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“Volver es un concepto al que le tengo miedo”

06 de Noviembre de 2008 | 09:23 |
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Al igual que la vida literaria de Brulé, la vida real de Ampuero ha ido de aquí para allá dentro del globo.

A los 21 años, el militante de las Juventudes Comunistas dejó su Valparaíso, escapando del caos del golpe de Estado para ir a parar a la RDA y luego a Cuba, hasta que el desencanto por el lado más ortodoxo del socialismo lo llevó a buscar más libertades en la Alemania occidental.

Hoy, casado en segundas nupcias con la diplomática guatemalteca Ana Lucrecia Rivera -su primera esposa fue Margarita, hija del antiguo fiscal de la revolución cubana Fernando ‘charco de sangre’ Flores- vive en el Midwest estadounidense junto a sus dos hijos, Ignacio (16) y Ximena (18). Ahí el escritor se dedica a su labor literaria y a hacer clases de escritura creativa en la Universidad de Iowa.

-Llevas 21 años casado con Ana Lucrecia. ¿Tienes alguna receta para compartir sobre cómo llevar un buen matrimonio?
“Creo que lo más importante es aprender a escuchar al otro, entender lo que te está diciendo a través de las palabras, de los mensajes, del lenguaje corporal. Hay que estar atento. Eso ha sido esencial para mí y mi mujer me enseñó a escuchar y también a incorporar en la literatura la voz de la mujer… Ella me acompañó ahora (a Chile)… Siempre tomamos aviones distintos, si no estamos con los niños”.

-¿Por qué?
“Porque si se cae el avión, los niños se quedan sin padres. Así que siempre, siempre, si no viajamos los cuatro, ella toma un avión antes y yo otro después. Hace poco tomamos un uno de Madrid a Londres y no nos dimos cuenta que la conexión que nos habían hecho en Estados Unidos nos metía en el mismo avión. Era un Spanair y una semana después se cayó un avión de la misma línea, del mismo modelo y del mismo aeropuerto de Barajas. Uno puede decir: Chuta, que raro que estos tipos vuelen separados, porque para que pase algo es imposible. Pero mira, estuvimos re cerca”.

Al menos una vez al año, los Ampuero Rivera vienen a Chile, directo a su casa de Olmué, “un lugar muy grato, como un refugio para ocultarse ahí, tranquilo…”, dice el escritor antes de comentar, con orgullo, que ellos mismos han plantado cada árbol que hay en el terreno.

-Has dicho que con estos viajes esperas que tus hijos se identifiquen más con Chile. ¿Lo has logrado?
“De Chile tienen un concepto muy abstracto, porque ellos nacieron en Alemania y han vivido en Suecia y EE.UU., fundamentalmente. Es a través de Olmué que el país ha adquirido un carácter más concreto... Para ellos siempre es fascinante eso de volver a Chile. Aunque para mí lo importante es que sean capaces de funcionar en muchas culturas.
“Es cierto, han viajado mucho para la edad que tienen. Nos hemos desplazado bastante, porque tampoco queríamos que se convirtieran en personas del Midwest, un lugar que no es cosmopolita, con excepción de Iowa City... Con mi mujer nos fascina esta ciudad de 15 mil habitantes, con la universidad… Tiene una vida muy tranquila, llena de cultura. La literatura es muy importante para esta ciudad, pero a ellos (Ignacio y Ximena) les gustaría, obviamente, vivir en otras ciudades”.

-Sobre Neruda has dicho que la trascendencia no la dan los libros, sino la descendencia. ¿Qué es lo que quieres traspasarle a tus hijos, para, de alguna manera, trascender?
“Cuando uno dialoga a diario con ellos se descubre qué quiere dejarles… Quiero que tengan el máximo de puertas abiertas, el máximo de experiencias, de culturas diferentes… Que se puedan desplazar y ubicar, comparar y poder escoger el lugar donde quieren vivir. Yo creo que eso es importante, porque si bien muchas veces vivimos donde nos tocó hacerlo, también es posible forzar un poco las cosas y vivir donde uno quiere o donde uno descubre que le gustó vivir. Eso implica que en un momento determinado ellos me digan: Oye, me quiero ir a vivir a San Felipe. El mundo estuvo bien, París, Nueva York, pero me interesa, vivir en San Felipe, ahí, en la tierra”.

