Comenzó a correr en las calles de Puente Alto.
Su padre, pastor evangélico muy estricto, no la dejaba salir y era súper restrictivo en los permisos, razón por la que Erika Olivera decidió salir a trotar buscando con ello salir de la casa. Tenía tan sólo 11 años.
“Quería arrancar de mi estilo, de mi forma de vida; mi papá era súper exigente, estricto en la enseñanza entonces no era partidario de que los niños tuvieran amigos e hicieran una vida normal. Entonces, salir aunque fuera media hora a trotar era salir a otro mundo, disfrutar de la calle, olvidarte del encierro”.
-¿Y por qué seguiste?
“Conocí a gente diferente, encontré a la familia deportiva, todos mayores que yo, muy deportistas, de llevar otra vida y eso me gustó mucho.
“No me gustaba, eso sí, tener que entrenar. Salía a trotar y eso como un hobby; nunca lo vi como mi profesión; era disfrutar corriendo, era liberarse, olvidarse del mundo en que vivía, de que mi papá estaba en la casa”.
En plena adolescencia comenzó a ver los resultados de su decisión y junto con ello, empezó a ganar premios, plata e implementos deportivos, cuestión que –reconoce- la enganchó y llevó a buscar el alto rendimiento.
-¿Con el permiso de tu papá?
“Mi papá nunca estuvo muy de acuerdo. Al final tuvo que aceptarlo y cuando llega la mayoría de edad uno resuelve lo que quiere o no hacer. De hecho, cumplí los 18 y me fui de mi casa y les dije que me iba a entrenar. Afortunadamente, ese año me fue bien, fui al Sudamericano juvenil e hice el record, después fui campeona panamericana juvenil y con eso llegaron los auspiciadores.
“Pude empezar a manejar mi vida en la parte económica y profesional y no dependí más de mis papás para realizar mis cosas. Todo dependía del sacrificio que realizara”.
-¿Nunca pensaste estudiar algo tradicional?
“Me gusta mucho la criminalística y siempre ha sido un tema que hasta el día de hoy tengo presente, ahí. Me encanta el tema forense, pero cuando me tuve que poner a entrenar para ser una atleta profesional, empecé a viajar y a competir lo que no me dio el tiempo.
“A lo mejor uno se lo puede hacer igual, pero siempre dije que no iba a hacer dos cosas. Preferí hacer una bien y en un par de años, si todavía puedo por qué no estudiar”.
En sus años más intensos, Erika consiguió 28 records y decenas de medallas a nivel continental, iberoamericano y sudamericano. Uno de sus mayores logros fue la presea dorada alcanzada en los Panamericanos de Winnipeg de 1999.
Sin embargo, el 2000, terminó en el lugar 27 la maratón de las Olimpiadas de Sidney, lo que fue considerado por todos, incluida ella, un fracaso.
-Hoy tienes 31 años, ¿te sientes retirada o que otros están intentando retirarte?
“No, creo que varias veces me han tratado de retirar. Muchas veces lo he sentido; de hecho, el 2004 pensaba hacerlo, por lo menos de la alta competencia, porque empezaron las lesiones y el cuerpo me empezó a pasar la cuenta. Era un tema físico, pero en eso nació la Joslaine y me picó el bichito de volver a correr. Me puse, como primera meta, regresar a nivel nacional y si el cuerpo me lo permitía a nivel internacional; el año pasado estuve en el Panamericano y este año llegó este bebé”.
-¿En Chile, nadie corre más rápido que Erika Olivera?
“En Chile hay corredoras más rápidas que la Erika Olivera, lo que pasa es que no han logrado lo que ha logrado Erika Olivera. Hay corredoras que son muy fuertes, que me han hecho collera, pero no tengo la respuesta de por qué ellas no lograron más que yo”.
-Mirando hacia atrás, ¿qué ha sido lo más difícil de tu carrera?
“Conciliar, unir, la parte familia con la parte deportistas”.
-¿Incluso más que conseguir auspicios?
“Creo que soy una de las pocas deportistas que puede decir que en la parte auspicio nunca le ha ido mal, porque mi carrera deportiva de alto rendimiento empezó el año ’92 y desde ese año los auspiciadores nunca me han faltado.
“Hoy no estoy corriendo y sin embargo, mis auspiciadores siguen conmigo. Han sido fieles; ahora Carozzi y Nike, pero han pasado otras como Bata que han estado conmigo en las buenas y en las malas”.
-¿A estas alturas, qué sacrificabas antes que no estás dispuesta a sacrificar ahora?
“Creo que igual uno sigue sacrificando a la familia. Estoy a un mes del parto y ya estoy pensando en volver a las pistas y me puse metas. Dejar a los hijos de lado y que ellos te reprochen y critiquen no tiene precio.
“Lo que no haría ahora y que sí hice los últimos años es entregar más de lo que puedo, porque en muchas competencias sobrepasé límites y pude haber muerto por no hacerle caso a mi cuerpo. Después de que fui mamá, entendí que eso no podía ser y creo que el 2007, cuando me retiré del Panamericano, lo hice pensando en que tengo hijas y podía lesionarme. Uno se replantea, dice ¿vale la pena más sacrificio?. Siempre el alma de competir uno la lleva, el bichito se lleva, pero creo que en el futuro, en una competencia, diría hasta aquí no más llego”.
-¿Te cambió mucho la vida el deporte? ¿Qué habría sido de ti?
“Harto… no sé, pero no me imagino algo bueno, ni malo tampoco. A lo mejor hubiese terminado trabajando en algo que no me gustara, quizás en una casa de doméstica. No tenía los medios para estudiar entonces no me proyectaba en eso; lo más probable es que hubiese terminado emparejada con alguien, teniendo hijos, pasando malos ratos y rebuscándomelas para salir adelante; trabajando en cualquier cosa, de empleada, lo que no digo que sea malo.
“El deporte me ayudó a salir de la pobreza, que es un tema que tengo siempre presente, porque el ser pobre no es gracioso; no puedo asegurar que el deporte te saque de la pobreza, pero para mí fue un medio, un medio de salida de un ambiente en el cual podría haber terminado en la droga”.