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“Soy un vulgar burgués gentilhombre”

17 de Diciembre de 2008 | 08:40 |
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Hijo de una cantante de ópera, Felipe heredó su vocación musical. Estudió flauta traversa, flauta dulce, piano complementario, teoría y solfeo, violonchelo, percusión y saxo tenor. Incluso tuvo su banda, pero, como afirma, el tiempo se acabó entre los ensayos diarios de las obras.

Pero hoy, como cuenta, su máxima emoción es cuando su hijo mayor, Manuel de 11 años, le muestra lo que ha aprendido en el teclado. “Me dice: ‘¡Mira papá!’ Y yo: ‘¡Hiiiii...!’ Me ahogo. Simón (el menor, de 8 años) toca violín. Yo vivo muchos estados de epifanía, como llamo a los estados gloriosos en que veo el círculo completo -qué místico lo que estoy diciendo-, pero veo el círculo cerrado cuando veo que mis hijos son parte de mí, que si me muero no importa, porque sigo viviendo ahí. ¡Ésa es vida eterna!”

Manuel y Simón, “los colorines de ojos azules” como los ha llamado su madre, la actriz Paola Volpato, reciben mil elogios de un hombre que asegura ser antes de todo, padre.

“¡Uf! Son huevones choros, valientes. Simón salió mejor compañero... Son la cagada, son insolentes, me encantan... Tienen opinión. Me gustan los cabros de ahora, tan relajados y tan distintos a lo que era uno”.

-¿Muy trancado en tu infancia?
“¿Trancado? Tengo 45 años. Yo soy del año 63, ¿puedes imaginarte? O sea, nosotros nos enteramos de lo que era un condón casi en tercer año de universidad. Ellos (Manuel y Simón) la vida la tienen encima, la viven; hablan de un montón de cosas, no sólo de sexualidad. Hablan de la fidelidad, de la amistad... La vida de ellos es mucho más interesante, mucho más abierta que la nuestra”.

-¿Tratas de abrirles los ojos?
“Yo abro todos los ojos del mundo, pero los lleno de límites también. Yo creo firmemente en el ta, ta, ta (con sus manos demarca espacios en la mesa) Si no después... Y ojalá que no lo tengan todo, porque el que lo tiene todo, al final no es feliz. Yo lo único que quiero es quererlos hasta el último día de mi vida y que sean inmensamente felices y que mi mujer sea tremendamente feliz. Eso es lo que me hace feliz a mí, yo no lo hago como sacrificio. De hecho, yo no hago ningún sacrificio por ellos, ninguno. Al contrario, es puro amor. El sacrificio lo hacemos entre todos”.

Es desde 1992 que Felipe y Paola están casados. Se conocieron gracias a Francisco Melo, un ignaciano como Castro y el mejor amigo del actor.

“Él estaba dos cursos más abajo que yo. No se le nota, pero es más joven (se ríe). Lo conocí cuando debe haber tenido unos 12 años, pero yo era muy amigo de su hermano, el Coté Melo. Después, yo entré a estudiar teatro y el Pancho estudiaba ingeniería -mmm, si tiene su lado b también- pero después entró a estudiar teatro y yo iba a ver las obras en las que estaba y nos empezamos a conocer. Ahí estaba la Pao, mi mujer, que era compañera del Pancho en la Chile… Nadie es perfecto”, comenta el actor de la Católica.

-Siempre has preferido trabajar con tus más cercanos, con tus amigos...
“Y no es mi culpa que los mejores actores sean mis amigos (se ríe). Yo trabajo con Pancho porque es mi mejor amigo y porque es el mejor actor que tenemos, no más. Bueno, yo no creo en que haya mejores o peores actores”.

-Pareciera que algunos destacan más que otros a veces.
“Depende de para qué. Pon a Pancho Melo a cantar, a ver cómo le va… ¡No! (ríe). Ninguna posibilidad”.

-Tu esposa dice que eres muy pesado como director.
“(Lanza una mirada que quiere ser seria, pero que no aguanta la risa) ¡Yo soy un encanto! Yo no comparto los juicios de mi mujer. No sé, tengo 45 años y lo paso bien... A veces uno debe ser pesado, pero en los ensayos echamos la talla… Llevamos como 5 años trabajando juntos y nunca hemos tenido problemas. Sí han habido momentos muy, muy difíciles: en ‘Fuenteovejuna’ tuvimos que reducir el elenco y fue algo dolorosísimo y hasta el día de hoy debe haber alguno que me odia por ahí, pero ya está. ¡Qué voy a hacer yo! Pero de las 180 personas que han trabajado con nosotros -o sea, somos más que una pyme, perdóname- 2 no habrán quedado contentos, pero está perfecto. Yo lo he pasado muy bien”.

