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Mujeres presas, invisibilizadas por el sistema

La presidenta de “Abriendo Puertas” asegura que la masculinización de la prisión ha hecho que las mujeres sufran con mayor rigor el encierro. En la cárcel pierden su identidad maternal y sexual y caen en la drogadicción.

01 de Octubre de 2009 | 08:24 |
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La vista desde su ventana cambió el sentido diario de su vida en forma drástica. Desde su oficina, en el campus San Joaquín de la UC, veía un parque con palmeras y araucarias que parecía esconder una añosa casa colonial –o al menos eso era lo que imaginaba-, pero en realidad ocultaba al Centro Penitenciario Femenino de Santiago.

Para la historiadora Ana María Stuven, ese descubrimiento fue impactante y a la vez, motivante. Saber que a pocos pasos de su lugar de trabajo había centenares de mujeres privadas de libertad la llevó a crear, en 1999, la corporación “Abriendo Puertas”, que dicta talleres de desarrollo personal a las presas.

Partió ella sola y después se fueron sumando como voluntarios alumnos de la universidad, todos unidos por la misión de no sólo capacitar, sino también acompañar y escuchar a quienes están tras las rejas y pierden la libertad y, lo más importante, su identidad.

“Sentí que había ahí algo especial para mí. Logré, a través de un amigo jesuita mío, que me dejaran entrar y no salí nunca más”, cuenta.

Las estadísticas son alarmantes: una de cuatro presas se vuelve lesbiana estando en prisión y 8 de cada 10 cae en la droga. Además, casi el 90% de las mujeres condenadas está vinculada al delito de microtráfico o robo para consumir.

-Esta es una realidad invisible para la mayoría de la sociedad.
“Sí, involucrarme implicó quebrar los paradigmas con los que me había formado y que son de una persona que vive escuchando que la delincuencia ha crecido. Ahí me encontré con que las, entre comillas, malas y que se quiere invisibilizar, eran personas con historias, con dolores enormes, la mayoría madres. Es cierto que habían delinquido y por eso están pagando su precio, pero ante ellas nosotros tenemos un deber.
“No basta con encerrarlas....”

-¿Y olvidarlas?
“Y olvidarlas, porque estas personas van a volver a salir y lo harán en condiciones peores a las que tenían cuando ingresaron. Por lo tanto, el círculo de la delincuencia lo vi claramente ahí; no se quiebra metiendo al delincuente a la cárcel, sino que sacándolo en buenas condiciones.
“Ese paso siguiente, que es hacerse cargo de una persona que se mete a la cárcel y se le cobra una deuda y sacarla convertida en una persona que pueda contribuir a la sociedad, lo tenemos que dar y la sociedad no lo tiene incorporado”.

-El cuestionamiento a la política carcelaria nos remite a la realidad del hombre preso. ¿Hay alguna diferencia respecto de la mujer presa?
“Bueno, esto es parte de nuestra misión, demostrar que la prisión masculina es completamente distinta a la femenina. Históricamente, la cárcel ha sido pensada como una cárcel de hombres; la de mujeres ni siquiera se llamaba así hasta fines de los 80; se llamaba Centro de Orientación Femenina y estaba a cargo de las hermanas del Buen Pastor. Entonces pasó a manos de Gendarmería –entre otros porque las mujeres se convirtieron en delincuentes más serias- y se replicó el sistema”.

-El modelo masculino.
“Sí y eso hace todo más complicado, porque las condiciones psicológicas y personales de una mujer son muy distintas. Su situación de dolor es muy distinta, no porque seamos más sentimentales, sino porque hemos sido educadas dentro de un concepto de género que establece que nuestra labor principal es cuidar a los hijos. Cuando una mujer cae presa, primero, pierde al marido rápidamente, cosa que no ocurre al revés porque las esposas se instalan en las cercanías de la cárcel para acompañarlos.
“A las presas las visitan mujeres, los hombres desaparecen; y a esto se suma que dejan de ver a los hijos. Esto hace que tengan una crisis de identidad gigantesca; pierden el cable a tierra ya que muchas delinquen por mantener a sus hijos. Esto no es justificación, pero es real y son utilizadas y manipuladas por otros precisamente por su bajo nivel cultural”.

