Su agenda está siempre muy apretada y sus tiempos acotados. Dispone de 45 minutos para la entrevista, porque luego se suceden varios pacientes. A primera vista parece algo exagerado, pero al conversar con ella queda más que claro el por qué: organiza concienzudamente sus tiempos tanto de médico, de madre y de mujer. Le encanta su trabajo, pero también cocinar, pasear a sus perros y hacer largas sobremesas con su hijo, la pareja de éste y los amigos que lleguen a comer.
Por eso también, su consulta está en su propia casa, pero en un espacio independiente; así no pierde tiempo en trasladarse de un lugar a otro. Ya al entrar se respira un profundo silencio y una gran tranquilidad. Una salita antecede a su oficina, que, impecablemente ordenada, tiene en varios lugares fotografías de los cientos de niños que ha atendido durante su carrera como neuropsiquiatra infantil y que ellos o sus padres, le regalan como muestra de cariño.
Conseguir una hora con ella es casi imposible a estas alturas, pues su agenda anota más de mil pacientes; la mayoría de los cuales está con ella desde los cuatro o cinco años y permanecen en terapia todo el tiempo que sea necesario. Los escasos nuevos niños que llegan a ella son, en general, hijos de los primeros chicos que atendió y que hoy ya son padres.
Amanda Céspedes llegó a la psiquiatría como un azar, también a la medicina, porque quería ser profesora. Se crió en un hogar de maestros y su intención era seguir el legado familiar. Sin embargo, sus buenas notas la llevaron por otro camino. Ya en la universidad, se relacionó tempranamente con el cerebro, pues empezó a trabajar en un laboratorio de psiquiatría experimental de la Universidad de Chile. “Como familia de profesores, teníamos muy bajos ingresos y necesitaba un poco de dinero para subsistir”, cuenta. Tenía 20 años cuando se dio cuenta que todas las respuestas estaban en el cerebro y se fascinó.
Recuerda que siempre le gustaron los niños –“posiblemente porque estaba interesada en la educación”-, así que ligó las dos cosas. Apenas recibida, hizo una beca en neurología en el hospital de niños Roberto del Río; luego, postuló a una beca de psiquiatría infantil en la Chile; la terminó y se fue a Italia, “donde me puse en contacto nuevamente con el cerebro”, porque hizo un postgrado en neuropsicología.
-¿Qué recuerda de esa experiencia?
“Fue tremendamente motivadora, porque me puso en contacto, por primera vez, con la educación, con el cerebro y con lo que yo hacía, así se produjo la unidad que buscaba”.
De regreso en Chile, inició su propio camino. Después de sólo dos años de ejercicio profesional en el hospital Calvo Mackenna, decidió independizarse. Así ha permanecido hasta hoy, aunque es docente en la Universidad Católica. A su tesón y permanente búsqueda se debe el desarrollo de la unidad de salud mental del escolar y neuropsicología médica. “Es lo que más me gusta y lo que he estado haciendo siempre. Soy mi propia jefa”, dice riendo.
-¿Cuál es el rango etáreo de sus pacientes?
“Cuando me caso, me caso para siempre. Me gusta tomarlos chiquititos, a ellos y a su familia, y no soltarlos hasta que se complete el desarrollo. Como trabajo en el área de las neurociencias del desarrollo, los primeros años de la vida son esenciales para mí. Me gusta tomarlos chiquitos, ojalá 3, 4 o 5 años –ya 6 años son grandecitos para mí- y soltarlos cuando sea oportuno; muchas veces esa oportunidad viene entre los 20 y los 25 años, ahí recién considero que están en condiciones de dejarlos solitos y que las cosas van bien”.
-¿Cuáles son los principales motivos de consulta?
“Cerca del 80 por ciento, llega derivado desde el colegio, porque, siendo niños inteligentes, no aprenden en forma adecuada o tienen problemas conductuales y de adaptación”.
Sus años de experiencia, la han llevado a trabajar con varios colegios a lo largo de Chile. Tiene pacientes derivados de Copiapó, La Serena, Viña del Mar, Rancagua, Talca, Curicó, San Fernando, Concepción, Valdivia y, por supuesto, Santiago.
-¿¡Y el tiempo para tantos pacientes!?
