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Hombre de una sola línea

Le gritaban “¡báñate conmigo!” y se detenían en la carretera para tomarse fotos con él, mientras competía en el Dakar Argentina-Chile, que, lejos, fue una de las mejores experiencias que ha tenido. Pero a pesar de que la fama parece haberle caído de golpe, este piloto asegura tener sus principios bien claros y nada de humos en la cabeza.

22 de Abril de 2009 | 08:38 |
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“Tranquilo”. En cada cubremano de su Honda CRF 450X, Felipe Prohens escribió esta palabra a modo de advertencia para recordarse que debía guardar la calma cuando otro motociclista lo adelantara.

Era la primera vez que competía en el Dakar, así que tenía que dejar de lado las ansias de correr a toda velocidad. Ya hace algunos años, en su primer rally, voló por los aires 10 metros –o al menos así lo sintió él- y quedó con la cara magullada. Le había salido barato el porrazo esa vez, pero ahora no quería tomar riesgos de ese tipo; debía volver sano y salvo donde su familia, en Copiapó, por más que el puesto 16 en la tabla general lo entusiasmase a darle un poquito más al acelerador. Además, no quería preocupar a su hermano Jaime, quien iba más atrás en la carrera, en el puesto 40.

Hace 15 años que Felipe había empezado a correr, imitando la destreza de Jaime, el mayor de la familia. Siguiéndolo con una camioneta para ayudarlo apenas lo necesitara en las competencias, logró aprender este deporte que exige al máximo a sus pilotos.

También estaba “Chaleco”, Francisco López, con el que había estado entrenando durante el 2008, y que le había dicho: “¡Viste que valió la pena levantarse a las 4 de la mañana!”, luego de que lograra quedar entre los primeros 20 de la general.

Sólo López superaba a Felipe entre los participantes chilenos, hasta que el primero golpeó su moto en una caída y no pudo volver a ponerla en marcha, abandonando la carrera entre La Rioja y Córdoba y dejando a Prohens a la cabeza del grupo nacional.

Mientras las horas pasan, canta y habla consigo mismo, tratando de alejar pensamientos como los de la noticia de que el piloto francés que se había perdido, Pascal Terry, apareció muerto entre las ciudades argentinas de Santa Rosa y Puerto Madryn, convirtiéndose en la víctima número 54 de los Dakar, contando desde 1979. Está confiado en que si llega a desaparecer durante la competencia, sus papás y sus amigos son capaces de buscarlo con sabuesos por el desierto si es necesario.

-¿Estabas al tanto de todas las muertes?
”Sí, tengo claro que el deporte que practico es de alto riesgo, pero también eso va acompañado de la forma en que uno lo practique y de cómo se prepare, porque se pueden minimizar al máximo los riesgos. Ningún piloto corre al 100 por ciento, porque es imposible aguantar 14 días andando 10 horas arriba de la moto al 100 por ciento. Así te descuidas y te caes. Yo siempre me he preocupado de eso. Para mí, la prioridad no son los resultados, sino cuidar mi integridad física. No me interesa andar con un dedo quebrado o hacerle un daño grande a la moto, porque tiene un costo de tiempo y plata, y no estoy dispuesto a eso”.

-¿Por qué escribir “tranquilo” en los cubremanos entonces?
“Porque igual la empiezas a rayar con tantas horas arriba de la moto. Hablas solo, cantas y de repente un gallo te pasa y no visualizas que él es campeón mundial de enduro. Arriba de la moto te sientes a la par con todos, pero si tratas de alcanzar a este gallo, lo más probable es que te termine pasando algo. Por eso miraba los cubremanos... ‘Tranquilo, tranquilo”.

-¿Vale la pena la satisfacción de realizar este deporte versus la angustia de tu familia, de tu polola y tus amigos?
“Mi familia ya se ha ido acostumbrando con el tiempo. Somos tres hermanos (Jaime, Daniel y Felipe) y dos practicamos rally. Mis viejos ya saben de qué se trata, aunque nunca van a estar tranquilos hasta que uno termina la carrera. A mí me pasa cuando no corro en rally y me toca ver a mi hermano; estoy todo el tiempo alerta, desde que parte hasta que llega. La gente que me rodea ya sabe de qué se trata esto y yo les digo que no les puedo garantizar que no me pasará nada, pero sí que voy a tomar las máximas precauciones. Es que si no pueden entender lo que yo practico o aceptar los nervios de que esté en riesgo constantemente, es mejor hacerse el loco y mirar para otro lado. Para mí esto es una pasión y no lo voy a dejar por nada”.
“Es un deporte especial, lo sé. Pero no es loco, es bonito; conoces lugares increíbles, personas maravillosas. Me hice muchos amigos en la carrera y voy a tener contacto con ellos siempre, porque se forja la amistad. ¡Si estás solo allá! Te pones a prueba constantemente. Eso es lo lindo de todo esto... (Piensa) Me voy en volada, porque esto me apasiona mucho”.

-¿Puedes explicar lo que te pasa arriba de una moto?
”Es una mezcla de adrenalina. Para mí andar en moto es la libertad en los lugares que andas. O en el caso del Dakar, de ir en la moto y que la gente te vaya aplaudiendo y dando ánimos... Eso emociona. A mí, a ratos, me pasaba que me caían lágrimas porque es emocionante sentir ese cariño y estar en una carrera tan grande en lugares que tienen mucho significado para mí, porque fueron donde aprendí a andar en moto”.