Ana María Stuven, tras todos estos años trabajando con internas, asegura con total convicción que la pérdida que sufre la presa es mayor que la del hombre. La mayoría tiene a sus hijos repartidos entre varios familiares y conocidos, por lo que su familia se disgrega; cuando falta la madre, la familia se deshace y esto genera una condición precaria.

“El vínculo entre la madre y el hijo se tiende a romper porque ellos la culpan de estar lejos”, afirma. Al final, explica, las presas salen deterioradas emocionalmente y físicamente, por lo que el período de prisión se convierte “en un infierno”.

-¿Las carencias afectivas explican el hecho de que se vuelvan lesbianas?
“La fragilidad afectiva y la necesidad de protección lo explican. Hay mucho ‘macho’ (lesbianas con esa condición desde antes), pero las otras se vuelven homosexuales para evitar el peligro de ser violentadas, por necesidad. Se forma familia en torno a un ‘macho’ y las mujeres nuevas pagan ese precio”.

-¿Es un camino sin vuelta atrás?
“No, esto lo hace más penoso. Muchas de ellas mantienen una condición bisexual; adentro actúan como lesbianas, pero mantienen a sus parejas hombres afuera. Además, no le cuentan a la familia y esta es otra pérdida de identidad, porque además de dejar de ser madres, pierden su orientación sexual.
“Cuando salen recuperan, muchas, su sexualidad, pero con un trauma muy grande”.

-¿La drogadicción viene de la mano de estas carencias?
“Sí, es la misma razón, es un escape por la desesperación. En la cárcel hay mucha droga y mujeres que sólo traficaron y no consumían, lo empiezan a hacer”.

-Este sí es un camino sin retorno.
“Claro, sobre todo cuando se trata de pasta base o crack. Hay un daño cerebral irreversible. (Su voz se apaga un poco y continúa) Hay patios de la cárcel donde ves mujeres realmente dañadas, en los patios más duros, de peor conducta, pasan drogadas todo el día”.

“Abriendo Puertas” no sólo les dicta talleres de desarrollo personal para que logren manejar su dolor, sino que de capacitación laboral y ahora, de emprendimiento, para poder asegurarles en parte, que podrán valérselas cuando salgan. Sin embargo, estas operaciones relámpagos se hace con aquellas que tienen mejor conducta.

-¿Los niveles de reinserción de las mujeres son similares a las de los hombres? ¿La maternidad funciona aquí como un factor rehabilitador, como en la drogadicción lo es protector? ¿Los hijos son una esperanza?
“Parte de la masculinización de la prisión se ve en que existen muy pocas estadísticas sobre la realidad penitenciaria de las mujeres, no hay cifras disgregadas por género, es difícil saber cuáles son los grados de reinserción.
“Nosotros apostamos a que la maternidad sea un factor motivador; hay muchas que no quieren volver ahí por sus hijos, pero se encuentran en un círculo vicioso, porque ese vínculo maternal es el que las lleva a reincidir al no encontrar trabajo”.

Ana María Stuven reclama con urgencia repensar la prisión femenina: “hay que reevaluar si compensa meter o no una mujer a la cárcel; hay que preguntarse si el costo social de enviarla a la prisión es menor o mayor que darle una pena alternativa”.

-Puesto así, esto parece más urgente que solucionar el tema del hacinamiento.
“Es que es otra arista. La cárcel es una escuela del delito, como dijo la fiscal Maldonado, y cuando viven en ese nivel de hacinamiento, de violencia interna, esas mujeres van minando su autoestima, destruyéndose como seres humanos”.
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