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Reconocimiento mutuo

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24 de Marzo de 2010 | 12:18 |
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Las madres y mujeres hemos sido educadas para estar atentas a las necesidades de los demás. Nos cuesta mucho legitimar y defender lo inherente a nosotras mismas; constantemente dejamos de lado lo nuestro.

Para el crecimiento mental y la diferenciación de los hijos es fundamental romper con el mito de la madre idealizada y sacrificada, que está a entera disposición de sus hijos. El reconocimiento mutuo del otro como un legítimo otro, debe darse desde el inicio de la vida, afirma la psicoanalista Jessica Benjamín, concepto que me parece muy ilustrador para educar validando nuestra subjetividad y la de nuestros hijos.

Es necesario que las madres miremos a nuestras guaguas, niños y adolescentes con perspectiva; como una persona, distinta, diferente y única. Es necesario que nos demos el tiempo de tratar de saber quienes son, pero a la vez los eduquemos para que ellos también nos reconozcan como un otro diferente, con sentimientos y vivencias específicas. Somos iguales y diferentes a la vez.

Recientemente, en el seminario internacional “Efectividad e innovaciones en Psicoterapia “, se trabajó sobre la importancia del desarrollo una madre que establece límites claros al niño y al adolescente. Reconoce tanto sus deseos, necesidades y pensamientos como las de sus hijos.
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Hoy se insiste en la importancia de una madre sujeto, imperfecta que esta consciente de su independencia y respeta la de su descendencia.

Antiguamente, el amor maternal tradicional era considerado único y diferente al del padre, tenía como principal característica el hecho de que la madre era capaz de anteponer todos sus intereses frente a los de sus hijos. Esta concepción de maternidad ha tenido consecuencias delicadas, pues ha dado pie al desarrollo del narcisismo, el mal de nuestros tiempos. Un amor posesivo que asume al otro como extensión y propiedad de si mismo.

La capacidad de ponerse en el lugar del otro es vital en todo tipo de relaciones y se aprende en la relación con la madre. Reconocer el dolor, la rabia, la frustración, la alegría y/o el bienestar que uno puede haberle causado es fundamental y esto implica, una vez más, poder reconocer las necesidades del otro.


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