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La pionera del yoga en Chile

Es una de las profesoras de yoga más antiguas del país. Cuando la disciplina era desconocida, se instalaba vestida de blanco a enseñarle a quien quisiera participar. Hoy, 40 años después, cuando el yoga tiene casi tantos adeptos como la gimnasia y ella sigue dando clases tres veces al día, prefiere hacerse a un lado: "El yoga no consiste en ponerse el pie de bufanda. Eso es acrobacia".

15 de Abril de 2008 | 10:06 |
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La historia de Marisol Sabaté coincide con la hoja de vida de varios yoguis y más de algún terapeuta: a partir de sus propias debilidades, de sus dolores, quizás hasta de sus defectos, es que esta mujer de 76 años decidió dedicarse por completo al yoga, la filosofía que sana cuerpo y alma. Partió como alumna, a fines de los 60. 'Fui a clases con Mónica Lipsky, una chilena que después se fue a Estados Unidos. Me acuerdo que me gustó, me relajé, pero no sentí nada especial. Estuve yendo tres meses, y durante ese tiempo me di cuenta de que mis jaquecas habían disminuido en un 80 por ciento. Me retiré y los dolores volvieron. Por eso retomé las clases y nunca más las dejé'.

Marisol Sabaté se convirtió pronto en una de las primeras profesoras de yoga en Chile. Partió tomando clases en la Gran Fraternidad Universal con el mexicano José Rafael Estrada, el hombre que en 1964 trajo el yoga al país, y siguió con todo tipo de cursos de perfeccionamiento.

Aunque perdió la cuenta de cuáles y cuántos ha tomado, el hecho es que posee el título de "yogacharini", que se traduce como "maestra de yoga". Asimismo, sin vociferarlo ni actuarlo, es en buenas cuentas una pionera en la materia.

En primer lugar, Marisol Sabaté lleva 40 años dando clases en la Corporación Cultural de Las Condes, en tres horarios y tres veces a la semana. Vestida de blanco, con el símbolo del "OM" impreso en la polera, les enseña a sus alumnas con entusiasmo, haciendo bromas, pero sin dejar de exigirles. En 1990, junto a su hija, formó uno de los primeros centros yóguicos del país, Yoga Sakhyam, que pronto ampliaría sus instalaciones para también formar profesores de yoga.
'No queríamos hacer un yoga elitista, sino uno al alcance de toda la gente. Siempre quisimos enseñar yoga como un sistema de vida para mejorar la condición física, mental y espiritual. Esa era nuestra meta. Estaba empezando a dar clases la Hari Nam (profesora de kundalini yoga), pero no existía otro centro. Éramos los primeros. Se nos llenaba', recuerda, sentada en su casa de la Comunidad Ecológica de Peñalolén.

-Ahora Sakhyam es el primer centro de yoga que posee franquicia Sence. ¿Por qué? ¿Siente una necesidad de innovar?
-El yoga es una filosofía de vida que no tiene nada que ver con ser más flexible físicamente. El yoga tiene que ver con ser una persona más íntegra, conectada con su ser interno y todo lo que nos rodea. Si ahora somos un Organismo Técnico de Capacitación (Otec) fue porque queremos llevar el yoga a todo el mundo, y no solamente a las personas que pueden pagar una clase en una escuela.

Moda y plásticos

Marisol Sabaté vive sola en una casa de adobe, vecina a la casa de su hija y su nieta. Allí es donde todos los días, religiosamente, sintoniza "Belísima" (una teleserie brasileña con Gloria Pires como protagonista) y hojea la prensa, la seria y la del corazón.

Al revés de lo que podría pensarse, no es circunspecta, seriota ni grave. Echa sus canas al aire, parece que siempre tuviera un chiste a flor de labios y se expresa de forma directa, muy directa. En eso se notan los genes catalanes de sus padres, avecindados tempranamente en Santiago y tributarios del rigor moral de la España de principios de siglo XX: "Me acuerdo que cuando estudiaba en el Bellas Artes me iban a dejar y a buscar a clases. ¡Uf! Me cargaba. Era para que no me juntara con gente rara".

De niña, Marisol fue tan enfermiza, que durante un año partió con su abuela al Cajón del Maipo, no recuerda si para recuperarse de tuberculosis o raquitismo. Después vendrían sus estudios de arte, de Cruz Roja y de peluquería, antes de embarcarse a Barcelona.

