"Tengo 82 y, aunque sean cinco cuadras, me cansa llevar los paquetes del supermercado. Los taxistas me han increpado ya cuatro veces en el año por carreras tan cortas, así es que esta vez me fijé bien que el conductor tuviera cara de bueno... Sin embargo, cuando supo que me bajaría luego, me dijo un par de garabatos, que lo hacía perder tiempo y que viejas como yo debiéramos morirnos y no andar en la calle. Quedé muda. Revisé si yo le habría dicho algo..., pero no. Cuando les conté a unas amigas, cada cual relató experiencias en las que alguien las maltrató 'por ser vieja' ".
Los que aún no tenemos 80 solemos escuchar estas historias con poca atención, pero cuando se empiezan a repetir y dejamos de sentir seguros a nuestros padres, reconocemos que algo anda muy mal. Hay sociedades en las que, en muchos aspectos, existe una mala convivencia con las personas mayores.
¿Asusta tanto la vejez que nos enojamos con los que nos la recuerdan? ¿Somos tan básicos que atacamos a los débiles, como en la selva? ¿O es parte de ese individualismo que nos hace inconscientes del otro, incapaces de empatizar con una realidad diferente a la propia?
Una sociedad comunitaria se reconoce porque los conciudadanos se cuidan unos a otros, especialmente a los débiles. Es grave vivir en una cultura individualista como la nuestra, porque cuando nos hacemos débiles nos pasa por encima.
¿Cómo ayudar a transformarla? Haciéndonos conscientes de nuestras propias prácticas; en este caso, revisando si tratamos a los mayores como realmente nos gustaría ser tratados a esa edad.
En una sociedad comunitaria hay menos miedo de envejecer... y se puede andar en taxi aunque sean cinco cuadras, caminar más despacio, pedir que hablen más fuerte y más lento y, sobre todo, sentirse un legítimo "otro".