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“Mi tiempo de pobreza es la fuente de mi vida”

23 de Octubre de 2008 | 11:30 |
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La historia de la Fundación Rodelillo está estrechamente ligada a la de Macarena Currín. Asistente social de la Universidad de Chile de Concepción, trabajaba en la municipalidad de Estación Central, en 1987, cuando se encontró con un grupo de familias damnificadas del terremoto de dos años antes. Resuelta se acercó a un grupo de empresarios y juntos se pusieron manos a la obra movidos por el mensaje del Papa Juan Pablo II a las familias en la localidad que les dio el nombre.

“La fundación es mi hijo, aunque es algo que hemos construido entre todos, pero difícilmente le podría dar el tiempo que le doy si tuviera los propios. Mi marido dice que trabajo en ella 24 horas, 7 días a la semana”, cuenta.

A los 51 años, Macarena revive en su labor diaria la dura tarea de supervivencia que experimentó cuando era adolescente y vivía en Constitución. Su madre murió cuando tenía 14 años y tuvo que hacerse cargo de un padre enfermo y tres hermanos menores, debiendo procurar el alimento para todos los días. Lo consiguió y los tres llegaron a la universidad gracias a su buen rendimiento escolar.

-Viviste vulnerabilidad siendo pequeña. ¿Qué fuerza interior te sacó a ti de la condición de pobreza?
“Saber que tienes el derecho a vivir; la certeza de eso hace que un conocido te regale el pan del día. Me acuerdo que una vez una señora, sin conocer nuestra historia, nos regaló un saco de porotos con que comimos todo un año. Eso es creer”.

-¿Qué pasa con la gente que no tiene fe?
“Cuando escucho a algunas personas decir que no tienen fe me da pena; cuando Lagos dijo que no creía me preguntaba de qué se iba a agarrar para sacar adelante su gobierno. En los momentos de dolor, cuando no tienes nada, Dios está a tu lado y con eso no te falta nada; y de verdad, así es”.

-¿Tu vida precaria determinó tu proyecto de vida?
“Creo que sí, fue mi trampolín y es parte del tesoro de lo que soy hoy. Mi tiempo de pobreza es la fuente de mi vida; nada en mi vida era evidente, desde comer a tener confort y conseguirlo era un gran logro. Yo me levantaba experimentando el logro.
“El tiempo de la pobreza es un tiempo maravilloso, hay que vivirlo para comprender todo lo grande que hay ahí”.

-¿Nunca te sentiste o has sentido angustiada?
“¿Qué es eso?... ¿Quién soy yo para sentirme así? Mi gran tesoro eran mis dificultades, quien era yo para decirme ay, pobrecita. Y por eso tampoco me siento un Dios ayudando a la gente, ¡no!, estamos compartiendo la vida y trato de hacer mi aporte ayudándolos a encontrar sus herramientas.
“Yo no tengo un pensamiento tan mesiánico, a mí me toca ayudar a mil, otros mil le tocaran a otro. Es como preguntarse por qué no lo puede hacer el Presidente o la Iglesia Católica. Cada familia que ayudamos tiene muchas más alrededor y cuando a esa familia le cambias la mirada para que logre ver que puede salir adelante, se la estás cambiando a las demás”.

-¿Cómo te sobrepones al dolor?
“Lo abrazo, todos los seres humanos tienen dolores, incluso el más rico. Y yo no cargo con los dolores de ser mesiánica”.

Cuesta creerle que no tiene espíritu mesiánico. Casada con un norteamericano que conoció en el Tavelli, ya en la treintena, se fue en 1997 a vivir con su marido a Estados Unidos y pese a todas las dificultades que le implicaba no manejar el idioma, terminó replicando en Los Ángeles el modelo de la fundación Rodelillo.

Decidida a mantenerse activa, postuló –con las patas y el bulle- al cargo de gerente de una sucursal de Pizza Hut-Taco Bell. En la entrevista de trabajo logró convencer a sus empleadores de que era la persona adecuada, la contrataron y empezó su período de entrenamiento haciendo las labores de limpieza en los locales, lavando baños y platos.

“Fue entonces que comencé a conocer la vida de los latinos de escasos recursos en EE. UU.. Ellos me enseñaron todo lo que tenía que saber para sobrevivir en ese país y al terminar el entrenamiento ya sabía qué era lo que tenía que hacer”, cuenta.

Renunció al cargo de gerente y se acercó al cura de la parroquia de su barrio a quien le propuso hacer un levantamiento de las necesidades de su comunidad, con lo que luego iniciaron el programa de ayuda a cerca de 250 familias, en lo que fue una réplica de Rodelillo. “Motivaba a la gente diciéndoles que tenían que comprar su pasaje al cielo”, dice.

-¿Por qué regresaste?
“En el 2002 la fundación estaba en dificultades y me pidieron que viniera a hacer una asesoría. Se dio la coyuntura de que mi marido tampoco estaba satisfecho con su trabajo en una empresa de corretajes y volvimos después de vender todo”.

-¿Te costó?
“Sí, pero al final el ser humano, es ser humano en cualquier parte y las dificultades que viven las familias acá, son las mismas que se viven allá. Lo que te mueve es el amor y, en verdad, somos más parecidos que diferentes”.


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