Perdimos el Paraíso, qué duda. Este es un valle de lágrimas. O mejor, un desierto frío y caluroso con algunos bellísimos oasis en algunos momentos de la caminata. Ahora, si vamos a cruzar un desierto y somos adultos, lo menos es llevar la ropa adecuada, informarse sobre los peligros, prepararse para las bellezas y aceptar que hay variables que no controlamos porque nunca antes estuvimos en ese desierto.
Es importante aceptar que cada experiencia es única, que vinimos a este mundo sin mapas cabales sobre el desierto inmenso y maravilloso que vamos a cruzar.
Lo otro importante es comprender que a medida que avanzamos en el desierto, vamos aprendiendo cosas. Y que es nuestra responsabilidad, nuestra y sólo nuestra, hacer el trayecto lo más feliz posible.
No es responsabilidad de otros.
Quienes creen que las cosas que ocurren en el camino de la vida son responsabilidades ajenas se llaman víctimas. Porque están sometidas, porque no tienen poder.
¿Cómo enfrentar la vida sin quejarse y dejar de ser víctima?
Dura tarea, pero algunas cosas podemos decir.
Primero: Quejarse puede o no ser un síntoma de victimización
Quejarse es rico a veces. Es necesario. Es sano tener un lugar afectivo donde quejarnos de todo, sin racionalidad, sin esperar consuelo, sólo como una limpieza, como una catarsis, como un juego infantil, pero sano de esperar compasión a raudales para seguir con la frente en alto.
Este espacio debe ser tolerante de la arbitrariedad, es decir, allí debemos poder decir que odiamos al marido, que nuestros hijos son atroces, que mi vida es un disparate... lo que sea y no vamos a tener que rendir cuentas de nuestros dichos. Es un desahogo, no una conversación racional. En la próxima junta del equipo de escuchas debemos poder decir que nuestro marido es un sueño y nuestros hijos perfectos; pero la suegra, una bruja despiadada, y nadie puede pedirnos cuenta de eso.
Son espacios para quejarse, sustitutos del llanto, rincones de amistad. Eso no es la queja que nos hace víctimas. Eso es reconocer que necesitamos alegar porque la vida no es justa siempre, y tenemos contradicciones internas que bien podemos compartir sin consecuencias.
Las mujeres empiezan a crear esos espacios más que los hombres y son muy terapéuticos.
Quejarse es victimizarse. Cuando quien se queja no se hace responsable de que lo que le pasa en la vida, tiene que ver también con esa persona. No sólo con ella, la vida ya dijimos es un desierto, pero cómo se enfrenta el desierto si es responsabilidad individual.
Segundo: Las expectativas son responsables de muchas quejas motivadas e inmotivadas
Es importante distinguir entre fantasías y expectativas. Alguien pudo querer ser princesa y puede ser una fantasía útil en los momentos difíciles volver a esos sueños.
Si alguien prefiere quedarse niño y creer que el paraíso, puede reconstruirse en la tierra, entonces que no se queje porque antes debe tener juicio de realidad e intentar crecer. Después... que se queje.
Si alguien cree que trabajar es puro placer y poder, va a fracasar y luego se quejará de su mala suerte. La verdad es que es un problema de expectativas.
Si alguien quiere tener hijos perfectos, un marido siempre amoroso, buena salud garantizada, va a vivir como víctima los conflictos de los hijos, las distancias del marido y los dolores de cabeza. Si, por el contrario, sabe que nada será fácil, es posible que viva con mayor alegría y no sea una víctima.
Tercero: Si algo duele mucho, podemos hacer que las cosas mejoren
Hoy el mundo está lleno de ayudas. Están los terapeutas, los sacerdotes, la familia, los amigos, los grupos de ayuda, la filantropía. Si estoy inmovilizado de miedo o de dolor, tal vez tenga que tomar por un tiempo algún medicamento para luego buscar algo que me conforte, cuando ya esté con más fuerzas para seguir. Pero hay muchos que se quedan en la queja.
No quieren ver a un doctor, no están dispuestos a tomar medicamentos, no creen que los curas entiendan nada, etc. Ésos están condenados a repetir fracasos internos y a transformar la vida en una queja. Atribuyen a otros sus pesares y a la mala suerte sus fracasos.
Si el hijo es drogadicto, es por culpa del colegio; si la mujer fue infiel, es culpa de los valores libertinos; si perdió la pega o un negocio, es un problema político; si están enojados, es porque alguien los agredió. Por lo tanto, se quedan en la rabia y el resentimiento, que dan origen a las más inútiles de las quejas, porque no es un desahogo, es la perpetuación de la rabia.
Cuarto: Uno es responsable de su vida. Sí o sí
No confundir con creer que todo depende de nosotros. Error. Muy poco depende de nosotros. Pero está repleto de quejas inútiles que pudieron prevenirse si uno se toma la vida en serio. Por ejemplo, un marido es un fanático y obsesivo de los autos. La familia planea un viaje al sur en el auto "chiche" del marido. El viaje es un desastre, peleas y tensiones constantes, niños que quieren volver.
Después, crisis de pareja. ¿Por qué fueron en auto y no en avión o por qué no arrendaron un auto o por qué mejor no fueron al norte o a una playa tranquila? Porque teníamos tantas ganas de ir en familia al sur contesta ella. Con voz de queja. El terapeuta de familia los mira incrédulos y les pregunta si habría alguna razón oculta para querer hacer este viaje destructivo. Silencio. Ella dice que él tiene que cambiar. El terapeuta le dice que no está de acuerdo. Él es así, ella lo sabe. Ambos lo saben. ¿Qué tal si en el futuro hacen planes en función de lo que son y no de lo querían ser o de lo que soñaron con ser?
Esto pasa todos los días:
-La mujer que quiere tener conversaciones íntimas con su marido e insiste en hacerlo a cada rato o cuando él esta reventado.
-El marido que quiere intimidad sexual y no la consigue porque no ve a su mujer, lo que ve es sólo sus ganas.
-La mujer que quiere ser protegida, pero está a cargo de todo y no suelta.
-La que quiere una vida más libre, pero no hace nada por conseguirlo.
En general, todos los que se quejan, en vez de seducir a los otros para conseguir lo que necesitan, son personas que tienen dificultad para hacerse responsables de la calidad de sus vidas. ya
¿Quién se queja más?
Las mujeres nos quejamos más y más intensamente. Tal vez porque no tuvimos poder por tantos siglos. Tal vez porque sabíamos que los hombres se movilizan con la culpa y el rol de víctimas quejumbrosas nos fue útil. Ya no lo es. Los hombres ya no son los poderosos ausentes que fueron para sus mujeres, y ahora la queja los hace sentirse descalificados, no culpables.
Los hombres se quejan menos porque saben que hay que ocuparse de los problemas más que lamentarse y porque son mejores para evadir el dolor cuando éste se asoma. Los hombres tienen más miedo al dolor que las mujeres, al dolor del alma y eso también les da fuerza para reemplazar la queja por acción. Por último, los hombres se quejan de otras maneras. Pero la queja, la histórica, es nuestra y lo es cada vez más así.
O somos o no somos poderosas. Si queremos serlo, tal vez podemos liberarnos de la queja a través de una actitud más adulta, que nos permita elegir lo que nos es necesario, buscarlo incluso, poner límites si la situación lo requiere, y retirarnos si nos va mal. Conquistar el mundo nunca se hace desde la queja... que nos quede claro.