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Más rayado que calcetín de tony, pero enamorado

22 de Julio de 2009 | 11:45 |
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Federico lleva casado 15 años con Ximena Torres, su “distinguida señora esposa”, como la llama. Con ella tiene dos hijos, uno de 10 y otro de 7 años, y el menor dice que la historia de sus padres es más que una teleserie, más que una película, es una verdadera historia de amor.

“A la Ximena la conocí cuando tenía 4 años, porque veraneábamos los dos en Las Cruces, un lugar que es un sueño. Ella iba a su casa y yo de allegado a la de unos primos. Ahí la divisé. Nos conocíamos, sabíamos perfecto quién era quién, pero como a los 25 años, recién nos topamos de nuevo y ahí nos enganchamos. Empezamos a salir, pero después de un mes ella se fue a Europa, porque había planeado un viaje de un año con una amiga. Yo me quedé aquí y lo pensé un rato, pero sólo duré un mes, hasta que un día me levanté súper convencido para ir a buscarla.

No sabía dónde podía estar. Había escuchado que andaría tal vez en una regata por San Sebastián, esquiando en Suiza o en las playas de Grecia. Yo tenía hartas motos antiguas que eran como mis hijos. Las tenía adentro de la casa, envueltas y todo. Eran preciosas. Así que me fui donde unos coleccionistas, vendí un par y con eso me hice de una plata para comprarme un pasaje a Europa.

Cuando llegué, yo figuraba con un bolso, con dos calzoncillos, dos calcetines y dos camisetas blancas, ese era mi equipaje, además de un rollo de plata. Partí caminando por Madrid sin tener idea para dónde iba. Miraba, me tomaba un tren y me iba a otra ciudad. En Florencia, llegué a la casa de un amigo y le conté que andaba detrás de esta mujer estupenda que había conocido, la mujer de mi vida.

–La ando buscando –le dije.
–¡Pero tú estás loco!
– No, si yo sé que anda acá en Europa, por Grecia, San Sebastián o Suiza.
– Mira, a Suiza ya no va a ir porque no queda nieve. En San Sebastián, la regata grande es en un mes más, así que creo que se va a ir a Grecia.

Le pedí que me alojara y que me acompañara al otro día a tomar el tren para ir a Grecia. Al otro día fuimos caminando hasta la estación de trenes y ahí, de repente veo a Ximena como a cuatro cuadras de mí.

–¡Allá va! –le grité a mi amigo.
–¡No, no puede ser!
–¡Sí, si es ella!… ¡Ximena!

La pobre me miró y no lo podía creer…

–Perdona, pero ¿qué... haces... aquí? –me dijo.
–Bueno, te vine a ver, si te dije que lo iba a hacer. Pero relájate, si ya con esto estoy bien. Lo que quería era verte y ya te vi, así que puedo estar tranquilo un rato más.

Fue increíble. Después de un rato ya le empezó a cambiar la cara.

Al final, me fui con ella a Grecia y lo pasamos el descueve. Nos separamos después de un tiempo, y yo me quedé dando vueltas por otro lado y ella siguió viajando con su amiga, pero quedamos en encontrarnos como dos meses después en una fecha y hora específica en Barcelona.

Yo andaba en Milano, y partí al encuentro, pero el tren se quedó en pana. Por lo tanto, la fecha y la hora en la que habíamos quedado, ¡pop!, capotó.
Llegué como a las dos de la mañana. ‘Pucha, bueno, mala suerte’, pensé. Tomé un taxi, le pedí que me llevara a un lugar bien barato para alojar. Y partió.

Me bajé en lo que era la Casa Real, que en esa época era ‘Malena canta el tango’, pero ahora es pituca. Es un edificio que tiene una plazuela al medio, con una pileta de agua.

Me bajé, entré caminando a la plaza y de repente escuché:

–¡Fedeee!… ¡Fedeee!…

En una ventanita, como en el sexto piso, estaba mi señora saludándome por la ventana. Subí los seis pisos y llegué con la lengua de metro y medio, y lo primero que le dije fue ‘casémonos’.

–Absolutamente –me dijo ella.
–Pololiemos lo que tengamos que pololear, pero está claro. No existe nadie que se encuentre dos veces por Europa con la persona que anda buscando. Eso quiere decir que tú eres mi señora y yo soy tu marido.

