desplegar nuestra capacidad para tocar, besar y contemplar el avance de sus almas y sus cuerpos.

Quizás la valoración de la maternidad pasa primero por sentirnos orgullosas de ser mujeres, por entender que la vida pasa a través de nosotras, que las mujeres somos "tierra" y, que en este contacto con lo instintivo, nuestra naturaleza crece a través de la oportunidad de desarrollar la capacidad de generar vida tanto desde el útero como desde los corazones.

La maternidad, desde lo profundo, toma contacto con lo esencial de la vida, y del amor, con la entrega de afectos y con la gran tarea femenina de "soltar". Desde un profundo proceso de retención, las madres transitamos hacia un desgarrador "soltar" de nuestros hijos, entendiendo que ellos son prestados y no forman parte de nuestra propiedad.

Ellos llegaron al mundo para que nosotros los ayudemos a cumplir sus sueños y no para que necesariamente ellos cumplan los nuestros. Por lo general, las madres cometemos el error de vivir a través de nuestros hijos, de proyectar nuestra vida en sus actos, y eso nos hace muchas veces ser muy sobreprotectoras e impedir que ellos crezcan y se desarrollen.

Tendemos a darles demasiadas cosas y a impedir a toda costa que sufran, aun sabiendo que nadie ha aprendido nada que no sea por el camino del dolor, y el no enseñarles a ellos a enfrentarlo claramente dificulta el desarrollo de su temple interno.

Una de las limitaciones más grandes del ejercicio de la paternidad y la maternidad son nuestras inconsistencias y la dificultad de ser estables en nuestros comportamientos. En toda nuestra cotidianidad, las madres pasamos por diferentes estados que van desde el colapso hasta cuando sentimos que el flujo de la maternidad nos inunda, y por lo tanto en esos momentos "amamos" más a nuestros hijos.

Es normal tenerles rabia, frustrarse con ellos, pero tenemos que reconocer que nuestras tensiones externas hacia ellos, muchas veces en forma injusta, afectan nuestras relaciones con nuestros hijos. Debiéramos aprender a separar más las cosas para poder relacionarnos mejor con ellos.

Ser madres también significa poner límites, valorar el que me llamen "mamá", y no por mi nombre, como muchas veces veo a madres que por ser "amigas" de sus hijos prefieren que las llamen por su nombre. No nos olvidemos que las palabras crean realidades y que los No y los límites son fundamentales en toda educación.

La maternidad es un llamado a la maravillosa integración entre lo instintivo y lo aprendido, a la sintonía espectacular con la naturaleza y al sentirnos absolutamente integradas con lo natural. Les pregunté a algunas niñas de la edad de mi hija qué significaba la maternidad para ellas y una de ellas me dijo algo hermoso: "La maternidad es una oportunidad que te da la vida para algo", "es una oportunidad para crecer, para reírte, para renunciar a tus egoísmos, para desarrollar tu capacidad de amar", y para esto no necesitamos necesariamente un útero, sino un gran corazón.

Preguntémosnos si hoy amamos a los que amamos lo suficiente; quizás ése es el centro de la maternidad, el amor, y desde ahí podamos celebrar de verdad a todas las mujeres, las que tenemos hijos biológicos y las que no, en lo profundo, el día de las madres.










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