Ana Falú podría ser, perfectamente, la inspiración de uno de los personajes más conocidos de la obra “Surealismo” de la argentina Nora Fernández.
Arquitecta de profesión, también argentina, Ana ve correr por sus venas la pasión por la política y por ello, no extraña que hoy ocupe el cargo de directora regional para Brasil y el Cono Sur del Fondo de Desarrollo de Naciones Unidas para la Mujer, Unifem.
La imagen se acrecienta al escuchar su acento y descubrir -durante la conversación- la tremenda energía que pone en la defensa de los derechos de las mujeres. Se declara abiertamente comprometida con el mundo social (su especialidad es la vivienda social) y activa militante del mundo de los derechos humanos desde los 80. “Pasé de los dd.hh. a los derechos de la mujer prácticamente sin transición” cuenta.
La conjunción entre política, derechos y urbanismo la mantiene hoy al frente de una fuerte ofensiva destinada a reducir la violencia contra las mujeres en las urbes de Latinoamérica, y que alcanza su máxima expresión en el libro “Ciudades para convivir, sin violencia hacia las mujeres” editado en Chile por la ONG Sur.
Sus intensos recorridos por la región –antes era la representante de los países andinos- la han llevado a afirmar en muchas oportunidades que “nacer mujer, negra, indígena, joven u homosexual en nuestras sociedades significa vivir con menos derechos, significa nacer con enormes desventajas”.
-Tu panorama es bastante desolador.
“No, no es desolador, es real a pesar de los hombres. Han habido muchísimos avances en las últimas tres décadas en legislación y compromiso de las agendas públicas con la mujer; Chile es un muy buen ejemplo de eso con la Presidenta Bachelet donde se ha colocado a la mujer en un alto nivel en la toma de decisiones, pero esto no niega que persisten discriminaciones, porque hay una mayoría de población, y entre ellos, de mujeres que no conocen bien sus derechos ni los ejercen.
“América Latina mantiene una gran brecha entre riqueza y pobreza, y esa brecha tiene además un color de piel y muchas otras dimensiones. No es lo mismo ser mujer blanca y pobre que ser mujer indígena y pobre, porque hay una serie de estigmatizaciones que están instaladas en la construcción de conductas sociales... Hay que trabajar para desconstruir todas estas estigmatizaciones y permitir que todas las mujeres tengan derechos”.
-Apuntas al racismo, la discriminación, la pobreza; esa es una realidad muy amplia en este continente, la tarea se ve titánica.
“Sí, es muy amplia, hay millones de mujeres que no saben de sus derechos. Todavía hay una masa de pobreza de derechos, no sólo económica y es aquí donde intersecciona el tema de la discriminación con el crecimiento urbano de las ciudades que genera violencia.
“La violencia se vive de distinta manera si se está en los primeros y en los últimos quintiles. Los pobres tienen miedo de moverse en los barrios de los ricos porque están estigmatizados de ser violentos y eso no es así. Cuando hay un hecho de violencia se vuelca rápidamente la mirada sobre los sectores pobres y si ellos fueran violentos intrínsicamente, la violencia sería mucho mayor por la proporción de población que son.
“Hay estudios que señalan que sólo el 2% de los jóvenes que viven en las favelas de Río de Janeiro están involucrados en algún hecho de criminalidad”.
-¿La segregación social se ha agudizado estos años?
“Sí y es ésta una de las razones de la violencia. La segregación que separa a ciertos sectores, algunos de un consumo casi obsceno, de otros con múltiples carencias nos lleva a preguntarnos sobre este tipo de fenómenos y si no tendrá esto que ver con la violencia. Las ciudades no son intrínsicamente violentas, pero hoy parece haber una violencia nueva, más compleja, más inabarcable”.
Ana Falú asegura que esta violencia está afectando el ejercicio de los derechos de la ciudadanía y ahí es donde la mujer se ve altamente vulnerada ya que la vive de forma diferente del hombre.
