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Disfunción encubierta

La búsqueda de servicios sexuales y de pornografía puede ser el reflejo de la existencia de problemas sexuales que se intentan evadir a través de un camino incorrecto. Sin embargo, siempre dentro de los límites, las imágenes sugerentes de una película o una revista pueden inspirar las fantasías de dos.

01 de Agosto de 2008 | 09:28 |
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Prostitución y pornografía son dos tabúes sociales con años de historia. Ambas están fuera de lo que llamamos “moral y buenas costumbres”. Con todo, no es raro enterarse que padres de familia guardan algunas “Penthouse” al fondo de su velador, o escuchar por la prensa casos como los de Hugh Grant, que aunque tuviera de novia a una mujer como Elizabeth Hurley, fue sorprendido en Sunset Boulevard (Los Angeles) recibiendo los servicios de Divine Brown, una prostituta de 23 años, antes de que el actor fuera arrestado por “conducta depravada”. ¿Por qué se recurre a esto?

“En algunos casos son los mismos maridos los que me llaman, porque son impotentes y no pueden satisfacer a su pareja. Lo hacen con resquemor al principio, pero luego me aceptan. Tengo un par de parejas de muy buen nivel en Las Condes y Providencia”, comenta Pablo, un hombre que trabaja en un servicio de escort capitalino y que afirma que son cerca de cuatro mujeres las que lo llaman fielmente cada semana.

De ellas, Pablo dice haber visto casos en los que hay una clara insatisfacción con su pareja, además de sentir que “no valen y se menosprecian”. Algunas son “mujeres hermosas que he conocido y a veces me cuesta ayudarlas a recuperar la autoestima”, comenta.

La psicóloga de la Universidad Católica, Daniela Campos Schwarze, asegura que algunos pacientes que afirman utilizar pornografía, servicios sexuales o incluso realizar prácticas del tipo swinger “presentan de una u otra manera disfunciones sexuales encubiertas, que generalmente no ayudan de forma alguna a la pareja y en donde al menos uno de los miembros de ésta no está de acuerdo, explícita o implícitamente” con esto.
12 millones de adictos al sexo virtual
El cibersexo es una práctica que realiza más del 7% de los usuarios de internet, calculándose unas 12 millones de personas en el mundo que pasan entre 15 a 20 horas a la semana frente a sitios de contenido sexual en la red, según un estudio que realizó hace unos años la Universidad Complutense de Madrid.

Francisco Alonso-Fernández, catedrático de psiquiatría de esa casa de estudios, comentó a “El País”, tras dar a conocerse los resultados de la investigación, que el 50% de los adictos al sexo virtual, que tiene pareja estable, termina por cortar la intimidad con su compañero/a, centrando su actividad sexual al computador.

“Si la pareja descubre la adicción, es invadida por una mezcla de sentimientos de vergüenza, humillación e indignidad por traición. La consecuencia más rotunda es la ruptura de la relación”, aseguró Alonso-Fernández, quien comentó que algo que “casi nunca falta” en estos casos es la existencia de disfunciones sexuales u otros problemas previos, como la falta de satisfacción.

Sin embargo, en el caso de la pornografía, comenta que no todo es tan negativo, ya que las imágenes sugerentes fomentarían las fantasías y la exploración creativa entre las parejas. Incluso, “algunos terapeutas utilizan dentro de las técnicas para disfunciones sexuales el uso de pornografía del tipo ‘liviana”, sentencia.


“Ilustra, pero no educa”

Para algunos, la pornografía es considerada una distorsión de la sexualidad, con sus escenas llenas de vigor, virilidad, sensualidad y poses y situaciones extravagantes.

Sin embargo, en un estudio realizado por el doctor Alan McKee, en Australia, de mil usuarios de pornografía, el 90% aseguró que ésta tenía un efecto positivo en su vida, ya que les hacía tomar mayor conciencia sobre el placer de su pareja, además de sentirse menos críticos con respecto a los atributos físicos.

El resultado de esta investigación no se aleja mucho de la obtenida el año pasado en la Universidad Brigham Young (Provo, Utah), donde tras hablar con 813 universitarias, 5 de 10 mujeres dijeron que ver pornografía era una manera aceptable de expresar su sexualidad.

Pero para mujeres como Natalia, la idea de que su pololo vea pornografía está lejos de agradarle: “A mí me incomoda cuando ve películas de ese estilo, porque siento que va a esperar que pase lo mismo con nosotros y lo veo como algo muy lejano a la realidad”.

“Es necesario dejar en claro que la pornografía no es sinónimo de sicopatología, aún cuando hay momentos en los cuales el límite es difuso”, afirma Campos refiriéndose a las diferencias entre el porno catalogado como “softcore” y los géneros extremos que “incluyen hechos universalmente considerados como reprochables”, como la escatología (necrofilia), pedofilia, zoofilia, entre otros.

La psicóloga asegura haber visto casos de pacientes que presentan problemas de disfunciones sexuales; “debido al consumo de pornografía tienen una imagen tan idealizada del hombre dentro de la relación sexual que, al ver que su actuación no se acerca a lo observado por televisión, se llenan de angustia, lo que genera un círculo vicioso”, aumentando su problema.

Otros de los conflictos que presenta la pornografía, según Campos, es que la sexualidad se puede ver reducida sólo a la genitalidad, “exacerbando el momento de la penetración y dejando de lado preámbulos”, además de reforzar una falsa idea de que el sexo “no está relacionado con el vínculo, el compromiso y menos aún con el matrimonio. Eso, dejando de lado la degradación que puede implicar en la imagen y el rol femenino (…) La pornografía ilustra, pero no educa”.