Antes de tomar sus maletas y devolverse a Santiago de Chile, Francisco vendió su batería, el instrumento que lo ha acompañado desde antes de sus primeros éxitos musicales, cuando tenía sólo 11 años y su papá le armó una en su casa.
“Yo suponía que sabía tocar. Tenía un compañero del colegio que decía que sabía tocar batería y yo lo imitaba. Un día fui a su casa y vi que él se había hecho una con su papá. Era súper… Hecha con materiales de la casa, pero era como una batería. Ahí yo dije:
Mm, yo puedo hacer lo mismo. Llegué y también me armé una con unas cajas de herramientas. Mi viejo me hizo un high-hat con unos ceniceros de cobre, que tenían una horma con unas patas, y un resorte. Le pusimos un cable y una placa de aluminio. Tenía unos bidones… Después me regalaron una batería chiquitita y con cada cumpleaños, con cada Pascua, se le iba agregando algo nuevo, un platillo, lo que fuese”.
Francisco asegura que la venta de su batería fue simbólica, como una manera de dar vuelta la página y que ahora está interesado en instrumentos que no conoce, porque ve como un reto personal el agregarlos a su experiencia.
“El disco nuevo tiene cuerdas y yo no había experimentado mucho con ese lado docto. Es todo un mundo nuevo para mí. Yo vengo del pop, no de la música clásica e integrarla es un aprendizaje. Eso tiene este nuevo camino, que todo lo que quiero aprender, voy y lo enfrento”.
-En “Mi propia luz”, ¿tocaste batería?
“No”.
-¿La has evitado?
“Me es más práctico. Hoy estoy preocupado de mi guitarra, mi piano, de cantar bien”.
-Es como si hubieras roto con tu esposa y ahora pololeas con varias…
“Sí, pero no es que haya roto. Tuvo que ver con cerrar un capítulo que quería que acabara y partir uno nuevo. Me era mucho más interesante ese nuevo camino que estar mirando mi ex batería”.
-En este nuevo disco, ¿habrá una reconciliación?
“No lo sé (se ríe)”.
Ya a los 15 años se cuestionaba si sería buena idea dedicar su vida a la música, debiendo enfrentar los naturales prejuicios paternos ante el oficio artístico. Pero el mismo Francisco se define como obstinado, así que tras estudiar fotografía en la Católica y licenciatura en inglés en el Británico, siguió sus instintos musicales junto a la banda que ya había conformado a los 18 años: Lucybell.
“Sabía que tenía que sacar una carrera, pero la música cada vez era más fuerte y lo es hasta el día de hoy. Sería una persona muy diferente si no hubiese tenido este amor por la música. Sería cualquier cosa o no tendría un norte”.
-En tu página web dice que abandonaste tu ex banda porque te diste cuenta que tu búsqueda era incompatible con Lucybell. ¿Qué es lo que estabas buscando? ¿Es lo mismo que te motivaba cuando eras adolescente?
“Es parecido en cierto sentido. Siempre he sido súper intuitivo. Me manejo mucho con la intuición en términos musicales… Yo no soy un músico que lea música; trabajo no con códigos de la música convencional. A veces no sé qué acorde estoy haciendo, pero suena bien. Eso es lo que sé. Cuando tenía 14 ó 15 años era un reto hacer música. Pensaba que después del colegio iba a estudiar, pero la música iba a ser lo mío. Sabía que tenía que trabajar para eso, ser mejor, aprender más, crecer más. Salí de mi ex banda y la sensación fue parecida. No me atrevo a decir que encontré lo que estaba buscando, pero sí que progresé”.
-¿No sientes que vienes de vuelta?
“Sí, pero cuidado. Nunca me quiero confiar mucho de nada. No me gustaría decir ‘ya está’. Nadie puede hacerlo. A los 80 años te pueden decir que tienes la media experiencia, pero al poco tiempo te mueres y ¿a dónde quedó todo?
“Musicalmente hablando, estoy mejor que el año pasado. Me he nutrido de todo. Me encanta la filosofía oriental: budista taoísta o zen y creo que eso me ha influenciado ene con el disco que saldrá ahora. Me siento más pagano que en otras épocas. Se me han caído ciertas creencias que hace un tiempo tenía, como las religiosas… Hoy creo en el silencio como un punto de encuentro y crecimiento. Todas las religiones abarcan lo mismo. A partir de la muerte de mi mamá, hace dos años atrás, me cambió un montón de cosas”.
