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“La mejor escuela es la vida”

A los 22 años debió hacerse cargo de la fábrica de tejidos Charlin al morir su madre y todos le recomendaron que cerrara. Tenaz o inexperta, decidió seguir adelante y hoy, 11 años después, exporta a México y Bolivia y factura un millón de dólares.

20 de Marzo de 2008 | 10:21 |
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Su historia podría servir de base para cualquier buen manual de emprendimiento, o mejor aún, una novela. Tiene emoción, suspenso, esfuerzo, dificultades, tristezas y, finalmente, éxito.

El inicio está en la férrea voluntad de una mujer, madre de dos hijos, uno de ellos con parálisis cerebral, por sacar adelante a su familia sola, que empieza a tejer a palillos chalecos después de su trabajo y los vende, puerta a puerta, a los amigos. De ahí, a la primera máquina de tejer y a tener un taller con más de 80 operarios hay años de trabajo y sudor.

Gabriela Etchepare recuerda muy bien esos años acompañando a su madre, Ana María Charlin, creadora de la marca de tejidos infantiles Charlin, y las horas de desvelos que tanto sacrifico implicaron.

Y también rememora con tristeza el fatídico 1996, cuando después de un prolongado cáncer, Ana María fallece y ella resuelve cumplir su deseo de mantener la empresa. Y tan sólo con ¡22 años de edad!

Hoy, Charlin exporta tejidos a Bolivia y México, factura US$ 1 millón anuales y tiene en perspectiva ampliarse a Canadá.

-¿Nunca estuvo en tus planes estar en el negocio textil?
(Se larga a reír) “No, la verdad es que no. Desde que nací y abrí un ojo estaba entre medio de las máquinas, pero nunca me proyecté en la empresa. Tenía otros planes, pero cuando ella falleció, me tuve que hacer cargo de la empresa”.

-¿Crees que habrías emprendido tal como lo hizo ella?
“La enseñanza de ella es muy fuerte, como forma de ser. Aunque hubiese seguido otra cosa, hubiera logrado lo que me hubiera propuesto, porque me dio una base de valores, perseverancia y de trabajar por lograr las cosas”.

-¿Con sacrificio?
“Sí, he pasado el 90% de mi vida en la fábrica, las vacaciones eran antes y ahora en la fábrica. Aunque en algún momento se lo reproché y le preguntaba por qué los niños salían de vacaciones y yo estaba cociendo o despachando, al final, todo eso me sirvió porque me dio una base de conocimiento sobre todo”.

Cuando en 1996 se tuvo que hacer cargo de Charlin, se estaba en plena crisis asiática y la empresa pasaba por un mal momento. Como no tiene familiares ni por el lado paterno ni materno, Gabriela recurrió a los padres de sus amigas, los que en su mayoría le decían que la empresa no tenía futuro. Pero ella no se dio por vencida.

-¿Qué te impulsó a mantenerla?
“Habían dos cosas súper importante y que mi mamá siempre me comentó. Qué pasaría con mi hermano (4 años mayor) y con Charlin, que ella veía como otro hijo. Ella me preparó para reemplazarla, pero, igual, cuando ella falleció se produjo un vuelco en 180 grados en mi vida.
“Ella me dijo que la fábrica era para mí, y aunque no lo quería, lo asumí”.

-¿No te paralizó el miedo?
“Muchas veces, la angustia, el miedo, ha sido súper fuerte, pero la constancia, ser perseverante, han sido fundamentales para pasar la prueba. Puedes estar mal, pero igual, superas todo”.

-Sí, estuviste a punto de quebrar.
“La empresa la tomé cuando estaba más o menos. Fue doblemente mayor el esfuerzo. Yo dije me la juego… quizás era un ímpetu que se tiene de cabra chica, de creer que me la iba a poder. Iba a los bancos a pedir crédito y no me pescaban, pero yo decía no, voy a seguir. Si hubiera tenido entonces la madurez que tengo ahora, lo hubiera pensado”.

-Pero, insisto ¿qué fuerza te llevó, a los 22 años, a seguir adelante?
“haberle prometido a mi mamá que la iba a sacar adelante y que también me iba a hacer cargo de mi hermano”.

-Pero a esa edad se está carreteando.
“Sí, pero nosotros sólo éramos tres, no había nadie más. El único pilar de la familia era yo, entre comillas, entonces no habían muchas alternativas”.

-¿Tu mayor angustia era la inexperiencia?
“Sí, mandarme un cóndoro por no saber cómo se manejaba el negocio. Ni siquiera sabía cómo se enfrentaba a un ejecutivo bancario con años de experiencia y formación académica. Pero la mejor escuela es la vida, se aprende a porrazos”.

-¿Te jugó en contra la edad?
“Sí, sí. Hace 10 años, el ejecutivo que visité me cerró las puertas, ahora, después de recibir el premio “100 Mujeres Líderes”, volvió a la empresa y no lo podía creer”.


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