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A moverse con cuidado

La actividad física es importante antes, durante y después del estado de gravidez.

10 de Octubre de 2007 | 09:44 |
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¿Cómo afectan los ejercicios a una embarazada? ¿Son necesarios? ¿Son salutíferos? ¿Cuáles deben indicarse?

Lo primero es saber que son fundamentales antes, durante y después del estado de gravidez. El punto es cómo ejercitar.

Hay que entender que la preñez es una situación hiperdinámica, es decir, los gastos energéticos de la mujer están aumentados por el crecimiento intrauterino de otro ser. Además de acarrearlo en su vientre, debe procurarle a través de su cuerpo todo lo necesario para su desarrollo intrauterino, principalmente oxígeno y nutrientes que se intercambian por la placenta. Así, a sus propias necesidades energéticas, la embarazada suma las de su retoño.

Tal aumento en su metabolismo merma sus reservas energéticas, limitándola para desarrollar ejercicios en el umbral máximo, que además son contraproducentes.

Dicho en términos del consumo de oxígeno -reflejo de nuestro intercambio energético-, aunque aumenta durante el embarazo, esencialmente el consumo máximo no. Entonces, al estar incrementado el consumo basal y mantenerse el techo máximo, la capacidad remanente disminuye, y por lo tanto la energía que se dispone para disipar durante el ejercicio es menor.

De esto se deduce que el rendimiento máximo de ejercicio baja durante la gravidez.

El problema se plantea cuando la dosis de esfuerzo físico involucra un uso tal de energía en la mujer, que su biología deriva parte de la energía reservada al feto para sustentar las necesidades metabólicas del esfuerzo. Esto se denomina "robo fetal". Y es en esta medida que los esfuerzos muy vigorosos pueden ser de cuidado para el feto.

Hay evidencia de que el ejercicio físico exhaustivo produce una caída en el flujo sanguíneo y de la concentración de oxígeno en la arteria uterina, la arteria que en último término surte todos los insumos del feto.

Este fenómeno se produce por acción hormonal del sistema nervioso autónomo (automático) que deriva sangre visceral (que va a las vísceras), entre otras al útero, y la redistribuye a los músculos.

A pesar del riesgo potencial que esto involucra, la captación de oxígeno por los tejidos útero-placentarios y del feto se mantiene intacta, por una facilitada extracción de oxígeno por la hemoglobina fetal desde la sangre disponible.
Sin embargo, esto plantea un riesgo en una gestación con una circulación placentaria límite. Por eso es prudente que las embarazadas ejerciten su cuerpo de forma moderada.

También, y sobre todo al final de la preñez, el ejercicio puede magnificar la respuesta hipoglicémica normal aumentando la captación de glucosa por los músculos; lo que en extremo puede afectar el suministro de glucosa al feto.
Tomando precauciones

Otro aspecto se refiere al peligro de hipertermia fetal en el ejercicio extremo, sobre todo cuando hace calor. Por una parte, el ejercicio aumenta la temperatura interna de la mujer -y del feto- y, por otra, la caída de la circulación uterina en el sobreesfuerzo prolongado se traduce en una incapacidad para disipar temperatura a través de la placenta.

Por eso se recomienda, en climas o estaciones cálidas, ejercitar durante las horas frescas del día, y cuidar mucho su hidratación.
Otra arista obvia dice relación con evitar un deporte o ejercicio que amenace con un trauma directo.

No es aconsejable tampoco adoptar programas intensos de ejercicios durante el embarazo para una mujer que ha sido sedentaria. De querer ejercitar, debe ser guiada por un especialista, comenzar de manera graduada, y no esforzarse jamás.

Una dosis moderada de ejercicio aeróbico regular, 30 a 40 minutos de ejercicio aeróbico intermedio y no más allá de las 120 o 130 pulsaciones por minuto, no comprometen al feto y ayudan a mantener una buena capacidad funcional cardiovascular. Esto junto a ejercicios de respiración profunda y superficial, de elongación y de flotación (watsu) contribuyen al bienestar general y producen el efecto de un entrenamiento para el parto.
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