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Chilenas atrapadas en el deber ser

La mujer chilena, plantea la sicóloga Paula Serrano, vive una situación única. Mientras en el mundo exterior es capaz de lograr cambios en su trabajo, decir con total desenfado lo que quiere y piensa, traspasa el umbral de su casa y siente terror a equivocarse. Se llena de mandatos sobre el deber ser que le hacen perder la libertad. Entonces, se siente colapsada.

06 de Septiembre de 2007 | 10:19 |
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Las mujeres tienen pánico a hacer algo mal en sus vidas. Así, de entrada, es el diagnóstico que realiza la sicóloga Paula Serrano sobre las chilenas cuando las mira con detención, algo que ella suele hacer todo el tiempo.

A diferencia de otras culturas, que privilegian la libertad y originalidad genuinamente por sobre la convención, en nuestro país la mujer sólo está a salvo si sobresale porque es una destacada profesional, con un buen matrimonio y con hijos casi perfectos. Pero si destaca por su extravagancia o por lo diferente, paga altos costos de exclusión, "y hay que tener fortaleza interna para sobrellevar la exclusión", explica la especialista.

En este sentido, las argentinas y colombianas son bastante más libres, a pesar de tratarse de sociedades tradicionales. "Los franceses tienen la expresión estar bien en su piel, y eso se les nota a las colombianas; uno las mira caminar y se da cuenta de que se sienten bien consigo mismas, como si nada faltara ni sobrara, algo que no tienen las chilenas".

Estas, según la sicóloga, viven una situación única. Mientras en el mundo exterior ellas son factor de cambio a través de sus ideas, en su trabajo, en su relación con sus amigas, en su desenfado para decir lo que quieren, traspasan el umbral de la casa y el terror a portarse mal o hacer algo mal las paraliza. "No quieren enfrentarse a la incertidumbre y menos a la pérdida del control".

La razón viene por el lado social: "Nuestra sociedad es muy poco diversa, y cuando hay muchos cambios en una sociedad poco diversa, la gente se asusta, sobre todo si éstos van con una rapidez muy grande", señala la exitosa columnista de Revista Ya.

A punto de radicarse permanentemente en Chile a partir de julio, la sicóloga continúa: "Éste es un país muy contradictorio. Por un lado, se privilegia enormemente el emprendimiento y las nuevas ideas, pero por otro, la cultura ha evolucionado muy poco".

- ¿Qué hacen entonces las mujeres?
"Se aferran más que nunca a los moldes y la tradición, porque sólo ésta asegura que no se equivocarán demasiado. Como todavía ellas están incursionando en mundos nuevos, la tradición es lo único que les permite disminuir el nivel de incertidumbre en esta sociedad tan excluyente con los diferentes".

La marca de la maternidad

Según Paula Serrano, a veces se da la situación de que la mujer fue compañera de universidad de su marido, ella incluso pudo haberse sacado mejores notas que él o tener un mejor trabajo, pero algo sucedió el día que se embarazó: comenzó a sentir molestias y náuseas y se enfrentó por primera vez fuertemente con la biología, porque la madre es ella, quien está a cargo de lo cotidiano, y lo sigue estando durante la lactancia. "Se trata de un cambio maravilloso, pero también brutal".

- Culturalmente también los hijos son responsabilidad de la madre.
"Y si algo les pasa a ellos, la culpa es de la mujer. Por eso cualquier problema o falla la viven como algo que están haciendo mal. La chilena quiere lo mejor para sus hijos, pero como eso no es posible de asegurar, ante el terror de la incertidumbre, se apega a lo que parece ser un modelo probado - que tampoco lo es- , y ése es el modelo que siguió su madre, es decir, se apega a la tradición".

- ¿Cómo reaccionan los maridos?
"Quedan perplejos. Chiquillos de 35 años con sus primeros hijos dicen ¿Qué pasó? Me cambiaron a la mujer. Ellos se casaron con una líder estudiantil igual que ellos, que no aceptaba que le pagaran la cuenta, independiente, pero que luego de ser madre quiere que la mantengan y vive preocupada de la casa propia".

- ¿Sucede igual con las mujeres jóvenes?
"Sí, las que ya son madres no son muy distintas a las mayores, a pesar de que tienen maridos más ayudadores".

- ¿Por qué se comportan así, por qué cambian tanto cuando son madres?
"Se sienten demasiado presionadas por tener que hacerlo bien con sus hijos, por las mil obligaciones que están escritas sobre cómo es ser buena madre, y por eso se comportan con ellos como un manual de deberes... Que a los niños hay que leerles cuentos; hay que bañarlos, porque es muy importante que ella lo haga; hacer con ellos las tareas; conversar con ellos, y ojalá de a uno, porque cada uno requiere de un momento a solas con su mamá. Y un largo etcétera de hay que que convierte a la mujer en una máquina. Una máquina que se supone es productora de amor, pero la verdad es que lo que produce es una cantidad gigantesca de acciones que son simplemente deberes".

