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La generación sandwich

Con el aumento de la expectativa de vida y la postergación de la natalidad, cada vez más chilenos deben cuidar de sus padres ancianos y de sus hijos al mismo tiempo. Son el jamón del sándwich, en un menú que es un fenómeno mundial.

12 de Julio de 2007 | 09:39 |
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Tienen que ser malabaristas, equilibristas, multifacéticos, administradores versátiles y líderes. Y más encima trabajar. Son los adultos que tienen que cuidar a sus padres y a sus hijos al mismo tiempo. Los que están en el medio de dos generaciones que necesitan cuidado o por lo menos exigen una preocupación especial. Unos por ancianos, otros por demasiado jóvenes.

En Estados Unidos se les ha bautizado como la "generación sándwich", pero la tendencia es mundial. Chile aún sueña con ser un país desarrollado, pero en esto está empezando a sufrir como uno: la población envejece. La disminución de la tasa de natalidad y el aumento de la expectativa de vida no sólo han motivado la preocupación del sistema de salud y previsional y aumentado el apetito del mercado que mira con colmillos largos al segmento "senior", sino que han provocado un cambio en la dinámica familiar de un número considerable de familias chilenas.

Entre los cuidados que requieren padres cada vez más viejos e hijos cada vez más jóvenes -por la postergación o prolongación de la maternidad- los adultos de la "generación sándwich" se enfrentan a un menú complejo.
Testimonio
"Es como tener que cuidar a más niños", cuenta Loreto Salinas para resumir su experiencia en medio de dos generaciones. Ella tiene 50 años y vive junto a su marido, sus hijos -de 24, 19 y 12 años- y a su suegra, María Dougnac, de 87 años. Además, los fines de semana reciben a su madre, Silvia Briones, de 83 años (quien en la semana vive con otra hija). Entre María, Silvia y Valentina, la hija de 12 años, son a veces los tres "niños" al cuidado de Loreto. "Valentina no participa mucho en los cuidados de sus abuelas. Cuando hay que hacerlo lo hace, por ejemplo cuando no tengo nana y alguien tiene que preocuparse de los remedios. Pero cuando no es una obligación, no pesca mucho", comenta sin quejarse. "Yo creo que después ella va a tener que pasar por esto mismo conmigo".

Las dinámicas familiares son un foco importante de estudio de quienes tratan a pacientes adultos mayores desde un punto de vista más moderno. El geriatra Marcelo Blacutt trabaja en la Clínica Alemana desde marzo de 2006 y ahí aplica el modelo que aprendió en Toronto, donde se especializó por dos años. Éste contempla la realización de reuniones familiares al principio de la evaluación, para identificar los roles dentro del grupo familiar del paciente y la relación entre ellos. Así, por ejemplo, se da cuenta de quién es "la víctima", aquella persona -hija, generalmente- que absorbe toda la carga del cuidado del adulto mayor. "Los demás dan apoyo económico o moral", describe el geriatra.

Blacutt ha identificado los comportamientos clásicos de los adultos de la generación sándwich. Algo muy propio de este grupo, explica, es que asumen la carga de ambas responsabilidades -el cuidado de su madre o padre anciano y de sus hijos- sin delegar. Están en el medio de dos generaciones que requieren cuidados, pero no las hacen participar entre sí y ayudar en la solución de los problemas. "Sienten que lo tienen que hacer todo solos, que es parte del proceso", comenta.

De esa manera se transforman en la contención y en el filtro de los problemas de unos y otros. "Siempre tienen una justificación, para no hacer participar a los nietos de los problemas de los abuelos, por ejemplo, que el colegio es muy exigente, o que están muy ocupados estudiando", comenta el geriatra. "Lo ideal sería que el padre le dijera a sus hijos: vamos a bañar al abuelo", ejemplifica Blacutt. "Un adolescente ya sería capaz de ayudar en eso: bañar a un anciano es muy difícil, requiere de ayuda física. Sería la manera de que aprendan lo que viene, de qué se trata todo", describe. "Eso disminuiría la presión del grupo del medio".

Son transiciones y comunicaciones complejas cuando la diferencia de edad es más grande. Es lo que le pasa a Felipe Rojas, un ejecutivo que a sus 46 años debe preocuparse de su padre -Hernán, de 82- y de sus trillizas, de 9 años. Su padre vive solo en un departamento, y el único apoyo doméstico es una nana puertas afuera que lleva poco tiempo en la casa. Él se encarga de administrar el dinero y el manejo de la casa de su padre, con quien almuerza tres o cuatro veces a la semana. Pero a sus hijas no suele llevarlas donde su abuelo porque, explica, "él nunca fue muy guaguatero y se pone nervioso con tanto movimiento alrededor".

La conversación intergeneracional es obviamente más frecuente cuando todas las partes viven en la misma casa. Aunque no necesariamente significa menos preocupación para quienes están entremedio. Es la experiencia de Nelson Garvizo, un contratista de 58 años que vive en Ovalle junto su mujer, Marcela, de 42, y su hija Camila, de 11 años. Hace poco decidió llevarse a vivir consigo a su madre, Hilda, de 93 años, desde Santiago. Garvizo cuenta que Camila tiene en general una buena relación con su abuela. "Nosotros la dejamos, nos gusta que nazca de ella; no le sugerimos comportamientos especiales con mi madre", comenta.

El doctor Augusto Brizzolara, presidente de la Sociedad de Geriatría y Gerontología de Chile, ve una oportunidad social en el hecho de que los niños estén conviviendo, con sus padres de por medio, con los problemas de los adultos mayores. "Esta generación intermedia es un pivote entre los abuelos y los nietos y esa interacción es lo que uno desearía en una sociedad que valore el concepto de familia".

Los miembros de la generación intermedia, en todo caso, saben de renuncias y de costos.
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