En los últimos años se ha dado el gusto de rechazar guiones. Dice que si no lo conoce, si no le ‘tinca’ el director y el guión no es bueno, no acepta; en otros casos, el guión la puede conquistar, aunque el director sea muy joven.
Por lo mismo, aparece en gloria y majestad haciendo roles de anciana -“qué otra puedo hacer a esta edad”, dice- en films chilenos como la recién estrenada “La buena vida” y “El desquite” ambas de Andrés Wood, la “Recta provincia”, una serie que hizo Raúl Ruiz para TVN y
“La vida me mata”.
“A Andrés le tengo un agradecimiento tremendo y una gran admiración; me enseñó a trabajar en cine. Él es como Raúl Ruiz, si me lo piden, voy, porque sé que va a ser bueno, aunque a Raúl no le pido el guión porque sé que después va a hacer otra cosa”.
-¿Lleva la cuenta de cuántas obras de teatro ha hecho?
“No, pero son como ciento y tantas”.
-¿Y cuál es la que más la ha marcado, como obra y como rol?
“Mira, el teatro es tan atractivo, se prepara con calma y uno cabe en el papel. Eso hace que la gente la identifique con un rol, por eso cuando hice “La remolienda”, de mi marido Alejandro Sieveking, o “Ánimas de día claro” dirigidas ambas por Víctor Jara, fueron un gran impacto.
“Tal vez el rol que me marca es de Sonia, la sobrina de “El tío Vania” de Chéjov que no se hacía en Chile y lo puso en tabla el Teatro Experimental; era con María Canepa. Además, se da algo muy bonito, personal, porque Alejandro vivía en Talca y la fue a ver y dice que se quedó pegado conmigo. Lo pasaba regio haciendo ese papel, bomba”.
-Hagamos ficción, ¿qué le gustaría volver a hacer en las tablas?
“ ‘Ánimas de día claro’, ‘Las tres hermanas’, de Chéjov, que es una obra maravillosa que en Costa Rica dirigí; y cuando hago clases, al terminar el curso, también la montamos porque es una lección de actuación”.
-¿Confiesa que alguna vez no se haya atrevido a hacer un papel?
“No, nunca, porque yo sé que se puede hacer todo. Si el director te cree, te elige, lo haces, porque el teatro es como una expedición a la jungla en Brasil, se va paso por paso descubriendo las cosas y se termina con algo muy sólido en la mano.
“Sí confío en el director… porque el teatro es la dirección”.
-¿Cuál obra nunca le ofrecieron y le hubiera gustado hacer?
“Me habría encantado hacer un Ibsen, pero yo no tenía el físico para hacer algunos papeles y eso es un freno. Me habría encantado hacer ‘Hedda Gabler’ que parece que es un papel maravilloso”.
-Usted habla de la importancia del director, pero ¿cuánto debe pesar él frente al autor?
“Lo mismo, tiene que ser un buen texto, aunque venga el genio más grande y me diga que vamos a hacer una adaptación de la Isabel Allende, no, yo le digo
no te voy a acompañar en esta aventura (se ríe); tiene que haber un texto sólido, que signifique algo, que sea buen teatro y eso es tan difícil. Tiene que fascinarte.
“El año pasado nos metimos en “Cabeza de ovni” y nos fue muy bien y era de una persona joven, Manola Oyarzún. Era muy actuable”.
-¿Qué significó para usted recibir el Premio Nacional? Pensó que nunca se lo iban a dar.
“Nunca. En esa época estábamos haciendo “La celestina” y “La remolienda” y pedimos al Ministerio de Educación unas cosas, trajes, prestados. No los devolvimos porque se nos olvidó, y un día me llaman, estaba almorzando aquí, y me dicen que es del Mineduc. Yo me sorprendí y pensé al tiro en los trajes, entonces, la secretaria me dice
va a hablar con el ministro quien me informa lo del premio. Yo saltaba, reía, porque era tan inverosímil.
“A uno le dan un montón de plata…”
-Que se gastó en un lindo viaje a Europa. ¿Nunca ha temido por la precariedad de la vejez, sobre todo en esta profesión?
(Se larga a reír) “No, porque con el premio me dan un sueldo mensual. Además hasta ahora trabajo.
“Uno no tiene la vida comprada y ahora con la televisión, imagínate, con esos sueldos. En cuatro meses te compras un departamento así que ya no mueres en la calle.
“No, la precariedad está en el teatro, porque hay muchos actores y pocos montajes. Hay muchas escuelas, salen como 700 actores al año y no hay una demanda de público para eso”.
-Usted es bien crítica de eso, de hecho, renunció cuando en tercer año, los alumnos que recibió en una universidad eran malos y se preguntaba cómo habían pasado de curso.
“Es que la situación es sórdida. Si lo único que importa es que paguen. Además, para poder enseñar un arte tiene que ser un taller, no lo puedes hacer para 50 personas en una clase, uno tiene que estar al lado.
“Tiene que haber selección y eso no se hace, porque sino cierra la escuela”.