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El número 57

30 de Septiembre de 2008 | 14:31 |
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“Lo de la cocina viene desde chico. Yo estuve internado 7 años y mi pupitre era todo cocina. Tenía un tarro de duraznos, jamón, palta y yo hacía sandwiches para vendérselos a mis amigos, y a los más mateos, cuando me soplaban, yo les pagaba con comida. Así iba pasando de curso”.

Coco Pacheco recuerda su niñez con momentos duros para él. Incluso se emociona un poco, o al menos algo de tristeza se asoma cuando habla de su época de internado.

“Yo no sé por qué lo hicieron mis papás. A los 7 años, cuando se aburrieron de cambiarme de colegio por la dislexia, me internaron. Tal vez pensaron que así iba a estudiar mejor”.

Sólo 2 veces al año le dejaban salir, por eso Coco dice no haberse criado cerca de sus hermanos. Incluso, cuenta que nunca salió de vacaciones con su papá. Sus modelos fueron sus padrinos, su nana y los pescadores de Puerto Montt.

“Siempre le saco un poco en cara eso a mi mamá, cuando me dice ‘qué desatento eres con tus hermanos’. Yo le digo: ‘Pero si nunca vi a mis hermanos, no me crié con ellos. Entonces, ¡qué me pides mamá!’ y se queda callada. Yo le pregunto> ‘¿por qué me internaste?’ Me faltó ese cariño de papá y de mamá. Bueno, mi papá estaba enfermo. Tenía una diabetes avanzada y murió muy joven, a los 56 años, así que pasaba muy enfermo. Eran otras épocas”.

Pupitre 57, alumno 57, Jorge Pacheco era un número en un internado que califica como una prisión. Las visitas dominicales eran suspendidas si las notas eran malas, en una época donde la mala conducta se corregía con el reglazo o la campanada en la oreja.

“Pero fui lo suficientemente fuerte. Uno se pone hábil. Me metí a scout, porque con eso podía salir. Era el monaguillo, me comía la ostia, me tomaba el vino, hacía misa donde las monjas, porque me regalaban torta y estaba con 400 niñas internadas en Santa María… Yo las miraba y me ponía colorado. Hacía la misa, pero no con el interés de la misa. Lo hacía por sobrevivencia”.

-¿Es un tema superado ya?
“Es duro. No es lo que le doy a mis nietos ni a mis hijas. Yo les doy todo… Les estoy haciendo un daño terrible tal vez”.

-¿Malcriándolas?
“Sí”.

-¡Pero esa es la misión del abuelo!
“Sí poh… Darles todo lo que a mí no me dieron. Estoy chocheando. Los nietos son lo mejor que te puede pasar y siempre voy a estar preocupado de que lo que a mí me hicieron no les pase a ellos. Eran otros tiempos, muy duros. Los papás pensaban de otra manera. No había psicólogos ni nada que ayudara. Pero aquí estoy y eso me ha ayudado a sobrevivir en este mundo”.

-Te hizo muy independiente también. Debe ser complicado trabajar junto a tu esposa...
“Es súper complicado, pero quién mejor va a cuidar las platas que tu propia señora. Porque yo soy un poco desordenado, así que la señora es como el perro Rottweiler que yo tengo. Cuando no me pagan, la mando a hablar a ella y le pagan al tiro, no sé por qué. Ella ve todo el tema plata y yo soy el que gasto, así que hacemos un buen complemento, porque si los dos gastáramos, estaríamos arruinados. Y si ninguno gastara, seríamos unos amargados, que no disfrutan de la vida”.

-Ella dice que en enero te vas a navegar solo, con tus amigos, mientras ella se queda trabajando. ¿No lo encuentras injusto?
“Después de haber estado once meses al lado de ella, día y noche, las 24 horas… Tomar desayuno con ella, bajarse del mismo auto, trabajar, almorzar juntos, irse en la noche juntos… ¿No tengo el derecho de tener un descanso náutico?”

Cristina Baquedano y Coco Pacheco están casados desde el 30 de marzo de 1973, siendo ella la mujer que ha acompañado al chef en toda su conocida trayectoria, con sus altos y bajos.

“En un momento estuvimos en crisis, como todos los matrimonios. El carácter de ella es bien dominante así que yo empecé a chorearme. Ella es como generala. Y resulta que aquí habían dos generales, yo y ella. Entonces, los empleados empezaron: ‘Es que don Coco dijo que el plato es así, es que la señora dijo que es asá. Así que cuando empezó a haber este desorden interno por los dos, le dije: ‘¿Sabí’ qué? Esta cuestión es bien clara. Vamos a separar las responsabilidades y donde yo esté, tú no te metas y donde tú estés, yo no me voy a meter. Yo sé que lo estás haciendo lo mejor que puedes. Lo que no queremos es chocar, porque esto nos va a llevar a la separación y ya me está saliendo humito por la cabeza y te estoy viendo fea”.

