"Hasta hace un año, yo era la ídola de mi hija. Era muy apegada a mí. Desde que cumplió 13, me critica todo. He optado por 'pararle el carro': no tengo por qué discutir con ella todo lo que hago", dice Bernardita, una madre de 40 años a quien esta nueva actitud de su hija le provoca mucha rabia.
La niña está dejando de serlo y ha entrado a un proceso de tomar distancia de sus padres, lo que le es necesario para formar su propia identidad. La madre, en tanto, está en la mitad de la vida, empezando a despedirse de la juventud.
"Son dos crisis que se juntan. Para ambas es un momento complejo, de cambios", dice la psicóloga y psicoanalista Carmen Gloria Fenieux.
"Es un escenario complejo que invita a la reflexión: cómo hacerlo para que el vínculo madre-hija siga siendo nutritivo aun en estas circunstancias", agrega la psicóloga Gabriela Valls.
Sin pedestal
Las psicólogas invitan a las madres a entender que las hijas necesitan tomar distancia de ellas para elaborar su propia identidad.
"La hija necesita sacar a la mamá del pedestal en que la tiene. Y las madres necesitan entender que no es algo contra ellas, sino que es parte del desarrollo de la niña", dice Gabriela Valls.
"Si hacen esta reflexión, podrán tolerarlo mejor y no responderle a su hija desde la rabia, sino desde el entendimiento, sin dejar de poner los límites necesarios", agrega.
Un ejemplo exagerado de lo destructivo que puede ser este conflicto estuvo en pantalla todos los días a través de la teleserie de TVN "El señor de la Querencia". La hija adolescente (Celine Reymond) se enamora de Manuel (Álvaro Rudolphy), el hombre que su madre ama en secreto (Sigrid Alegría). Cuando la joven se entera de eso, competirá con ella por ese amor.
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51% de las mujeres quisiera que sus madres les hubieran reforzado su atractivo mientras crecían, según un estudio en 10 países.
61% de ellas reportó que sus madres tuvieron una influencia positiva en el modo en que se ven a sí mismas.
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"Ella quiere ganar. Y el hecho de que su mamá ame a Manuel la engancha más. Inconscientemente, ella ha competido con su madre desde siempre: es la única hija mujer y la regalona de su papá", dice Celine Reymond, quien construyó este personaje pensando en ese conflicto.
"Ninguna de las dos actúa con madurez. Han vivido encerradas, no conocen otro mundo. Y se encandilan con este afuerino".
La madurez es un elemento clave para vivir esta etapa de un modo constructivo. Y las madres son las llamadas a vivirla con lucidez, a pesar de lo dolorosa que puede ser: "Ellas ven a sus hijas floreciendo como mujeres, al mismo tiempo que están perdiendo su propia juventud", dice Gabriela Valls.
"Y tienen que empezar a aceptar que las reinas de la fiesta no van a ser ellas, sino sus hijas", agrega Carmen Gloria Fenieux. El cómo vivan este duelo depende de su madurez y de cómo hayan resuelto sus propios procesos de adolescencia.
Una actitud constructiva es hacerse a un lado, "aceptar que la hija no es una prolongación nuestra y permitirle que brille y que vuele con alas propias", dice Carmen Gloria Fenieux.
Una actitud poco sana, coinciden las psicólogas, es "asimilarse" a la hija: convertirse en su amiga, compartir la ropa, participar de sus espacios de amistad. Es decir, "disputarle su lugar en la fiesta".
La hija sufrirá por esto. Le dificultará encontrar sus espacios de identidad, complicará su autoestima y sentirá la falta de una mamá-mamá, que la acompañe desde una cierta distancia y poniéndole los límites necesarios.
Exigir perfección
Otro estilo de maternidad que no permite un desarrollo adecuado es el de la madre sobreexigente que le pide a la hija adolescente perfección en todo, buscando realizar a través de la joven lo que ella no pudo hacer.
Es el caso de Monserrat, una mujer de 42 años que vivió su adolescencia cumpliendo las exigencias de su madre: "Tenía que hacer ballet, tocar piano, sacarme buenas notas. Yo era como su muñequita, una proyección de ella". Entró a la universidad a estudiar una carrera aprobada por todos, menos por ella misma. A los pocos años se cambió de universidad y empezó un largo proceso de búsqueda de su identidad, sorteando la fuerte influencia de su madre.
"Aún hoy, puedo sentir la reprobación de su mirada porque no estoy en el peso que a ella le gustaría. Pero se fue a vivir a otro continente y nunca nos habíamos llevado mejor. El e-mail es nuestra mejor comunicación. Nos permite pensar bien lo que nos decimos", dice.