Allá se casó y tuvo a sus dos hijos: Yanquinao y Yupanqui ("les puse así para llevar la contra. Te mueres la cara que puso mi suegra"). En esos años se dio un gusto tras otro. Compraba ropa en los desfiles de moda. Y como su marido era comerciante, lo acompañaba a India, China, Japón y otra decena de países del Lejano Oriente. Un día simplemente se aburrió.

De vuelta a Chile, separada y con los niños a cuestas, se puso a trabajar con su hermano en una fábrica de plásticos. "No quería que nadie me dominara por la plata". Fue entonces cuando una amiga la invitó a tomar el curso de yoga con Mónica Lipsky.

-¿Qué le parece la actual profusión de institutos, profesores y estilos de yoga?
-Hay profesores y centros donde rompen las espaldas, obligan a la gente a pararse de cabeza y hacen cosas que están en contra de nuestra manera de ser. Nosotros, en Sakhyam, pensamos que hay que ir elongando el cuerpo según las posibilidades de cada persona. No lo puedes forzar, empujar, apretar ni exigir.

-¿Por qué no?
-El purna yoga, el que nosotros practicamos, es muy antiguo. Es un yoga integral, porque mezcla bakti, karma, gnana y hatha yoga, y está dirigido a todo el mundo. Para nuestra escuela es muy importante el servicio a los demás, el karma yoga. De hecho, "sakhyam" significa amistad. Y en mis clases no provoco dolor. Si alguna alumna me dice que le duele, yo le digo "haz hasta donde puedas". ¡El yoga no tiene que doler! Tú vas elongando tu cuerpo y lo vas poniendo de cierta manera para que haga una postura, pero eso lleva un tiempo.

-¿Usted no se pone el pie de bufanda?
-No obligo a nadie a ponerse el pie de bufanda. Eso es un exceso de elasticidad fantástico, pero no hay que olvidar que el cuerpo tiene un límite, por eso existen los ligamentos. Hay gente que tiene más elongación, y es porque tiene más elastina. Pero hay que tener cuidado. Si tú mueves las articulaciones más allá de sus posibilidades, porque el ligamento que las afirma tiene más elastina y te lo permite, a la larga viene un desgaste del cartílago del hueso y se produce artrosis.

-Pero los grandes maestros de yoga de la India, como Iyengar y Krishnamacharya, efectivamente se ponían el pie de bufanda.
-Y toda la gente quiere ponerse el pie de bufanda, pero eso no es hacer yoga. Eso es hacer acrobacias. No hay que olvidarse que la gente de la India practica yoga desde que son niños. Hay un factor de tiempo que no se suele considerar. Una niña me preguntó en clases: "¿cuándo nos vamos a poner de cabeza?". "Nunca", le respondí, "porque yo no sé si puedes tener un aneurisma a flor de vena y se te revienta". Por eso es que en el yoga hay posturas que reemplazan a otras. La vela es lo mismo que pararse de cabeza, porque la tracción de la Tierra actúa a la inversa en tu cuerpo, pero el flujo sanguíneo va a la cabeza en forma lenta a través de los vasos capilares. Ahora, si quieres ponerte de cabeza, te enseño y te pones.

-Aun con sus exigencias y sus riesgos, el yoga se ha vuelto muy popular.
-Claro, porque se puso de moda. Cuando yo empecé nadie sabía lo que era el yoga. Pasaron los años, de repente alguna artista dijo que practicaba yoga y se volvió algo top, ¿te fijas? Pero también se debe a que la gente empezó a sentir sus beneficios.

-¿Cuál es el primer cambio que advierte en sus alumnas?
-Se les pasa el dolor de espalda. A otras se les arregla la digestión. A muchas se les repara el sueño. Otra llegó tomando pastillas para la depresión y para dormir, y ahora no toma nada. Hay montones de historias. Ahora les estoy enseñando muladhara bhanda, sellar el piso pélvico, y les recuerdo que si practican, les va a bien con los maridos, que no las van a abandonar -sonríe.

-Hasta cuándo piensa seguir?
-Hasta que haga "plop". El otro día, entre una clase y otra, una alumna me dijo: "Eres lo mejor que me ha pasado en la vida". "Pucha, que te han pasado cosas malas", le respondí, pero ¿te fijas? Tengo una rodilla operada y la otra tiene un menisco roto, así que les digo "más abajo, niñitas, acuérdense que yo no puedo mostrarles". Mientras ellas me acepten con mis limitaciones, voy a llegar a los 90 años haciendo clases, aunque sea en muletas.
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