-¿Se te cayeron las creencias religiosas?
“Soy menos religioso que antes, soy más espiritual. Hoy creo mucho más en que hay vida más allá. Es algo que siento.
“Creo que uno regresa a esta casa. No sé de qué forma, pero lo podemos ver en cualquier ítem. Uno ve una planta que tiene vida, un árbol tiene vida. No es que yo haya descubierto nada… Un perrito que se acerque, estos de la calle, no tiene la misma mirada que uno que vive en un departamento. En cada animal hay algo… ¿De dónde viene? ¿qué es? ¿Somos nosotros mismos? No lo sé”.
-¿Qué más cambió en ti la muerte de tu madre?
“En ese momento dejé de creer en un montón de cosas, pero hoy puedo decir que la muerte enseña, hace crecer, cambia la perspectiva de las cosas, comunica con algo terrenal. No sé si había tenido un concepto de tiempo tan fuerte como a partir de ese momento. Me he visto diciéndole a gente un montón de cosas antes de despedirme de ellos o de equis persona, porque no sé si voy a poder verlos después”.
-¿Tú no te pudiste despedir de tu mamá?
“Puede que me haya quedado con cosas no dichas, al momento de la muerte de mi vieja, pero he conversado con un montón de gente que ha vivido el mismo rollo y es la misma sensación… Uno nunca termina de decir ‘cerré el ciclo’ con una persona, porque la muerte es inesperada. Por eso digo que enseña, porque creo que desde ahí trato de estar presente más en el ‘ahora’, aunque me doy cuenta que es difícil estar tan anclado en el ‘ahora’. Hay que pensar en la reunión de mañana, que el lanzamiento del disco, que tengo que ir al estudio… A uno se le va el día y después dice
‘estoy súper cansado’. ¿Cuál es el sentido de esto? Está bien, yo hago música, amo lo que hago, pero llega un momento en que estoy exhausto y no quiero saber de nada ni nadie. ¿Está bien que esté así? No sé”.
Cuando queda así de exhausto, Francisco se va a su campo, ubicado entre Santiago y Viña, donde puede disfrutar de un bosque nativo y del silencio que tanto atesora, para conectarse consigo mismo. Allá es también donde se encierra a componer su música, solo.
“Soy vergonzoso cuando estoy armando ideas, cuando estoy probando frases. En casa trabajo en horarios donde no hay nadie (ni siquiera su esposa, Verónica Calabi, Miss 17 en 1991 y actual conductora del canal Vía X). No puedo trabajar si hay gente alrededor. Me gusta cómo los pintores trabajan, lo hacen súper solos”.
-Has dicho que es bueno hacer del trabajo tu propia vida y de la vida tu propio trabajo. Da la impresión de que no tienes tiempo libre.
“Me encantaría tener más. Pero para mí, tiempo libre a veces es jugar con el teclado, así puedo estar toda la tarde. Creo en esos momentos sin tiempo que la música entrega. A veces me pongo a trabajar y se me olvida que tengo hambre, qué hora es… Es que la música es profunda, es como la religión, es como meditar y me encanta eso, que con la música te adentras en un túnel atemporal. Hace que te olvides, que te desconectes.
“Cuando termino esos procesos de trabajo, que son densos, y después salgo, es como:
Ah, no sabía que había pasado tal cosa. Y me dicen:
Oye, ya po’, ubícate un poco. ¡Lee algo! Pero me encanta. Estoy más contento en esos momentos que en el diario vivir”.
-¿Cuál es tu vicio privado?
“El ocio. No hacer nada, caminar, no levantarme, no tener que mirar la hora”.
-Como lo haces cuando te encierras a componer.
“Puede ser que eso sea un vicio. Después de esto, me voy a dar unos días y de seguro que me voy a tener que llevar algún instrumento, porque necesito tener uno al lado, aunque no tenga que hacer temas nuevos. Es una necesidad al final”.
-En esos días que pasas componiendo, ¿cuánto es lo máximo que has estado sin levantarte, perdido en el tiempo?
“Una semana. Me encanta esa sensación de no tener relación con el tiempo y que la única que haya es cuando miro al cielo y digo:
Ah, el sol está ahí. Debería ir a comer. Me encanta pasar por este tipo de procesos”.
-Pero te exigen tanto, que ni siquiera eres consciente de la hora que es.
“Sí, pero también lo mezclo. Hago otras cosas entre medio (se ríe), pero son secreto”.