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La cara real del chileno

El director de “Huacho”, la película aplaudida en Cannes, dice las cosas por su nombre: los chilenos son porfiados de cara, no tienen idea de cómo se vive en el campo e ingresaron a la OCDE por la puerta trasera; no quieren asumir los problemas que aún persisten en el país, ni a la imagen real de su gente. Este chillanejo apuesta por algo más esencial y trascendental de la vida, y lo enseña desde la mirada campesina.

17 de Marzo de 2010 | 08:42 |
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Mientras el olor a vigas de metal quemadas y a tóxicos aún pululaba por el aire de una Nueva York atacada por el terrorismo, el chileno Alejandro Fernández miraba las vitrinas de tiendas de moda y los carteles de modelos.

Ese absurdo de la vida real llenó su cabeza con los cuestionamientos post-traumáticos de lo que es verdaderamente importante en la vida.

Fue en la ciudad de Woody Allen que, este entonces periodista chillanejo de Efe, decidió dar un vuelco en su biografía. Renunció –dejando su credencial de reportero económico en una mesa y diciendo ‘no volveré nunca más’- y regresó a su campo. Ahora seguiría su sueño y haría películas.

Un año y medio después, se pasearía por la alfombra roja de Cannes junto a un jubilado de Portezuelo (pueblo cercano a Chillán) y Alejandra Yáñez, dos de los actores de su primer largometraje “Huacho”, que se estrenó durante la Semana de la Crítica del clásico festival de cine.

Su película, que se presentará el 14 de enero en Chile, muestra la historia de una familia de campesinos, integrada por los abuelos (Clemira, vendedora de quesos y Cornelio), la hija de éstos (Alejandra, quien no paga la luz de la casa por comprarse un vestido en una multitienda) y su hijo Manuel, que estudia en un colegio de Chillán, al tiempo que su cabeza vuela por los videojuegos.

Considerado como una antipelícula por su propio director, a este film se lo compara con un documental, a pesar de ser ficción, y con el cine iraní por utilizar actores no profesionales (todos son gente común, pero con talento y personalidad, de la zona sur del país).

Y aunque el mismo Fernández asegure que ésta es la primera cinta en la que nadie grita, ni llora, ni pelea, ni se muere, la prestigiosa revista de espectáculos “Variety” aplaudió “la gran calidad” de sus actuaciones, en una película que “retrata un mundo en que hasta los eventos más pequeños transportan un gran peso para aquellos que viven el día a día".

Según su propio director, se trata de mostrar la vida real, en un contexto cambiado desde el ingreso de la tele, “Los Simpson” y el celular al campo, donde, en vez del inquilino “ahora existe el pequeño campesino que vive en una población, en el campo, o en su casa que compró con subsidio y que tiene que ir a trabajar a varios lugares como mano de obra”, con un especial énfasis en no dejarse tentar por los estereotipos.

“Se trata de imaginarse que al final todos somos parecidos. Somos imperfectos, medio cobardes, medio mentirosos, medio buenos y medio malos”.

-Por ahí alguien hizo un comentario de que los actores eran poco agraciados...
“Es que los chilenos somos porfiaditos de cara, no hay por donde. Y generalmente, al momento de ver una película no aparecen las caras que se ven en el metro, en la micro, en la calle, en el supermercado, se ve gente que no representa fielmente lo que es el chileno, que es una cosa diversa, con guatones y gente chica. El comentario decía que ‘(a los actores) costaba verlos tanto tiempo en primer plano cuando son tan porfiaditos de cara’. Y bueno, si vamos a ver estrellas, vamos a ver un desfile de modelos.
“Cuando se quiere hacer una película de campo se recurre a un actor profesional que imita un acento, que cae en el estereotipo. Esta película tenía como principal objetivo luchar contra el estereotipo del campo, del pobre. Por otro lado, también se muestra gente normal, como la que yo veo, como lo que es el mundo, como lo que es Chile, no como uno quisiera ser. Eso puede incomodar a muchos, porque quieren ver gente más bonita, una imagen de país más exitoso, con menos problemas, con temas más resueltos”.

-¿Y que no se vea tercermundista?
“Exacto. Creo que seguimos siendo un país pobre. Nos aceptaron en la OCDE pero entramos por la puerta trasera a trapear el piso. Somos como la nana del OCDE. Creemos que ya tenemos todos los temas sociales y económicos resueltos, pero no es así. Vivimos a crédito en nuestra imagen de país, pensando que ya alcanzamos una igualdad que no tenemos. Basta ver los resultados de la PSU para saber que no hay oportunidades para todos, pero nos convencemos que nuestros problemas, a la hora de hacer películas tienen que ser otros, los de un país desarrollado. Claro, puede eso molestar, ‘ya vamos con la cosa media social de nuevo, si eso ya está listo, se resuelve por decreto’.

-En Cannes, Cornelio decía que se había ido al confín del mundo...
“Claro, él tenía súper claro que el centro del mundo es Portezuelo (ríe), el centro del mundo es su casa y lo que esté más allá, mientras más lejos esté, más el confín del mundo es para él. Y eso refleja un poco lo que es la película, que está hecha desde ese lugar, donde el centro del mundo es lo que está ocurriendo. No esta idea de lo que no somos y queremos ser”.

