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Los míos, los tuyos y las nuestras

23 de Enero de 2008 | 10:44 |
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Definitivamente, Karin Zwanzger ha vivido la maternidad en distintas etapas y formas. Se casó muy joven y tuvo dos hijos varones que hoy tienen 24 y 22 años. Tras separarse, reincidió en el matrimonio –hace 15 años- con el empresario Cristián Goldberg.

Así, cuenta entre risas, armaron una familia con “los tuyos, los míos y las nuestras” que suman en total 6, donde las menores son un par de mellizas de 13 años; las regalonas de todos los hermanos mayores.

A los 48 años, recuerda que vivió siete años en Buenos Aires y al regresar, se puso a trabajar en el rubro joyas, donde estuvo 10 años. Sin embargo, cuando nacieron las niñitas, se le hizo cuesta arriba y decidió renunciar.

“Con las dos chiquititas era una locura estar en la tienda y los otros 4 tampoco eran muy grandes, así que decidí quedarme en la casa. La verdad –continúa- es que no me arrepiento, fue súper bueno haber estado con ellos en la casa”.

-¿Qué te impulsó a volver a trabajar?
“Bueno, están todos grandes, las niñitas llegan del colegio a las 6 de la tarde y yo sentía que tenía que hacer algo. Además, se dio la coincidencia, por el trabajo de mi marido, que pude conocer gente en Lima que me ayudó a meterme en este negocio”.

-¿Cuándo dejaste de trabajar hace 10 años, no lo resentiste?
“No, tenía a los dos guaguas, eran un motivo súper grande para hacerlo, aunque no fue fácil dejar la empresa. Pero lo que pasa es que tener mellizas es totalmente distinto, yo antes había tenido de a una guagua, pero con ellas las cosas fueron superiores.
“Pasaba todo el día histérica, me llamaban para decirme que una estaba enferma y después empezaba la otra”.

-¿Lo estabas pasando mal como mamá?
“Sí, no tenía sentido estar todo el día en el trabajo, pensando en todo lo que estaba pasando en la casa. Opté y creo que fue lo mejor y gracias a Dios, podía hacerlo”.

-¿Cuál fue el motor que te hizo volver?
“Bueno, todo lo que en su minuto fue importante para que me quedara en la casa, llegó el momento en que ya no lo era. Me empecé a pasar el día en la casa, sola, dándome vueltas”.

-Pero pudiste llenar la vida de otras cosas, de cariñitos, cursos de yoga.
(Se ríe) “No, yo tenía ganas de hacer algo. De hecho, en el pasado, con mi hermana estuvimos trayendo ropa de Alemania y vendiéndola en la casa. ¡Noooo!, ahora quería tener algo bien hecho y bueno, teniendo gente que me apoye de manera de tampoco ser una esclava de esto”.

Aunque ella, principalmente, se aboca a viajar y elegir las piezas que trae, confiesa que también le gusta mucho pasar tiempo en la tienda atendiendo público. “Además, hay que estar para escuchar los comentarios de tus clientes”.

-¿Y de a dónde viene tu veta de comerciante?
“No lo sé, uno es como es. Puede ser que mi familia influyera, es media alemana, yugoslava e italiana y soy, por eso, muy ordenada para mis cosas. Me gusta y soy buena compradora”.

Con cierta pena dice que cuando estaba en el colegio “era muy floja” y hoy echa de menos el no haber estudiado diseño, más allá de que hoy, de alguna manera, lo esté aplicando en su negocio.

-¿Y qué pasó con los tiempos para ti?
“Es que ya tuve suficiente; esto, de verdad, me gusta. Lo paso bien, de hecho era de las que me iba enero y febrero a Pucón y ahora me vine dejando a las niñitas con mi mamá y no tengo nada de lata”.

Ya con la grabadora apagada, y entre una carcajada, asegura que su próximo proyecto, aunque no muy cercano, es convertirse en abuela.




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