- ¿Hay diferencias entre las mujeres que trabajan fuera de la casa y las que no?
"Las que están en la casa viven con más miedos, porque dependen más de los maridos, pero a la vez también tienen un poco más de quietud. Las que trabajan fuera de la casa están más agotadas, más deprimidas y más irritadas. Pero a la vez tienen más libertad de tener una relación más igualitaria con el hombre y la gran posibilidad de crear mundos propios".

Le sorprende que entre ambas se dé una lucha subterránea: "Mientras unas tienen la culpa de que no trabajan, las otras tienen la culpa de que sí lo hacen; uno fácilmente se da cuenta de que algo está mal, porque se da un juicio permanente entre ellas de exclusión. La que no trabaja dice que es porque es buena madre, y la que sí lo hace tiene el discurso de que ella sí se la puede, cuando todas están enfrentadas al mismo desafío. No podemos seguir así; las únicas que perdemos somos las mujeres. Si fuimos las que cambiamos una vez irrumpiendo en el mundo, tenemos que ser capaces de cambiarlo nuevamente", señala.

Lo que le preocupa es que se dan cuenta de que tienen que cambiar cuando colapsan, "y lo que hacen es vivir quejándose, sobre todo de los hombres, y ésa es una gran estupidez".

Otro gran temor de la mujer es perder al marido. "Desde que el matrimonio dejó de ser para toda la vida, y desde que aumentaron los índices de divorcio, ellas están aterrorizadas". Dice que si bien siente un grado enorme de libertad, porque sabe que se puede separar, abandonar al marido si no está contenta, también reconoce lo difícil que es quedarse sola con sus hijos, y con la incertidumbre de si el ex marido la seguirá o no protegiendo.

- Está un poco atrapada, y sin espacios de libertad.
"Por eso yo soy una predicadora de la libertad, pero en un sentido más amplio que los derechos profesionales. Aunque la mujer se ha ido quedando sin espacios de libertad para sí misma, ha encontrado algunas salidas, como recurrir a las amigas. Muchas negocian con los maridos la posibilidad de salir una tarde a la semana, y pareciera que ahí se está armando un cuento. O acuden a la práctica de técnicas como el yoga buscando un espacio personal de serenidad, porque perciben la falta de paz en la que viven".

- ¿Qué otras cosas puede hacer?
"Las mujeres tienen que empezar a ser más libres, más valientes y también más honestas. En vez de estar siempre portándose bien para que, por ejemplo, el profesor no le tome pica al hijo porque reclaman en el colegio, tienen que atreverse a decir en la reunión de curso que no harán ciertas cosas que les está pidiendo porque simplemente no pueden; les aseguro que habrá otras mamás que las apoyen".

También ser valientes para impulsar a sus hijos a no tener miedo a ser distintos: "Tenemos que empezar a ponernos menos iguales a todos y más iguales a nosotros mismos; necesitamos algún espacio de libertad, y además tenemos que simplificar, buscar lo esencial, porque a partir de eso uno puede descubrirse".

- La sociedad pareciera que no siempre ayuda, en el caso de los hijos, por ejemplo.
"Hay un hecho nada trivial, y es que la mujer tiene una relación única con sus hijos. Lo único que nos distingue de verdad es que somos madres y tenemos útero, y eso es muy determinante. No digo que las mujeres sean las únicas que tienen que cuidar a los hijos, pero la sociedad sí tiene que aceptar que si un hijo tiene algún problema serio, vamos a privilegiar el acompañarlo. En el corazón, lo que importa es la vida del hijo. Cuando hospitalizaron a la hija de la Presidenta Bachelet la gran discusión en muchas casas fue si ella podría ser Presidenta con una hija enferma, un debate que jamás se daría con un presidente hombre".

- ¿Qué pasa con el ideal de pareja del siglo XXI con crianza compartida?
"Estoy de acuerdo con que ése es el ideal, pero lograrlo demorará un par de siglos. Los hombres no se instalarán a ser criadores de hijos, porque además la sociedad no se los permite tan abiertamente... Un hombre que se va del trabajo cada vez que el hijo está enfermo, probablemente sea sancionado socialmente. No podemos pensar que el cambio se hará en una sola generación. Esto será muy lento, y por los resultados uno se da cuenta de que lo hemos apurado más de la cuenta".

- ¿Qué cambios sociales se necesitan entonces?
"Un camino sano sería que la sociedad tome realmente conciencia de que la familia está a cargo de la mujer afectivamente, y que todos nuestros trabajos y obligaciones estén pensados bajo esa perspectiva. Eso puede sonar muy tradicional, pero es así. También hay que cortar con la enseñanza del control en los colegios, y volver a la idea de que el mundo es pura complejidad y, por lo tanto, la simpleza pareciera ser la única respuesta, también para las madres. Es privilegiar una cierta actitud de bienestar y alegría por sobre el deber. Es la compañía de la mamá leyendo, que levanta la cabeza para escuchar a sus hijos y sigue tranquila en su lugar".
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