“Cada vez voy reduciendo más el número de pacientes nuevos. Tengo cada año un millar de niños que voy siguiendo y a fin de año, cuando dejo la docencia, tomo unos 10 o 12 más, que trato que sean hermanos o hijos de mis pacientes. Es bien bonito, porque muchos de mis niños de la década de los 80 se han casado, tienen hijos y me los traen para que los vea. Ellos tienen absoluta prioridad.(Se ríe) ¡En este momento tengo 1.170 niños en control!”
-Pero además hace charlas en los colegios, clases en la universidad, ¿cómo se organiza?
“Bueno, mi tiempo de consulta es acotado y uno de los cuidados que he tenido siempre es no transformar la consulta en un policlínico ni en un
que pase el siguiente. Trato de que cada niño sea especial; la consulta es lenta, reposada; me preparo, leo su historia, presumo lo que va a pasar; es decir, es todo como una especie de puesta en escena de lo que va a ocurrir. Para mí es muy trascendente ver a un niño después de 6 meses; es una curiosidad y una alegría ver los progresos con los que viene”.
-También está trabajando con su hermana en Flores de Bach, acaba de lanzar un libro sobre el tema con ella.
“Sí, incorporé la terapia floral en el trabajo con mis pacientes hace 8 años en forma tímida y, desde hace tres, en forma permanente y con excelentes resultados. Siento que es una medicina complementaria que me apoya y me abre el espectro de acción. Trabajo con mi hermana y con otras 4 o 5 terapeutas. Realmente es espectacular”.
-¿La usa como reemplazo o como complemento?
“Como complemento. Eso es bien importante dejarlo claro, porque en muy pocos casos pueden usarse como terapia única; sólo en los niños pequeñitos con cuadros de ansiedad o de déficit atencional muy leve. En la inmensa mayoría de los casos es una terapia de complemento, porque actúa a un nivel no molecular, no actúa sobre los síntomas, que es lo que uno pretende. Lo que uno busca es tratar la causa, pero también disminuir los síntomas, que son muy perturbadores para los niños”.
-¿Cómo actúa, entonces, la terapia floral?
“A nivel físico, vibracional. Lo que hace es ordenar el aspecto físico y hace que los fármacos actúen mejor. Es como abonar el terreno, por así decirlo; es muy bueno”.
La neuropsiquiatra separa a sus pacientes en dos áreas. La primera es la que denomina salud mental del escolar y que está constituida por niños que tienen problemas para aprender o conductuales. Estos siguen con ella durante toda la etapa de desarrollo y acuden cada tres o cuatro meses a su consulta, una vez que ella ya les entregó las medidas de apoyo generales; muchas veces se trata sólo de establecerles una rutina, que vuelvan a tener hábitos, a acostarse temprano, que dejen de jugar excesivamente juegos de videos o ver mucha televisión.
La segunda área está formada por los niños que presentan trastornos emocionales -cuadros de ansiedad, depresión, trastornos conductuales más severos- y que constituyen el 20 por ciento de sus pacientes. Ellos requieren de visitas más frecuentes.
La primera consulta dura cerca de dos horas y media, en la que evalúa al niño y conversa con los padres. Si éstos necesitan apoyo, los deriva a un grupo de psicólogos familiares que trabajan con ella.
-¿Cómo definiría su principal labor?
“La psicoeducación: enseñarle a los papás a llevar a estos niños con más soltura, con más optimismo. Porque muchas veces vienen con un niño de 5 años y me dicen
qué me espera cuando tenga 15. Les contesto que si hacemos bien las cosas desde ese momento, a los 15 años va a ser un 7, que no se preocupen y hagan lo que haya que hacer. Establezco un compromiso con los padres, pero ellos también se tienen que comprometer conmigo; ése compromiso tiene un costo, la responsabilidad. No es un juego, yo hago un esfuerzo enorme para acotar mis tiempos y tener respuestas, entonces, necesito que ellos se responsabilicen”.
Cuenta que cada vez más padres van a su consulta: “Cuando partí, venía 1 de cada 100, los otros mandaban decir. Hoy está viniendo cerca del 30 o 40 por ciento; hay padres, incluso, que vienen solos y que asumen ellos toda la responsabilidad de llevar bien a su niño. Los niños cuyos padre y madre están comprometidos, son los que van a tener mejores resultados”.
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