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Pololeos largos, matrimonios cortos

Los casos de eternos noviazgos y un rápido quiebre de la relación se repiten en amigos y conocidos, provocando extrañeza entre los que ven cómo una pareja, aparentemente perfecta y con años de confianza y conocimiento mutuo, fracasa en su proyecto juntos.

18 de Abril de 2008 | 09:14 |
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“Yo me habría separado al mes de casada, pero mi mamá, prácticamente, todavía tenía la challa de la fiesta del matrimonio en la cabeza”, dice Ximena (32). Después de 7 años de pololeo, dos de ellos conviviendo, ella y su pareja decidieron formalizar la relación con todas las de la ley.

Dice que se casó segura, feliz, “sabiendo que iba a ser como en los años anteriores: una relación estable, agradable, bastante civilizada y con proyectos”. Cinco meses después, Ximena y Javier se separaron.

Es que pareciera que los eternos novios están condenados al fracaso y a hacer trizas el final de “y fueron felices para siempre”, cuando los años y años de relación comienzan a crear fantasmas como el acostumbramiento o el dar por sentado el amor de la pareja.

“Uno se casa con expectativas que se potencian con ambiente matrimonial. Todos te dicen: ‘ahora van a estar tan bien, están hechos el uno para el otro, se ven tan lindos juntos’... Al final te terminas comprando el cuento, pero no es tan real”, asegura Ximena.

Aunque sea sospechoso que la mayoría de los matrimonios que se divorcian en el país lo hacen entre los primeros tres a cinco años de haber dado el sí, según el sitio Separados de Chile, para la terapeuta de pareja de la Universidad Diego Portales, María Paz Gálvez, la frase “pololeos largos, matrimonios cortos” no es una regla.

“Lo que hace que fracasen este tipo de uniones son las expectativas que surgen, que no tienen que ver con la pareja, sino que con las ilusiones propias del matrimonio, de que todo va a ser lindo”, comenta la psicóloga, quien también reconoce que es común que estas parejas se terminen casando por presión social, más que por un real convencimiento de que es con esa persona con la que se quiere pasar el resto de la vida.

Pero los años pasan y pesan. Cinco, seis años y la familia o los amigos empiezan a preguntar “¿Y ustedes cuándo se casan?”. Eso fue lo que le pasó a Ximena, cuando comenzaron a caer uno a uno sus amigos al altar y en una de esas fiestas de matrimonio, animados por el ambiente colectivo, decidió con su pololo poner fecha a su propia unión religiosa.

“Ya los dos nos conocíamos bien, así que no era tan tirado de las mechas tomar esa decisión tan importante de manera espontánea. Así que nos casamos, pero al tiro fue todo mal, mal, mal”, confiesa, acusando a su ex de haber hecho toda una “campaña de marketing” para llevarla a la iglesia, pero que una vez que estuvieron casados, creció el desengaño, mientras desaparecía el diálogo y las actividades de pareja. “Pasé de ir a comer sushi todos los miércoles y viernes a no salir ni siquiera al supermercado con él”, dice.


La “flojera de empezar todo de nuevo”

Era invierno y cuando iba a atardecer, se cortó la luz en Santiago. Andrea (34) y su esposo Javier (37) conversaban a oscuras en su departamento.

–Oye, yo creo que esto tiene para rato –le dijo Javier.
–¿Y qué hacemos? –preguntó Andrea.
–Vámonos a la casa de mis papás.
–¿Para qué?
–¿Cómo para qué?, ¿qué vamos a hacer los dos solos acá?

En el país, las principales causales de divorcio del 2007, como explica Separados de Chile, son la infidelidad, en seis de cada diez rupturas; la violencia intrafamiliar, con dos de cada diez; y los problemas económicos o proyectos distintos de vida de la pareja, que representa el 2%. En el caso de Andrea, el motivo fue que “no pasaba nada”.

Fueron seis años y medio de pololeo, que comenzaron cuando él tenía 21 y ella 18, sin peleas de por medio, pero tampoco con “conversaciones profundas, cercanía emocional ni intimidad afectiva”. “Éramos como una pareja para la exportación, para la foto, pero no había nada en el fondo”, dice Andrea, antes de confesar que si se casó fue “por flojera de empezar todo de nuevo”. Cuatro años y dos hijos después de la ceremonia nupcial, decidieron tomar caminos separados.

“Es un problema cuando se empieza desde muy chicos la relación. Puede pasar que los dos o uno de ellos se quede pegado en la época del enamoramiento, a los veintidós años, en vez de vivir la etapa donde está la persona realmente, mientras el otro madura más rápidamente”, afirma Gálvez.

Tal vez no sea una ley, pero sucede y sirve para creer que a veces el amor no basta o que no hay que “sacarse la faja” después del matrimonio, por pensar que tras él las cosas funcionarán por sí solas. “Uno se casa y se separa todos los días”, reflexiona Andrea, citando otra frase popular. Y ésa sí parece ser una regla.