Hija única, su madre murió a las pocas horas del parto, razón por la cual se crió con su padre y abuelos. Balanceándose en las higueras, corriendo sin límites por el campo, asegura que fue bastante feliz, incluso cuando su madrastra resolvió internarla en un colegio de monjas.
“Nadie me decía qué podía o no hacer, hacía lo que me daba la ganada; después mi papá se casó y me comenzaron a controlar porque yo era una desatada”, cuenta entre risas.
Ya en el Bellas Artes se enamoró de su profesor, Gustavo Carrasco, y al poco tiempo se casó. Concentrada en su arte, dice nunca haber tenido instinto maternal, aunque cumplió con sus labores de madre cuando nació su único hijo, hoy arquitecto.
De armas tomar, no dudó en aceptar una beca para estudiar en París a pesar de que su hijo tenía apenas 8 años. Para conseguirlo se buscó una aliada; su suegra, quien la apoyó ciento por ciento y dejó a su marido sin espacio para maniobrar.
A su regreso, siguió en lo suyo, cuestión que la distanció de él. Resolvieron no hablar más del tema que les apasionaba para no pelearse, pero finalmente el reconocimiento de su parte llegó. Un día –sentado en el comedor, cerca de los 90 años- observó una escultura de acrílico de su mujer y comentó: “Por Dios, que bien lo ha hecho, que bien lo ha sabido pensar”.
A los 87 años que –por cierto- no confiesa, dice que todavía le quedan ganas para viajar y escaparse a París.
-Si su arte tiene tanto movimiento, ¿su vida fue más estable?
“No sé, nunca me he preocupado de la vida; la vida la hago, no más”.
-¿Ya plantó el árbol? Porque tuvo un hijo y escribió el libro.
“Planté el árbol, está allá atrás. Había que hacer las tres cosas”.
-Eso es bien convencional.
“Poético, yo lo miro de esa forma, como un poco de poesía”.
-¿Qué otras cosas convencionales ha hecho en su vida?
“Pocas, nada, ninguna.”
-Sí, no era nada convencional tener un hijo pequeño y mandarse a cambiar un año a Europa.
(Se ríe) “Un año… y quedó la escoba. Cuando me gané la beca, y antes de hablar con nadie, ni con mi marido, fui a hablar con mi suegra –que era bastante culta, había sido artista, pero no se pudo dedicar a eso- me dijo acepta inmediatamente, aunque mi hijo se friegue un año entero. No la puedo no apoyar porque una mujer se tiene que desarrollar como lo había hecho ella. Mi marido no pudo abrir la boca”.
-Usted fue bien adelantada.
“He sido adelantada con mi historia, con mi yo-yo, como lo llamo”.
-¿Fue una rupturista?
“No, eso no lo he sido nunca. Soy bien convencional, me gustan ciertas reglas porque eso da equilibrio y nobleza al pensamiento. No soy de las que se lanzan al espacio”.
-O sea, nadie pudo decir que Matilde Pérez era una loca.
“No, cuerdita dentro de todo; aunque hacía algunas locuras que no molestaban a nadie”.
-Usted dijo que la maternidad no era una prioridad, pero tuvo un hijo…
“No esperaba tenerlo, cuando llegó dije hay que tenerlo, estoy fregada, pero fue uno solo porque no pensaba dedicarme a criar criaturas”.
-¿Con los años le ha cambiado su forma de ver la maternidad? Ese niño le dio tres nietos.
“Eso mejoró las condiciones, pero para qué me iba a encargar yo de las cosas que iba a dejar él”.
-¿Y es abuela chocha?
“No”.
-Entonces, ¿nietos chochos?
“Tampoco, tengo tres niñitas y nunca han sido chochas conmigo. No sé si no les llego o soy muy independiente, no sé. No voy a decir que no me quieren, pero…a lo mejor no me entienden mucho a mí o yo a ellas. No sé, esas cosas no las analizo.”
-Pero deben decir que tienen una abuela chora.
“No, no dicen nada o nunca se los he oído decir. No sé si se tratan de callar para que no se sientan que están jo-jo. ¿Sabes lo que es jo-jo? Joder, pero no digo la palabra porque es fea”.
-A esta altura de la vida, ¿le gustaría hacer otras cosas?
“Siempre, mientras tenga capacidades por qué no las voy a usar”.
-¿Y descansar?
“Para qué”.
-¿Se arrepiente de algo?
“De nada, he hecho lo que yo he querido cuando he querido; mi marido nunca me dijo nada porque parece que no se atrevía”.
-¿Fue una privilegiada?
“No me siento nada. Todo lo he hecho y nadie me lo ha impedido porque no han podido o no han querido”.
-Pero hizo su vida, cosa que pocas mujeres de su edad pueden decir.
“No soy privilegiada, hice lo que quise porque quería, lo que es elección no privilegio. A mí no me dieron las cosas, el privilegio suena a acomodaticio; las que no hicieron lo que querían no se atrevieron, fueron mari…. Soltar amarras es lo más difícil que hay.
“Yo soy yo y ahí termina mi historia”.