Comienza la clase de educación física. Treinta niños de entre 8 y 9 años se sientan rápidamente en sus asientos. Por razones de salud e higiene, la polera de cambio es condición para participar en la clase. ¡Sorpresa!, al menos tres estudiantes trajeron poleras extras para prestar, así nadie se queda sin participar.
Intercalados, hombres y mujeres no atienden si al lado están los íntimos amigos. Si alguien sigue hablando, recibe rápidamente de los otros una señal para que la profesora pueda explicar.
Comienzan las actividades con gran entusiasmo: algunas en absoluto silencio, otras de mucha cooperación, otras de liderazgo y otras de atención-concentración. No se pierde ni un minuto y se divierten mucho.
La profesora ha hecho un trabajo de lujo, y se reconoce que no ha sido sólo esta vez. Las actitudes y conductas observadas dan cuenta de un trabajo previo en participación, respeto, responsabilidad, compañerismo y colaboración.
Diversos factores inciden en una buena clase, algunos son de alta responsabilidad del profesor, como por ejemplo la calidad de la convivencia que forma en sus estudiantes, la disposición para el aprendizaje, el entusiasmo que contagie y una planificación cuidadosa que considere los aprendizajes esperados, así como las dimensiones física, socioafectiva, valórica y cognitiva.
Es probable que el trabajo bien hecho del docente sea lo que más impacta la calidad educativa. No sólo logra aprendizajes académicos, además forma actitudes y valores en los estudiantes.
El trabajo bien hecho de enseñar matemáticas, lenguaje, historia o ciencias, cuando logra aprendizajes y un ambiente cooperativo propicio, produce la experiencia de un vínculo formativo de respeto y solidaridad, pudiendo incluso ser reparador de posibles malas experiencias de vínculos familiares.
Debiéramos pensar, entonces, si es suficiente el "dar vueltas a la cancha" durante 45 minutos para decir que la clase de educación física estuvo bien hecha.
