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Más allá del sexo

Si bien en un principio el deporte estaba vedado para el mundo femenino, con el correr del tiempo se ha demostrado que todas tienen los atributos para desarrollarse y convertirse en consumadas atletas.

18 de Marzo de 2008 | 09:57 |
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En la Grecia antigua excluían a las mujeres como competidoras o espectadoras de los juegos olímpicos. Las carreras pedestres organizadas en honor a la diosa Hera se limitaban a unos doscientos metros, en contraste con el maratón femenino inaugural de 42 kilómetros en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1984.

El tiempo ha probado que las mujeres son consumadas atletas, capaces de dejar todo en la competencia en pos de la victoria. Fuertes, veloces, agresivas... En la búsqueda de hacer esa pequeña diferencia entre ganar y perder... Una búsqueda totalmente equiparada a sus contrapartes masculinas, donde el llamado sexo débil no encuentra fundamento. Aquí no hay debilidad. Sólo determinación y esfuerzo. Y mucho trabajo en equipo. Como las hockistas chilenas campeonas del mundo...

Mujeres de fuego, que expresan todo su ser en el deporte, en casi todas sus disciplinas. Desde el atletismo, en carreras, pruebas de salto, o de lanzamiento...
A la natación, a la gimnasia, el tenis, o el golf, o deportes considerados típicamente masculinos, como la halterofilia, el fútbol o el boxeo...

Sin embargo, las oportunidades deportivas estaban gravemente limitadas en la antigüedad, hasta fines del siglo XIX. Con el cambio de siglo las mujeres comenzaron a participar en deportes activos como el ciclismo, juegos de campo o "court", como el tenis, el montañismo o el esquí. Actividades que involucraban contacto intenso permanecieron reservadas a los hombres hasta las últimas décadas del siglo XX.

La diferencia del cuerpo femenino respecto del masculino es el resultado de la expresión genética, potenciada a través de la inducción de proteínas a partir de un DNA estimulado con hormonas femenizantes o masculinizantes, que condiciona un cuerpo femenino más grácil, más adiposo, con huesos y músculos más finos, o un cuerpo de tipo masculino, más grueso, esquelética y muscularmente, más potente, con un mayor consumo de oxígeno y, por ende, una mayor capacidad de generar trabajo en el tiempo, el resultado de diferencias de tamaño y masa muscular. Distintas máquinas del cuerpo, que no dicen de la fuerza de la mente, que comparten el género masculino y femenino, como nuestras campeonas de hockey.

Por eso la indicación de deporte y de ser espectador, como vector de salud, es para todos. No hay tal como deportes para hombres o para mujeres. Ésa es una discriminación obsoleta. La diferencia de somatotipo, es decir, las diferencias corporales entre hombres y mujeres, llevan a categorizar las competencias deportivas entre competidores masculinos y femeninos. Sólo eso.

Por supuesto que las diferencias de somatotipo condicionan en los hombres una mayor potencia física en todos sus parámetros, manifiesta en las diversas marcas atléticas.

Sin embargo, en ambos sexos es posible ver nítidamente y confirmar que el deporte es una de las máximas expresiones del espíritu, y que no sólo afecta a quienes lo practican, sino que también a sus testigos (es cosa de ver gambetear a Fernanda Urrea). Y que las claves en el arte del triunfo subyacen por igual: para llegar a lo más alto, el camino es la acción, la perseverancia, el esfuerzo, la determinación... Éstas son mujeres de fuego, templadas, valientes, deportistas que han hecho del deporte su vida. Una escuela, dentro y fuera del campo de juego. Una escuela que hizo a nuestras hockistas las mejores del mundo.