-Has dicho que esta es la primera película donde la gente no llora, no pelea ni muere. ¿Qué la hace interesante?
“Todo lo que ocurre. Quizás hay gente para la que el cine debe ser un espectáculo, una montaña rusa con balaceras, pero el cine también puede ser el reflejo verdadero de algo que ocurre en la vida, reconocerte en lo que eres, en la banalidad de que tu día se completa con ir a almorzar con un amigo, estar con la persona que quieres, trabajar, ganarte la vida. Y eso es lo que ocurre en la película.
“Es importante descubrir un mundo que de tanto ver a diario, pensamos que ya no existe y nos volvemos insensibles a eso”.

-¿Conocemos la vida del campo de nuestro propio país?
“Yo creo que no, que se desconoce profundamente, es como un misterio. Cuando imaginamos el campo, pensamos en novelas de principios de siglo, en ‘El señor de la Querencia’. La gente que tiene la plata para ir al cine desconoce profundamente cómo es la vida de la gente que no va, no vemos las cosas desde el otro lado. Por eso, generalmente, en las telenovelas, el personaje pobre es el cómico que habla divertido; creemos que la pobreza está relacionada con delincuencia, con marginalidad. Estoy cansado de ver películas donde los pobres son incestuosos, cochinos, ladrones y que la única forma que tienen para ganar plata es vendiendo droga”.

-¿Y cómo es la vida en el campo?
“Cada vez más es como vivir en la población de una ciudad; las distancias se acortan más, las relaciones laborales son distintas y ya no existe ese aislamiento de hace 20 años. Lo único que se mantiene es una relación más sana y concreta con la naturaleza. Uno siente más las estaciones, vive más en contacto, y eso te da una libertad más grande. Siempre he admirado a la gente del campo, porque entiende eso que es fundamental del ser humano. Si hubiese una hecatombe, perdiéramos todo y tuviéramos que rascarnos con nuestras propias uñas, probablemente la gente del campo sería la única que podría sobrevivir. Nosotros no sabemos cómo plantar un tomate, cómo criar un animal, nos dan miedo las vacas...”.

-A los 15 años te viniste de Chillán a Santiago con tu familia. ¿Fue muy brusco el cambio?
“Sí, pero a mí me gustaba la idea de la gran ciudad. Después viví en Nueva York 10 años. Al estar allá empecé a extrañar el campo y se me ocurrió hacer esta película. Fue de pura nostalgia por volver y cuando lo hice, me di cuenta que había cambiado”.

Tras estudiar un año medicina, Alejandro se decidió por periodismo en la Chile, a pesar de que su verdadero interés iba por el cine. Pero, como cuenta, eso era “una cosa reservada para gente de mucha plata”.

“Vengo de esa generación de la Chile donde en la Escuela había una sola cámara, una VHS, que se podía sacar con una carta del rector. Eran años difíciles, el cine era un sueño. Además venía de Chillán, pueblo chico... Yo pensaba que las guitarras eléctricas sólo existían en Estados Unidos. A ese nivel era mi provincianismo”.

Nueva York terminó por abrirle los ojos, a niveles extremos, teniendo que vivir como reportero el ataque a las Torres Gemelas en septiembre del 2001, del que se enteró observando junto a su esposa, y desde su departamento en Brooklyn, las llamas que coronaban los rascacielos.

“Creo que por primera vez se me despertó el instinto periodístico; llamé a la oficina y dije: ‘¡Voy a las Torres!’. Y mi jefe me dijo ‘no, ya enviamos a alguien. Vente para acá’. Me subí al metro y me fui y cuando iba cruzando el túnel por el río, digo ‘¡qué mierda estoy haciendo acá! Están bombardeando la ciudad y yo voy en el metro cruzando por el río…’. Son esas cosas que cuando ocurren, uno piensa que de verdad el mundo no volverá a ser el mismo. En Nueva York pasaron seis meses en que la gente se daba el asiento del metro, se saludaba cortésmente, se ayudaban uno a otro. Como que se transformó en Villa Feliz, y se dejó esa cosa tan agresiva e individualista de la ciudad”.

-¿Qué es lo que más te quedó grabado del ataque?
“Lo que más me acuerdo es que habían cerrado el tráfico en todas las calles y haber estado caminando y haber visto -en medio del olor al incendio, a metal quemado, a sustancias tóxicas que flotaron como dos meses- los letreros de moda, de las modelos. Ahí piensas que de verdad eso no tiene ningún valor, ningún sentido, que muchas de las cosas que pensamos que son importantes, no valen nada, son absolutamente accesorias. ¿Para qué necesito un nuevo celular? Lo que importa está en otra cosa, en otro lugar”.

-¿Tu hija, Julieta, ya había nacido?
“No, nació hace dos meses. Eso es lo realmente importante, ella es. Es un genio. Habla... Bueno, no habla, se pone a balbucear como loca”.

-¿Tu esposa es chilena?
“Venezolana. La conocí en Nueva York, somos periodistas los dos. Cuando nos vinimos a Chile, costó un poco al principio, porque cuando uno llega de Nueva York, uno piensa que nadie hace nada, que todo se demora diez veces más”.

-¿Muy pueblo Chile?
“Sí, al principio se siente como volver al campo”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“En estos momentos de mi vida es cambiarle los paños a mi niña. A ella le encanta, se mata de la risa estando sin pañales, sin nada; le como las patas”.
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