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“Debo ser pésimo bailando en una disco”

27 de Noviembre de 2008 | 08:23 |
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Truenos y una tormenta que inundaba Buenos Aires caían el 10 de noviembre de 1970, cuando Luis Ortigoza apareció en este mundo, según lo recuerda su mamá, Dora.

Es el menor de 4 hermanos y tiene una diferencia de 8 años con el más próximo a él. “Yo no nací por casualidad, pero no estaba en los planes de mis padres. Aparecí y nací una noche de tormenta, muy teatral”, dice el bailarín, antes de explicar los recuerdos que le traen a la memoria las canciones de Joan Manuel Serrat: su hermano mayor y sus dos hermanas más grandes, quienes, junto a Dora, consentían en todo al más chico de la familia.

-¿Te consienten hasta hoy?
“Sí, pero no en la misma forma. Por ejemplo, mi hermana mayor vive a unos 300 km de Buenos Aires, en la costa, y las últimas veces que yo fui a bailar ella viajó para verme. Siempre que nos juntamos todos y es como una gran fiesta. Nos hablamos por teléfono igual, pero el hecho de estar en contacto cambia todo”.

-Marcela Goicoechea, también argentina, ha dicho que no se arrepiente de nada por estar aquí, que “cuando la vocación es fuerte, no te permite llorar por lo que estás dejando”. ¿Te pasa lo mismo?
“Si, es una cosa media contradictoria y es fuerte, pero bueno es lo que uno eligió y es así. En este momento mi mamá está acá y la pasamos muy bien. Hace mucho que no venía. Creo que la relación, desde que me vine para acá, se enriqueció muchísimo.
“Son momentos súper difíciles, en que uno quisiera estar allá. Por suerte puedes tomar un avión y en dos horas estar allá si algo tremendo pasa, pero, no sé… Hace muchos años que no paso una Navidad en Buenos Aires con mi familia”.

-¿Al final, has tenido que crearte tu propia familia aquí?
“Sin duda. Uno elige las personas. Tengo una amiga que es increíble y somos muy, muy amigos. Una de sus hijas es mi ahijada (Colomba)… Cuando fui a China, lo primero que vi para comprar era algo para la nena”.

-¿Padrino chocho?
“Si. Además es escorpiana como yo. Tiene 3 y es divina”.

A los 5 años de edad Luis era considerado como un niño algo hiperquinético. Sus padres buscaron un espacio donde pudiera soltar sus energías y encontraron una academia de baile cerca de la casa, donde daban clases de folclor, entre otros bailes.

“Después de esa clase de folclor había una de ballet clásico, que yo no sabía lo que era a los 5 años. Me acuerdo que me quedé esperando a que me fueran a buscar, mientras miraba lo que hacían, y me llamó mucho la atención los movimientos, la música, el piano... Eso fue lo que despertó, inmediatamente, la vocación en mí. Después, cuando llegó mi mamá le dije que yo quería hacer eso”.

-¿Eso que sentiste lo percibes hoy en el escenario?
“Sí. No sé como describirlo. Es como meterse en la piel de otra persona, del personaje que estás haciendo en ese momento, y de sentirme libre. Siento mucha seguridad también. Es como estar ahí desnudo, con el alma sobre el escenario. Yo lo siento así… todavía. No sé cuánto más pase, pero todavía lo siento”.

Cuando comenzó la escuela primaria en Argentina, sus padres decidieron sacarlo de ballet. Ese año y el siguiente Luis fue cayendo en una depresión que alarmó a sus profesores.
“Del colegio me llevaron a una psicopedagoga que me derivó a una psicóloga infantil y ella llegó a la conclusión de que en mi vida faltaba algo que había tenido y que ya no estaba. Me pusieron otra vez en ballet y se solucionó mi vida”.

-Desde entonces y con lo sacrificado del oficio, ¿nunca tuviste alguna crisis vocacional?
“No. Cuando estudiaba yo tenía muy claro que quería ser bailarín. Para mí estudiar ballet nunca fue un drama. Al contrario, fue un sacrificio para mi mamá, porque me tenía que sacar de la escuela y llevar a otro lado y en el medio me ayudaba a que me comiera un sándwich para poder llegar al final del día. Esas cosas yo nunca las viví como un sacrificio. Las vi como algo que tenía que hacer para ser lo que quería hacer”.

-¿Nunca te tocó un profesor cruel y dictador?
“Maestros así no he tenido, pero de repente pasa. En la escuela del Colón, por ejemplo, con las mujeres es mucho peor. Con los hombres no tanto, porque nunca hay mucha cantidad como mujeres que estudian. Con ellas, pasa que tenés que elegir a 5 y tenés 10 muy buenas. Entonces, eligen a las 5 y las otras quedan mal siempre. Pero es parte de la profesión”.

Pero Ortigoza también ha tenido lo suyo. Mientras estudiaba en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón de Buenos Aires, se presentó a los concursos que buscaban bailarines para la compañía estable del teatro. Estas audiciones son escasas en un medio que abre sus puertas a nuevos talentos una vez que los ya consagrados se jubilan, pero en su condición de refuerzo del cuerpo profesional, Luis tenía grandes esperanzas de quedar seleccionado.