-Como en Copiapó.
“Sí. Todos los que andan en moto entienden que éste es un deporte muy solitario. Entonces, vivir lo que me tocó a mí, de correr con mi hermano allá, tiene un gustillo muy especial. Además, está eso de parar en medio de la carretera para ir al baño y ver que también para un auto y otro más, y que se bajan los gallos para sacarse una foto con uno y dar ánimo. En Argentina había que ser muy cuidadoso de dónde paraba, porque siempre iba a tener gente al lado”.

-¿A lo rockstar?
“¡Claro! Vieras las cosas que me decían cerca de las ciudades. Se formaban túneles de gente y agarraban y gritaban de todo: ‘Vente conmigo, báñate conmigo’. En el fondo, uno se ríe todo el rato”.

Pero ahí, durante la carrera, las risas y el destacado puesto en el Dakar terminaron cuando la moto de Felipe se golpeó fuertemente en una zanja. Trató de inmediato de solucionar el desperfecto, pero no hubo caso. Abrió la cajita que guardaba la baliza para avisar su retiro de la competencia, y así acabó su sueño de terminar la carrera.

Aún no encontraba el momento para lamentarse. Mientras veía cómo otros motociclistas caían en la misma trampa, su única preocupación fue esperar a que pasara su hermano para advertirle del peligro del camino y poder decirle: “Hasta aquí llega mi Dakar. Ahora dale tú y juégatela por ser el de la familia que llegue”.

“Después de todo eso ya me vino la frustración y una pena inmensa. Tuve mis lágrimas y todo ahí mismo. Gracias a Dios tenía señal, así que llamé al tiro a mi viejo, porque -como todos me estaban siguiendo en línea- pensé que se iban a preocupar. Le dije que estaba bien. Hablé también con mi polola y ahí me vino todo un bajón. Había estado con un estrés inmenso durante toda la carrerea; estaba cansado físicamente, por el hecho de dormir poco y de todo el rato no poder descuidar nada, porque si me equivocaba en un detalle, me penalizaban y todo el proyecto se iba a la basura. Entonces, cuando vi que ya estaba afuera, exploté. Pero había que mirar adelante y ver cómo me iba de ahí, porque quedé en medio de unos campos de soya en Buenos Aires, en medio de la nada”.

-¿Cómo te subiste el ánimo?
“Tenía sentimientos encontrados, porque, por otro lado, estaba feliz de que Jaime hubiera terminado la carrera, que era un sueño para los dos, porque yo vibro a través de los triunfos de él. Pero el último día me daba lata ir a la celebración del término del Dakar, porque yo debería haber estado ahí. Lo sentía como ‘mira lo que me farrié'. Pero mi polola me insistía en que fuera a compartir, porque me había hecho muchos amigos allá. Fui y al primero que me encontré fue a Cyril Depres, que ganó el Dakar pasado y salió segundo en éste. O sea, es un ídolo. Y me dijo: ‘Felipe, me enteré de lo que te pasó. Arriba el ánimo. Fue increíble lo que hiciste. De verdad te felicito’. Y ahí me fui un poquito más feliz. De a poco, mucha gente me fue subiendo el ánimo y me decían que yo era mucho más de lo que pensaba. En el fondo lo sé, pero también es rico escucharlo”.

-Y en Chile, ¿qué te han dicho?
“Cuando llegué tenía 200 solicitudes de amistad en Facebook. No revisaba el correo desde que me había ido a la carrera y fue una locura. Me quedé hasta las 3 de la mañana leyendo todo. Es que es entretenido. Y me estoy preocupando de responder cada mail que me mandaron, porque tampoco me las quiero dar de rockstar. Yo pensaba en que los que me conocen iban a saber lo triste que iba a estar por lo que me pasó, y odio dar lástima. Así que, cuando vi los mensajes, pensé que iban a ser más de consuelo, pero no, al contrario, eran puras felicitaciones, diciendo: ‘La vai’ a romper en el próximo Dakar’. Entonces, eso me hace pensar que lo que me pasó al final no empaña todo lo que hice durante la carrera. Aunque sigo sintiendo que no cumpliré una etapa hasta que termine un Dakar”.

-¿Estás preparándote para el próximo?
“Quiero. Es un sueño que tengo. Pero si no se me presenta la oportunidad, no voy a hacer una locura por estar. Yo golpeé muchas puertas. Iba en la calle, veía una empresa y le mandaba un mail. Hubo muchas que me tramitaron, que me decían: ‘Sí, Felipe, tranquilo. Ya va a salir’. Y hasta el último día no me contestaron el teléfono. Pero durante la carrera hubo muchos gallos que no me habían pescado antes y que ahí se acercaron, diciendo que podía contar con ellos. En cierta forma, como que ahora se quieren subir al carro de la victoria. Lamentablemente, esto funciona así. Pero a mí lo que me interesa es andar en moto y siempre voy a mantener mis principios claros. Y la gente que me dio la espalda y el tipo que no me contestaba el teléfono, no me interesa”.

-¿Aunque te cueste no ir al siguiente Dakar?
“Sí. Hay que ser de una línea y trato de ser lo más derecho posible. Los poquitos auspiciadores que tuve fueron puros canjes. A mí de plata no me dieron nada, pero los voy a mantener hasta el final… Tengo algunos como el ‘Mazapanchito’, que es la empresa de un amigo con su polola que hace alfajores de mazapán artesanal. Ese gallo creyó en mí y me pasaba cajas de mazapanes. O sea, ¿cómo le voy a dar la espalda ahora que me está yendo bien? Mazapanchito por siempre, voy a dar la vuelta al mundo con él.

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