La Encuesta Bicentenario de UC-Adimark publicada el domingo pasado en estas mismas páginas entrega algunos datos acerca de la familia que son para reflexionar.
Llama positivamente la atención el valor que los chilenos le otorgan a la familia. La mayoría se siente con una familia con la que conviene mantener el contacto (84%).
En paralelo, muchos perciben que el comportamiento de los jóvenes es peor y menos respetuoso que en el pasado (78,9%). Cabe entonces preguntarse, ¿están las familias educando bien?
Las cifras muestran distintas posiciones acerca de la mejor manera de formar. Algunos estiman que en la familia hay una mano suave y permisiva (60%). Como enfoque educativo, las creencias apuntan a una concepción de "obedecer a los adultos que saben lo que es correcto" más que "hacer reflexionar a un niño/joven que debe aprender lo que es más correcto".
Otros, acorde con lo que ha venido comprobando la psicología, creen que "las sanciones y castigos no conducen a nada, sólo se aprende dialogando" (34,7%).
Puede ser que nuestra sociedad, hoy en día más convencida de las desventajas de los métodos tradicionales de castigo, pero aún ignorante de alternativas, genere una cierta ausencia formativa que impacta en los jóvenes.
Frente a esto, unos añoran la "mano dura" de la disciplina autoritaria y heterónoma (impuesta desde fuera), y otros, reconociendo sus inconvenientes, pero sin herramientas alternativas, caen en una suerte de negligencia formativa.
Conversar seriamente sobre las conductas estimadas erróneas es formativo. Reflexionar significa preguntarse acerca de las acciones en cuestión, tomando en cuenta la perspectiva de los otros con quienes convivimos, las consecuencias en el corto y largo plazo, las alternativas y la consistencia con las convicciones (valores).
Darse tiempo y exigir rigor en esta reflexión -que debe hacer el niño/joven y no el adulto (si no sería sermón)-, es una gran herramienta formativa para el siglo XXI.
Conversar seriamente sobre las conductas estimadas erróneas es formativo.