“Pero no quedé por esas cosas burocráticas de Argentina, y qué sé yo. Fue una sorpresa, no entendía qué estaba pasando. Fue todo muy revolucionado porque el jurado internacional se peleaba y decía que no podían poner su nombre para ese resultado. Se pararon y se fueron y dijeron que me apoyaban a mí”.

Fue entonces cuando los del Municipal de Santiago andaban buscando bailarines para su escenario y bastó ver a Luis en una clase para que le ofrecieran contrato.

-¿Y dijiste “dónde firmo”?
“No. Dije, bueno, déjenme pensarlo hasta mañana. Y desde que salí del estudio hasta que llegué a mi casa lo pensé. Cuando llegué les dije a mi mamá y a mi papá me voy a Chile. Y se quedaron así (pone cara de sorpresa). Les conté lo que había pasado y que yo no me iba a quedar más tiempo en Argentina, esperando una posibilidad, porque el tiempo pasa y esta carrera hay que hacerla ahora. Me apoyaron mucho. Al otro día contesté que sí y ahí tuve que empezar a hacer los trámites y permisos para salir del país porque yo era menor”.

-¿Cuántos años tenías?
“Dieciocho. Tuvieron que firmarme un poder para poder viajar al exterior y que pudiera trabajar. Igual como que estaban medios dudosos, al principio. No porque fuera Chile en sí, sino porque era 1988, el año del Plebiscito y tenían miedo de que ocurriera alguna situación peligrosa. Pero fue todo normal, y vieron que yo estaba acá, que me iba bien y que iba progresando”.

Así, tal cual. Al año siguiente de su ingreso al Ballet de Santiago, Luis pasó a ser solista de la compañía y, en 1990, Primer Bailarín. Ya el año pasado fue nombrado, junto a su compañera Marcela Goicoechea, Primer Bailarín Estrella, por Marcia Haydée.

-¿Te quedan nuevos objetivos que cumplir en tu carera?
“A mí me gustaría en este momento hacer ballet con un poco más de historia y que el personaje masculino tenga mayor participación, en el sentido de que el hombre no sea sólo el partner de la bailarina. Por ejemplo, ‘Manon’ para el hombre es una obra maestra. ‘Romeo y Julieta’, ‘Carmen’… Al bailarín lo hacen pasar por todos los estados de ánimo. Son fascinantes de hacer”.

-¿Alguno favorito?
“Des Grieux, en ‘Manon’ y Don José en ‘Carmen”. De él nos parecemos en la pasión y la lealtad. Él era leal con Carmen, pese a lo que fuera. Yo soy muy leal con mis amigos, soy muy amigo de mis amigos, y muy leal cuando me comprometo con algo. Lo hago a fondo y pase lo que pase ese compromiso se va a cumplir”.

-A Rudolf Nureyev le preguntaron qué era lo más importante para él, cuando no está sobre el escenario, y dijo: “prepararme para salir al escenario”. ¿Qué es para ti?
“Hoy en día, cuando no estoy en el escenario, lo más importante es estar en mi casa, disfrutando de lo que sea, haciendo nada, viendo televisión, estando con amigos. No necesariamente con algo vinculado al ballet o a la profesión”.

-¿No vas a discoteques?
“No, nunca me gustó ir a bailar”.

-¿Un sitio muy vulgar para un artista?
“¡No! ¡No! ¡No! (repite, para no ser malinterpretado) Creo que debe ser vergüenza, porque debo ser pésimo bailando en una disco. Va por ahí, es verdad. De hecho, estaba en España, haciendo funciones con Julio Bocca y una noche salimos todo el grupo… Todos se pusieron a bailar y nosotros dos sentados así (se acomoda en el asiento y cruza los brazos), mirando a todo el mundo, porque ninguno de los dos bailaba”.

-¿Porque el resto espera que ustedes bailen genial?
“Claro, pero no…Un tronco bailando”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“Mi vicio es el cigarrillo. Las otras cosas que hago no son un vicio, son un placer”.

-¿Algún placer culpable?
“No. Siempre me hubiera gustado cantar, pero no, ni en la ducha, es imposible. Tenía una compañera acá en el teatro que también cantaba muy mal, y cada vez que era el cumpleaños de alguien me agarraba y me decía aprovechemos de cantar fuerte ahora con todos, que no se nota. Igual canto de repente, en mi casa o en el auto… No cantaría frente al público, porque me tendría que ir del país”.

-Fumas una cajetilla diaria.
“Sí. Exactamente una cajetilla por día, más o menos. Fumo bastante. No debería, pero bueno, es así… Es contradictorio con la… Bueno, el cigarrillo es contradictorio con todo, ¿no?”

-Claro, con la vida…
“¡Claro! Pero sí, fumo (se ríe)”.

-¿Nunca has tratado de dejarlo?
“Mmmm, y no pude. Lo máximo fueron dos semanas. No sé, es que a mí me gusta fumar, tengo el hábito y sacarse eso es terrible. Yo no pude, no fui lo suficientemente fuerte”.

-¿Y cuándo te diste por vencido? ¿En una fiesta? ¿Después de comer?
“Después de comer. Es el cigarrillo clave. En los viajes, cuando voy en avión, no tengo problemas. Me mentalizo, pero después de cenar es como ayyy… (suspira) Y bueno”.
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