-¿Hablas desde la experiencia?
“Sí, eso lo recogí de mi propia formación con mis padres que siempre me dieron mucha libertad. Mi madre es católica y mi padre es un masón de toda la vida y cree en una educación da la libertad de que uno escojas su propio camino.
“Hemos tratado con mi mujer -porque este es un trabajo en conjunto- de que ellos asuman la responsabilidad por su vida, que sepan que hay consecuencias en todos los pasos que uno da. Quizás es mucho más fácil si los padres dicen: Mira, esto es así, nosotros somos de tal religión, pensamos tales cosas, esto es lo que tienes que seguir…, pero esto es más arduo, es una búsqueda, una exploración. Soy un convencido de que si los padres pueden estar cerca de ti, dándote su opinión, no sus órdenes, puede ayudarte mucho”.

-Cayetano Brulé es norteamericano de pasaporte, pero cubano y medio chileno de espíritu. En tu caso, el pasaporte es chileno, ¿qué pasa con tu espíritu?
“(Se ríe) Yo tengo la semilla que es chilena, es la esencia. Pero alrededor de esa esencia se han ido acumulando y han ido creciendo otras cortezas, por haber vivo en Cuba, en Alemania del Este, también occidental, en Suecia, Estados Unidos… Sería muy triste que después de haber pasado 35 años por el mundo dijera: No fíjate, a mí el mundo no me ha dejado ninguna huella y sigo siendo el mismo chileno que era cuando salí. Pero insisto en que la esencia es absolutamente chilena. Bueno, por algo vuelvo siempre acá”.

-Hasta el 2005 habías vivido sólo 4 años en Chile, desde que te fuiste el ’73. ¿No crees que has perdido algo de identidad?
“Cada vez que yo les pregunto a mis hijos eso: ¿Y ustedes qué son? ¿Cómo se definen? ¿Son chilenos, norteamericanos? Me dicen: Esa pregunta es rara… Porque, ¿cómo vas a medir la identidad a partir de una frontera? La identidad está hecha por las experiencias…. La identidad de uno se va enriqueciendo, va cambiando continuamente y va absorbiendo influencia, eso es lo importante. Ahora, siempre hay una veta central, que para mí es Chile… Valparaíso es importante”.

-Ahora que vuelves allá con la gira del libro, ¿qué esperas encontrar?
“¡Hiii! (dice con ilusión) Para mí lo importante de Valparaíso -y cada vez que vuelvo a Chile lo hago- es caminar y caminar y caminar por sus calles, escaleras y recovecos. ¿Sabes a lo que se parece Valparaíso? A estos caleidoscopios… Eso es Valparaíso para mí. Cada calle, cada peldaño que tiene es otra visión de las cosas y eso me carga de energía, de historia. Valparaíso me recarga las pilas completamente. Es una ciudad completamente literaria y yo creo que desarrollé, inventé y coloqué a Cayetano, porque esta ciudad tenía que tener un personaje de ficción”.

-¿Cuándo vas a volver definitivamente?
“Volver es un concepto al que le tengo miedo, porque nunca se vuelve a ningún lugar, porque el lugar es otro. No puedo volver a ese Valparaíso que dejé, porque se fue para siempre, es otro más interesante, porque se ha hecho más cosmopolita y tiene energía y una confianza en sí mismo. Pero uno de mis sueños es vivir una parte del año en Valparaíso y otra parte en Iowa City, que es la ciudad que me hace muy bien”.

-¿Eres wanderino de corazón?
“En las duras y en las maduras”.

-¿Sigues los partidos desde Iowa?
“Si, siempre entro a los diarios chilenos para saber cómo va la cosa. Wanderers es más como Chile: tenemos buenos momentos y malos momentos”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“(Se ríe) ¿Cuál será? Es que tengo… A ver, correr no es un vicio privado, escribir es un vicio pero no es privado… Sí, he descubierto, de pronto, una necesidad de tener que ordenar las cosas adonde llegue. Como que no puedo comenzar a hablar hasta que esté todo ordenado (dice, mientras mueve una botella de agua mineral y un vaso, para graficar su manía).
“Lo otro también es que, aunque nunca he sido supersticioso, de pronto, siento que hay señales que… ¡Ah, esto es lo central! Cuando me dan a elegir entre dos opciones es fatal, me quedo paralizado. Por ejemplo, en el aeropuerto, si me dicen: Señor, su avión sale en una hora más, pero ¿prefiere tomar el vuelo anterior? Ahí, me quedo paralizado… ¡Hiii, ¿y si se cae el avión que elijo? Es terrible”.
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