“Me fui a vivir sola aceptando todos los gastos que eso significa, desde el agua hasta el doctor, y antes toda esa plata se iba para comprarme ropa y pasarlo bien. Se hace difícil, pero lo pago feliz”, confiesa Alejandra, quien tiene 25 años, y desde hace dos debió acostumbrarse a la sopa para uno y a llegar a su departamento, de un dormitorio, sin escuchar a nadie preguntándole “¿cómo te fue?”. Pero lo aguanta con tal de defender su independencia, que le cuesta unos 300 mil pesos mensuales en promedio, y que paga con lo que gana en el Aire Bar, el pub del cual es dueña. Ella lo considera todo “un logro personal”.
Tal vez está en lo cierto, si se toma en cuenta que, contrario a lo que podría esperarse, Alejandra responde a un marcado bajo porcentaje de jóvenes que deciden tomar sus maletas para abandonar el nido de los padres y aventurarse al reto que significa valerse por sí mismo.
Así lo demostró la encuesta Casen realizada el año 2006, que concluyó que aumentaron en un 13,2% los hogares unipersonales, entre 1990 y el 2006. De estos, en el caso de los hombres, un 19% correspondió al tramo de edad de 15 a 29 años, mientras que de las mujeres, apenas un 9,3%. ¿La razón?
“Aunque la sociedad te impone como deseables ciertas metas, como éxito económico y afectivo, sobre todo alrededor de los 30 años, los adultos jóvenes salen de su hogar para formar el propio muy pasada esa edad. La presión está presente, pero el deseo de prolongar la juventud es más fuerte”, asegura la psicóloga de la Universidad Andrés Bello Paula Belaúnde, quien apunta al fenómeno conocido como “generación canguro”.
Son hombres y mujeres de entre 25 y 35 años, que alargan hasta más no poder su adolescencia. “Nuestra cultura ha contribuido a este fenómeno, ya que privilegia la imagen virginal de los hijos, que se conservarían puros en el seno materno, lejos de las tentaciones de la sociedad. Distinto a lo que pasa en otras latitudes, como la europea o norteamericana”, asegura Belaúnde.
Pero no sólo los chilenos padecen de este complejo de sobreprotección. En países como Alemania, dos tercios de los jóvenes de entre 21 y 27 años viven aún con sus padres y reciben ayuda financiera de ellos pasados los 29. Y sin vergüenza.
La ropa la lava mi mamá
-¿Qué cosas buenas tiene el vivir solo?
“¡Todo! Independencia absoluta, nadie te molesta”, dice Eduardo.
Tiene 27 años y en el 2007 decidió que ya no daba más con las peleas que tenía con su mamá, así que agarró sus maletas y se fue a vivir solo a un departamento del barrio Lastarria, por unos económicos 140 mil pesos, de los que, como confiesa, el 70% es pagado por sus papás.
Belaúnde explica que “el adulto joven se siente realizado cuando sale del hogar para formar el propio o cuando tiene armada su familia. Pero en nuestro país las cosas son más complicadas y la estabilidad económica se logra a más largo plazo”.
Asimismo, asegura que las peleas familiares son un motivo válido para dejar la casa de los papás y buscarse la vida en solitario, aunque por más que los jóvenes puedan estar preparados para hacerse responsables de sus cosas, prefieren tener a alguien que se las haga, por comodidad”.
Debe ser por eso que, a pesar de las peleas, Eduardo visita sagradamente la casa de sus padres cuatro veces al mes. “No tengo plata para comprar una lavadora, así que la ropa la llevo a lavar donde mi mamá. A veces no tengo nada limpio, así que me tengo que quedar con un solo calzoncillo y una polera toda la semana”, cometa.
“Los padres fomentan ésta conducta, sobreprotegiendo a sus hijos a pesar de su edad. Lo que es bastante cómodo para ellos, porque obtienen todos los beneficios de la adultez: dinero, amigos, parejas, y además con cero esfuerzo, ya que sus padres se encargan de todo lo relacionado con los deberes del hogar”, explica con detalle la psicóloga.
Alejandra y Eduardo son dos casos diferentes. Pero ambos disfrutan de la soledad de un departamento que los hace sentirse dueños de su vida, sin familia y a años luz de la llegada de los hijos. ¿Otro signo más de una adultez de mentira? No les importa.