“La violencia que vive la mujer en el espacio privado, pareciera tener un continuo en cómo se ejerce la violencia hacia las mujeres en los espacios públicos, porque nuevamente el cuerpo de la mujer es un objeto sobre el cual se arrasa. Ellas son no sólo robadas, en su dinero, sino que también en su cuerpo, son violadas”, explica. Y agrega que en este proceso se culpabiliza además a las mujeres por la forma en cómo salió vestida, cómo caminaba o a la hora o lugar por el que pasó.
-¿Por qué tener una visión de género en el tema de violencia? Violencia sufren los niños, jóvenes y ancianos también en las calles.
“Porque más del 50% de la población somos mujeres y en las ciudades todavía más. Las mujeres están sufriendo no sólo la violencia masculina, porque la violencia en las calles sigue siendo masculina, así como la violencia de género sigue dándose en los espacios privados; sin embargo, la violencia que se vive en las calles afecta de manera distinta a hombres que a mujeres, ellas tienen más temor de salir de noche, de andar solas, sólo por su condición de ser mujer”.
-¿Hay países en donde este fenómeno se viva con más fuerza?
“Creo que, en general, la violencia se expresa en todos los países de forma bastante parecida. La mayoría de las mujeres que sufren violencia de género son jóvenes, que están en edad reproductiva, es decir, entre los 20 y 45 años.
“Hay países que registran más avances en su legislación; me atrevería a decir que Brasil es el que tiene la más avanzada en cuanto a la violencia de género que involucra lo civil con lo penal. Se necesitan más herramientas, protocolos, recursos, para que todos los instrumentos se hagan efectivos en las prácticas cotidianas de la sociedad”.
-¿Cómo está Chile?
“Ni mejor ni peor que otros países de América Latina; creo que sigue habiendo mucha violencia contra las mujeres, sobre todo, en el ámbito privado y también en el público. SUR ha hecho un estudio sobre la violencia urbana que dice que la violencia privada es mayor en los sectores pobres y puede deberse a razones de hacinamiento, angustia cotidiana de sobrevivencia, porque los pobres no son más violentos”.
-¿Se han dado pasos?
“Creo que se mantienen deudas sociales importantes; Chile adhirió al Cedaw, pero no está ratificado su protocolo facultativo. Sabemos que hay una propuesta de nueva legislación, de las llamadas de segunda generación, porque las que tenemos vienen de los 90. Chile está en deuda en este sentido.
“El tema de la violencia contra las mujeres es muy complejo. Muchos dicen por qué no denuncian, pero es muy difícil que ellas lo hagan contra el padre de sus hijos, por eso, se debe avanzar en legislación que saque el tema del ámbito privado. En Chile, casi la mitad de las mujeres dice haber sufrido violencia y en el 90% de los casos ha sido ejercido por su pareja o ex. Pero sorprende el índice que se observa en las parejas jóvenes que están de novios”.
Ana se hace cargo de la lucha de poder que se esconde detrás del fenómeno de la violencia sobre las mujeres y recoge algunas políticas que se han implementado para revertirla en las grandes urbes, como es el caso de Ciudad de México donde se ha creado una línea de “taxis seguros” para impedir las violaciones de mujeres por parte de chóferes de colectivos.
-O sea, no te ha sorprendido que la saturación del sistema público de transporte en Santiago haya derivado en abusos que tuvieron que ser denunciados por la Presidenta.
“Que suerte que la Presidenta intervino, porque pone la voz de la autoridad preocupándose de estos temas al más alto nivel. No puede ser que las mujeres no puedan viajar en el metro para ir al trabajo o estudio sin sufrir acoso sexual. En algunas ciudades se están creando vagones sólo para mujeres y ellas pueden optar si quieren viajar con hombres o separadas, para ir tranquila sin pensar que alguien las va a abusar”.
-¿Esas soluciones no terminan siendo una restricción a los espacios de las mujeres?
“Esa puede ser una forma de mirarlo, yo creo que no. Este tipo de medidas, que deben ser temporales, colocan los derechos de las mujeres en la agenda; es mandar un mensaje contundente a la sociedad, respete a las mujeres. Las mujeres de sectores populares no dejan de trabajar por temor de cruzar espacios inhóspitos, pero quizás dejan de recrearse o desarrollar actividades sociales y políticas. Si a ti te da miedo salir con tu coche de noche, imagínate a las que salen a pie”.