Los profesionales, al ser responsables de los objetivos de su trabajo, no pueden darse la licencia de irse a su casa y olvidar los objetivos inconclusos. Algunos hasta con gripe van a la oficina; otros leen informes en los semáforos y telefonean subiendo la escalera.
Descartando a los trabajólicos, que son los que si no trabajan se angustian, lo cierto es que a los profesionales de su oficio, los objetivos los siguen. Una amiga contaba que "para que no alegaran que trabajaba en domingo, despertaba y silenciosamente leía investigaciones que tenía escondidas bajo la cama".
Ser profesional del oficio permite resolver problemas y llevar adelante ideas. Los creativos no dicen "aquí terminó mi pega". Sin demarcaciones rígidas, su trabajo es parte de su vida. Pero no sólo su creatividad los estimula; también la estructura de trabajo, que los hace dependientes del éxito de su gestión. Sólo si logran los objetivos tienen trabajo o clientes.
¿Qué pasa cuando el "profesional" trabaja en ambientes con poco riesgo (la calidad de su desempeño no tiene reales consecuencias), con horarios rígidos y recargados, con presión de un grupo interdependiente y jerárquico?
Hay estructuras de trabajo que fomentan la desprofesionalización. Es el caso de las instituciones educativas, que tanto preocupan al país. Los objetivos de aprendizajes parecieran, a veces, no ser propios de los docentes. En algunos ambientes extremadamente perversos se "toman" licencias médicas cada vez que lo necesitan, sin preocupación por los cursos que quedan sin aprender.
Tienta criticar a las personas, pero éste no es un fenómeno de valores de los profesionales. Probablemente, la mayoría actuaría así en ese contexto. Las soluciones deben buscarse en la estructura laboral y en las leyes que generan esta cultura laboral.
Cuando sepamos mirar los valores de las personas como productos aprendidos y fomentados por las estructuras y sistemas de interacción, podremos avanzar mucho más rápido en el desarrollo cultural que todos ansiamos.