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“Los niños nacen con los genes de la Convención”

06 de Junio de 2007 | 11:41 |
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Militante DC y de familia falangista, en 1975, su padre, ex funcionario de la Cora, tomó la decisión de migrar porque las cosas no estaban fáciles en Chile. Así, toda la familia partió al extranjero y Paulina pasó su adolescencia en Paraguay y después, Brasil.
El resultado de ese autoexilio fue que la mitad de sus hermanos se quedó a vivir afuera –una en Londres, otro en Brasil y uno en Bolivia- y ella obtuvo el título de socióloga en la Universidad de Brasilia.

En 1989, cuando tenía 23 años, Paulina decidió regresar a Chile. “Fue una disyuntiva; al ganar el ‘No’ vi que tenía dos posibilidades: o me quedaba en Brasil para siempre o volvía para ver si me gustaba, cuestión que hizo mucha gente de mi edad. Me dije si no me gusta, agarro mis maletas y me vuelvo, Brasil es como mi segundo país”.

-¿Qué te llevó a la sociología?
“No sé, era una incertidumbre entre la sociología la psicología; si no me gustaba la primera me podía cambiar a psicología. Finalmente me fue gustando, me pareció mucho más interesante la posibilidad de mirar a grupos y dinámicas sociales, en vez de un individuo. Además, la sociología tiene una fuerte influencia de la antropología, lo que tiene mucho valor; puedes hacer análisis más globales y, a la vez, entiendes procesos menores”.

Mientras su familia permanecía en el extranjero, la directora del Sename aterrizó en Santiago y se inscribió en un magíster de sociología en la Universidad Católica. Sus padres regresaron, junto a otros dos hermanos, el 2001. “Estamos medios dispersos y nos vemos por las cámaras web. Hace 10 años que no nos juntamos los 6; pero, bueno, ése es uno de los costos de vivir fuera, es difícil que la gente se adapte”, dice.

-¿Y a ti te costó?
“Hay una generación de chicos que volvieron, terminaron el colegio, nuevamente se fueron y nunca más volvieron. Hay un tema, es muy difícil cómo te adaptas a la sociedad chilena porque es más cerrada.
“Tenía tantas ganas de venirme, y además incorporé el tema del servicio público, que creo que las dificultades de adaptación nunca fueron mayores a mis ganas de estar acá y trabajar en Chile. Quería trabajar para el servicio público aquí, no en otro lugar. Mis ganas de eso fueron mayores que los obstáculos que tuve”.

-¿Pérdidas?
“Hubo. Llegué a los 23 años a un país que prácticamente no conocía. No tenía un grupo de amistades, llegué sola, aunque antes venía de vacaciones cada 2 o 3 años. Por suerte, nunca me he arrepentido de la decisión que tomé; sigo sosteniendo que fue la mejor que pude haber tomado.
“En Chile es difícil insertarse, si uno no pasa por una universidad chilena un tiempo, las posibilidades de encontrar trabajo son nulas, por lo menos en ese minuto”.

Su primer paso en el servicio público fue, precisamente, el Sename donde estuvo entre 1992 y 1994, y se hizo cargo del tema jóvenes infractores de ley y su capacitación. De ahí pasó a hacer una asesoría en el Indap; luego al Instituto de la Juventud, en 1997, servicio que terminó dirigiendo entre el 2005 y 2006. Entre medio, se dio tiempo para hacer un magíster en gestión pública en la Universidad de Chile.

-¿Los adolescentes son tema para ti?
“Sí (se le ilumina la cara). Uno siente que las acciones que puede desarrollar no sólo tienen resultados inmediatos, sino que pueden perdurar en el tiempo”.

-Pero bailas con ‘la fea’ del trabajo con los menores. Los abandonados, maltratados, violentados, los condenados... es la realidad dura. ¿Cómo vives eso?
“Es un proceso difícil en términos de las realidades que uno conoce. Uno va a las residencias, ve a una niña casi postrada y sabe que ella nació absolutamente normal y la pregunta que surge es cuánto tiempo más va a vivir como resultado del maltrato que recibió. Eso es duro, pero es lo que hace fortalecer el trabajo que hacemos”.

A los 40 años, separada y con una hija de 8 años, Paulina Fernández reconoce que su trabajo impacta su vida privada.

“Es duro, además hoy día los niños nacen con los genes de la Convención (de Derechos del Niño). Es complejo, porque este es un trabajo que te demanda un compromiso y un tiempo bastante importante. En el fondo, cómo le explicas a tu hija que uno se hace cargo de muuuchos otros niños y que eso significa restarle tiempo. Esa paradoja es difícil que un niño la entienda; la acepta, pero igual es complicado”.

-¿Lo vives así?
“Es así. Ella reclama, qué cuanto tiempo estoy en la casa, que atiendo el teléfono porque con esta cosa (y toma su celular que ha sonado ya tres veces) uno está 24 horas conectado, entonces, qué si uno sale... Por lo menos, lo que yo he hecho es que hay ciertos espacios que no transo. Como soy separada y se ve con su papá, los días en que estoy con ella no los cambio por nada. Si tengo actividades, modifico el día; si viajo, lo hago los lunes, rara vez los domingos y si hago actividades, lo hago con ella”.

-Tan cercana al dolor en el Sename, ¿te han convertido en una madre más aprensiva?
“No, fíjate. No me ha pasado eso; sí lo que uno tiene son procesos de cuidado que, por lo menos, yo siempre los he tenido como que no hable con extraños, que tenga transporte escolar, hay siempre una persona en la casa, hay cosas que no puede hacer sola. Son los cuidados que uno siente debe tener con una niña de 8 años de edad como que mi hija nunca va a bajar sola al primer piso del edificio; hay un tema de protección que lo tengo siempre y posiblemente sea porque yo tuve unos padres que se preocuparon.
“Hay cosas que no se me ocurriría hacer nunca como que vaya a dormir a la casa de una familia que no conozco por mucho que sea compañera de colegio. Son cosas que no he cambiado por ser directora del Sename”.

-¿Y has experimentado más angustias a partir de las cosas que te ha tocado ver?
“La angustia va muy asociada, de repente, a la rapidez con que a uno le gustaría implementar ciertos procesos y hacer las cosas. El poder tener ciertos recursos para atender, por ejemplo, situaciones de maltrato; me cuesta entender que hay niños golpeados que están esperando para ser atendidos porque no hay dineros suficientes”.


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