Pololeamos dos años y nos casamos. Esa es una de las locuras bonitas que he hecho en mi vida. Si yo era más rayado que calcetín de tony”.

-¿Ella fue la que te centró?
“Sí, mi distinguida señora esposa es la responsable de que yo haya llegado a alguna parte en mi vida. Mi mamá sintió que ya era suficiente, que ya había hecho todo lo que pudo con este muchacho, e hizo una especie de relevo con mi señora. Ella es, totalmente, lo mejor que me ha pasado en la vida”.

-¿Y hoy ya eres, entre comillas, normal?
“Siento que aún estoy loco, pero en el sentido de que todavía sigo haciendo lo que quiero. Tengo la fortuna de que lo que quiero y lo que debo hacer coinciden, pero soy profundamente apasionado por las cosas y llega un momento en que son un cerro de pasiones, porque me raya la arquitectura, me raya el diseño, me raya la universidad, me raya mi familia, me rayan mis hijos, me raya mi señora, me rayan los autos, me raya la pintura, me rayan las carrera de autos... Hago con mucha pasión lo que hago y mi señora es la que pone orden y límite a esas pasiones, si no me iría al chancho”.

-Igual eres volado, dicen que sin la Claudia, tu secretaria, sería complicado que te organizaras.
“No pasan ni cinco minutos y se me olvida lo que tengo que hacer. Yo creo que en ese aspecto me falta una tabla para el puente, así que anoto todo, hasta ir a dejar a los niños al colegio e ir a buscarlos después, porque se me olvida”.

-¿Por mucho trabajo o de volado no más?
“Ando en otra... ¿Mucha pega? Sí, pero lo paso súper bien, estoy embalado, como si estuviese bailando... (Empieza a bailar en el asiento) ¡Woooo! Y de repente, ¡Hiiiiii!, me acuerdo que tenía que hacer algo. Esa es la sensación”.

-¿Has pasado malos ratos por eso?
“Antes era un desastre, un caos absoluto, pero hoy lo tengo dominado. Yo me río tanto de eso, que la gente se termina riendo también. Todo el mundo me decía que no le comprara un celular a mi hijo mayor, pero lo hice y a veces me llama y me dice: ‘Papá, ¿tú crees que puedas venir a buscarme?’, y yo: ‘Eeee, ¡sí!, ¡claro! ¡Iba justo para allá!’ Pero cero, se me había borrado. Él me tiene súper cachado”.

-Con la historia que tienes con tu esposa, deben tener una relación más que especial, ¿no?
“Mi relación con ella es poderosísima, potentísima. Hemos vivido cosas alucinantes. No podíamos tener hijos. Estuvimos muchos años así, porque no podíamos ninguno de los dos. Todas las parejas que conocíamos y que les pasaba lo mismo, lo pasaban pésimos y, la mayoría, terminó separada. Pero nosotros lo pasamos el descueve; íbamos todos los días a la clínica, porque era con seguimiento folicular diario y toda la cuestión, pero aprovechamos esa oportunidad para tomar desayuno siempre juntos y conversar. Lo transformamos en una oportunidad. Después, logramos tener hijos y, por lo tanto, alucinamos con esos compadres. Así que nuestra vida familiar es súper intensa, lo pasamos súper bien”.

“Si me preguntan cuál es el centro de mi vida, son mi señora y mis hijos. Hay un quinto integrante en la familia, que se llama Laucha, que es un perro. Lo del nombre lo heredé de un primo que tenía un perro que se llamaba Pollo. El mío es un salchicha enano y cuando nació era como una laucha. Si la Laucha pudiera hablar, podría sacar un MBA en administración y finanzas, es una persona. De hecho, me acompañó a ‘El Lado C’ (late show de Comparini). La Laucha se sentó en la otra butaca, como si fuese un entrevistado y cada cierto tiempo le preguntábamos cosas. Es un gallo que te mira no más y lo dice todo”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“Arrancarme con mi familia a una casa en la playa que tengo. Es un momento en el que casi me desdoblo, me separo del mundo, y lo hago apenas puedo. Es, lejos, lo que más me produce placer de sólo pensarlo. Allá estamos como en otro planeta. En un cerro, en el mar, caminas y no sabes de horas, comes cuando te da hambre. Es un espacio de recreación profundísima, de plenitud. En Santiago estás metido en una estructura que allá se acaba”.