Es por eso que Cristina y Coco tienen sus oficinas separadas, aunque trabajen en el mismo lugar. Según el chef, de lo contrario, ya habrían muerto los dos, o más de un plato habría saltado por la cabeza de alguno.

“Es bueno separarse, rayar las canchas y decir las cosas antes de que exploten. Así hemos aguantado 35 años de casados y ha sido una suerte. Ella es muy trabajadora. Ella ha sido un gran punch, sobre todo en estos momentos difíciles. Ella se apretó el cinturón. Sabemos que estamos en vacas flacas, pero ya llegarán las gordas”.

El motivo por el que Coco deja a su esposa trabajando en Santiago, es “Flor de Mar”, una lancha chilote que compró a un amigo, a quien antes veía con envidia por poseer tal navío, el que ahora, restaurado, funciona igual que un yate por dentro. Es la chochera del chef, quien decidió invitar a dos amigos a sus travesías de mar: Carlos Cardoen y Coco Legrand. Juntos, inventaron “La ruta del chorito”, que consiste en una instalación de madera en la que se detienen cuando hay mal tiempo, además de la travesía por distintas islas del sector de Chiloé, en las que los esperan con curanto, cordero, entre otras delicias.

-¿No te dan ganas de irte a vivir al lado del mar?
“Es mi sueño (sonríe). Lamentablemente, la plata está acá en Santiago. Es que aquí todo es centralizado. Lo he estudiado mil veces. Lo otro es que no me acompaña mi señora. Tendría que cambiar de señora y eso también me sale muy caro… El sur me atrae mucho. De hecho, estoy haciendo un proyecto de un restaurante en Puerto Montt, que está metido en el mar, como un palafito. Ahora con el incendio se paró todo, pero quiero dejar algo allá, algo con cuento. Si yo hago una cuestión de cemento, con mucho glamour, mucho mariconeo que ponen ahora para mi gusto, es como plástico y eso ya no vende. Tienes que vender el cuento verdadero, metido en la misma decoración”.

Coco no sólo cocina maravillas, sino que también esculpe hermosas piezas que ya han sido presentadas en exposiciones de la capital. “En suspensión” se llamó la última que realizó, cuyo nombre se debe a la chaqueta de chef, fundida en metal, colgada de un cordel de ropa, que es la cara del evento.

“Llevo como dos años en esto”, dice, mientras enseña el catálogo de su reciente muestra. Enseña una bruja, “la única que no se vendió, porque nadie quiere tener dos brujas en la casa”, dice y asegura ser “el único pelotudo que las tiene”. Entre los que adquirieron un original de Pacheco se encuentran Andrónico Luksic y su gran amigo Coco Legrand. “Él compró ‘Socorro’, que es una mujer salvando al hombre del precipicio. En un momento complicado, la mujer, que es mi señora, me dio la mano para no caerme. Siempre las mujeres ayudan a los hombres. Si tienes una mujer nunca vas a caer al precipicio”.

-¿Fue inspirado por algún momento en especial?
“No te lo voy a contar (se rie). No, algunas cagadillas por ahí, pero nada grave ni raro. No he estado metido en drogas, porque por ahí pueden pensar que era eso. No, condoros… Pero no alcancé a caerme”.

-¿Ese es tu vicio privado?
“Sí, está dentro de mis vicios… Uno raya la papa y empieza a evolucionar. Primero empecé con piedra y andaba en la playa recogiendo piedras, después empecé a fundir en cobre. Así te vas en la volada y te va agarrando esto sin que te des cuenta. Ahora no he podido hacer muchas cosas. Estoy sonado con lo que pasó. Está en stand by”.

-¿Y la “Flor de Mar”?
“La lancha chilota es mi pasión, es mi escape. ‘La ruta del chorito’ es lo mejor que me pudo haber pasado… Con mis amigos estamos controlando el mes para ver cuánto falta, y nos llamamos: ’¡Huevón, que se me hace largo el mes! ¡La vieja me tiene hasta aquí!' Vamos a pescar, comemos choro zapato, centolla recién sacada por nosotros, llevamos los mejores vinos…
“El Carlos se levanta a las 7 de la mañana y nos prepara el desayuno: choro zapato con vino blanco y vemos el crepúsculo. Entonces, viene y dice: ‘¿Se dan cuenta que con tan poco somos felices, par de huevones?’ (se ríe). “Estamos en un mundo en el que nos reímos solos. Todos necesitamos de este escape. No es injusto que me vaya un mes. Allá pescamos, buceamos y tenemos nuestras picadas. Nos desconectamos, vamos a hablar cabezas de pescado y volvemos a ser como niños. Volvemos renovados. En vez de ir al psicólogo, vamos a ‘La ruta del chorito”.
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