-La primera obra en que dirigiste a Paola, “El cartero del rey”, fue muy complicada para ella, según ha contado....
“Sí, yo creo que ahí ella me odió, porque se enamoró de mí antes que yo de ella. Entonces, ahí hubo un problema de descalce en los tiempos”.

-¿Y tú no la pescabas?
“Ella estaba enamorada y yo no me daba ni cuenta. Yo no pescaba nada, a nadie”.

-¿Eras muy perno con las mujeres?
“O sea, peor que perno. Para mí no existían no más”.

-¿Tuviste muchas historias tristes del corazón?
“No, para nada. Yo lo pasé chancho, pero para mí las mujeres no existían. Era entretenido, ‘hola, como estái, bien, chao’. Listo. Yo viajaba por el mundo... Andaba en otra”.

Ya había debutado en las pantallas con “Marta a las 8” y las 4 teleseries que le siguieron hacían de Felipe un personaje ya reconocido en la calle. Pero lo dejó todo y partió a Europa, donde, como lo ha comentado antes, cantó en el metro de Madrid y tocó flauta traversa en los barcos.

“Yo me fui a estudiar teatro en educación con una beca a Londres, pero me tropecé con Londres (se ríe). Llegué y dije: No, yo necesito conocer, ¡cómo voy a estar estudiando! Y no estudié nada. Me fui porque, no sé... Soy de los que de verdad creen que no hay recetas, pero si el horizonte está abierto, lo peor es quedarse estacionado. Y a esa altura de mi vida, 25 años, todo el horizonte estaba abierto: la vida, los viajes... Había ganado mucha plata haciendo tele, estaba soltero, no tenía polola, nada. Me había ido de mi casa, lo pasaba chancho; recorrí el país 4 ó 5 veces en moto; con Pancho recorríamos todo el sur, pero por detrás, el lado b, por donde no había andado nadie. Después me fui a Europa y llegué hasta Israel… Bueno, era el horizonte… Después, te casas (se ríe). No, uno se enamora como cualquier persona en el mundo y llegan los niños y se cae todo el horizonte, aunque la alegría es infinita”.

-¿Y por qué volviste al final a Chile?
“Porque me siento extranjero hasta en Valparaíso. Viajo a Talca y no, me siento extranjero. Me siento bien en mi casa, pero incluso cuando voy a otros barrios, que tienen como su identidad, yo me siento visita. Ahora, con esto de recorrer Chile, fue loco sentir que uno es parte de una patria. La patria no existe para mí. Soy hijo de la dictadura, se entiende. Pero parece que sí, que hay una patria que es de todos, y la bandera chilena y la volada. Yo no soy nada de eso”.

-Has sido hippie, dark, de fogata. ¿Qué eres ahora?
“Yo soy papá. Soy un vulgar burgués gentilhombre (se ríe). Hoy busco la igualdad, todavía sueño con cosas un poquito más justas, me gusta mucho mi pega; es muy emocionante poder dar trabajo, es maravilloso, pero mi mujer y mis hijos son todo mi mundo. Qué actor ni que nada, ésa es mi pega. Yo soy papá y estoy casado. Esos son mis temas. No todo lo que hago, lo hago por ellos. Esos que dicen, yo trabajo por mis hijos… No, por ningún motivo. Mi trabajo es para mí, para mi ego, para ser feliz, para estar pasándolo chancho, porque si yo estoy bien, ellos están bien. Ellos son lo que me importa, mi energía mi combustible. Todo sale de ahí... Pero no soy pokemón ni nada. Soy... un adulto”.

-Pero no el tradicional.
“No, yo soy un marginal de toda la vida y lo seguiré siendo. Cuando todo va para allá, yo voy para el otro lado y cuando hay que andar con la camisa adentro, yo me la pongo afuera. Siempre he sido igual, ante el estupor de mi mujer que ha hecho un esfuerzo titánico porque yo sea más o menos decente”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“Mi vicio privado es dirigir, batuta en mano -encerrado para que nadie me vea, por supuesto-, óperas completas. Hay óperas que me las sé enteras, la partitura completa y así: vamos, entran los bajos, los timbales, los violines, todo. Yo hacía eso”.

-¿Ya no?
“Es que un vicio privado, es privado. Pero el otro día estaba con el computador y tenía todo el primer acto de ‘La Traviata’, de Verdi y además tenía las batutas ahí. Las miraba y las miraba y pensaba: ¿me pongo a dirigir o no? Porque qué plancha que podía llegar alguien. Pero agarré batuta y ahí estaba yo, en lo mejor, y entra Manuel y me dice: ¡Papá! Y yo: ¡Qué! ¡Qué! ¡Qué! No sólo es mi vicio privado, es una obsesión que algún día, créeme (apunta con el dedo como sentencia) me vas a ver entrar directamente al foso y saludar”.
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