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A la cabeza de la Quinta

El estilista que lleva 30 años cuidando que las estrellas del Festival de Viña luzcan un cabello perfecto, habla de sus inicios en el arte del look y sobre el “secreto profesional” que deben tener los peluqueros, quienes se ven obligados a estar siempre dispuestos a escuchar y jamás reproducir lo que sus clientes les confiesan.

28 de Abril de 2010 | 08:41 |
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”Mirar, oír y callar. Ese es un lema que debieran tener los peluqueros”, afirma Patricio Araya, el mismo estilista que este 2010 cumple 30 años dando el glamour a las cabezas que han desfilado por el escenario de la Quinta Vergara.

Apenas se nota que tiene 66 años y varias operaciones a su corazón. El único hombre al que Raquel Argandoña le confía su cabello, y que ha peinado a cada animador, jurado y artista que ha estado presente en el Festival de Viña desde 1980 -incluyendo la mismísima greña suelta de Gloria Trevi-, no muestra ni una gota de desánimo en esta versión bicentenaria del Festival de Viña del Mar, al contrario. Como cada año, se ha presentado días antes de que comenzara el certamen, junto a su grupo de peluqueros y maquilladores, y estará presente en los ensayos generales para así obtener una visión general del show.

“A veces hay gente que quiere lucirse más, pero yo tengo el cuadro del conjunto, el sentido del espectáculo”, comenta el mismo peluquero que creó la siempre recordada chasquilla araña, luego de notar que las participantes de “Miss 17” se veían poco prolijas con el pelo en la cara. Bastó un cepillo, un secador y mucha laca para dar forma en unos minutos a una leyenda del look de las chilenas.

Pero su visión artística va más allá, basada en los estudios de arte que a muy temprana edad comenzó en su natal Mejillones. No por nada, en pleno auge de la “blondimanía” de las chilenas, a comienzos del 2000, no se arrugó en afirmar que aquí “hay mujeres que no están hechas para ser rubias y punto”.

-¿Todavía queremos ser rubias?
“Ha bajado un poco eso... Lo que pasa es que el rubio es un color de pelo que suaviza ciertas características de las mujeres. Por algo salen las canas con los años; como se van marcando las facciones, necesitas suavizarlas. Por eso, si 9 mujeres de 10 van rubias a conseguir pega, son esas 9 las que se van a quedar con el trabajo, porque llevan un look que les facilita el casting psicológico”.

Duro, pero lo dice Patricio Araya.

-¿Esperas algo de este festival?
“Siempre lo he dicho como talla, pero me encantaría que me regalaran, aunque sea, una Gaviota tras bambalinas. Porque a todos les han dado por una actuación, y yo hace 30 años que estoy actuando en la Quinta Vergara. Sería mi trofeo, no podría pedir más”.

-¿Qué ha sido lo mejor durante estos 30 años que llevas en el Festival?
“Han habido festivales que fueron muy importantes, como ese año (1981) que vino Julio Iglesias, Miguel Bosé, el Puma y varios jurados importantes. Siempre recuerdo que hubo mucho glamour esa vez, que es lo más importante de un evento veraniego”.

-¿Y lo peor?
“No sé, que ha ido cambiado entre un canal y otro. Pero el Festival va con el mundo, con los cambios de gobierno y todas esas cosas. En la época del gobierno militar, era desagradable que nos registraran todo, pero al final lo encontrábamos más seguro para nosotros, nos sentíamos protegidos. Eso ha sido lo único que me llamó la atención”.

Su larga trayectoria en la Quinta es tal, que su salón en calle Napoleón 3466, en Las Condes, aún luce la fachada del Palacio Vergara que vio una vez como escenografía del Festival. “Yo estaba justo pensando en cómo sería la casa por fuera, cuando en un minuto se movió el escenario y apareció el palacio. Después empecé a buscar toda la ornamentación que podía encontrar para repetir el frontis, que es veneciano. De eso, ya han pasado 25 años”.

-Llegaste a los 20 años de Mejillones a Santiago...
“Sí, y ahora tengo 66”.

-No se notan.
“(Ríe) El otro día pusieron en una entrevista que tenía cincuenta y tantos. Tengo 66, dos operaciones al corazón, dos bypass y una fulguración al corazón que me hicieron el año pasado, antes del Festival”.

-¿Mucho estrés o mala alimentación?
“Creo que es por lo trabajólico y perfeccionista. Así agarro mucha tensión. Pero también es hereditario, porque mis abuelos, mis tíos, mis primos, hasta mi padrastro y la gente allegada a mi familia, todos, han muerto al corazón. Es como una epidemia familiar”.

-Otra cosa que heredaste es tu oficio...
“Sí, el abuelo Araya era peluquero ‘extra’, porque era mecánico tornero, pero el extra, para ganarse otra plata, era la peluquería de hombre. Él me enseñó a afeitar como barbero y cómo afilar la navaja en una especie de suela. Ahí aprendí. Él nos enseñó a todos. En toda mi familia no hay ningún peluquero más que yo, todos tienen profesiones diferentes, pero saben cortar el pelo.
“Cuando chico nunca fui a una peluquería, mi abuelo me cortaba el pelo. Me acuerdo que sólo fui una vez con mi mamá y le dije que mirara al peluquero, porque se había echado betún en la cabeza y se había peinado encima... Al final, me echaron (ríe). Era hijo único así que era fregado”.

Consentido, pero no por eso menos empeñoso. A los 11 años ya trabajaba con el cabello de las amigas de su madre y notó que su pasión no sólo requería nociones de estética, sino que también un buen oído que recibiera las confesiones del cliente.

“Me acuerdo que una mujer me empezó a contar cosas y yo me sentí de lo más incómodo, porque era chico. Y le dije ‘pero tú no me conoces y no sabes si esto lo voy a repetir’. Y ella me contestó: ‘tú estás cerca de mí; te estoy entregando mi pelo. Si le cuento mis cosas a una amiga, ella me va a decir que yo soy la culpable. En cambio, tú no me puedes decir eso. Me vas a tener que escuchar, ayudar y decir ‘pobrecita’ y todas esas cosas’. Ella esperaba que la atendieran bien y a la vez que la escucharan. Ahí entendí que uno tiene que estar dispuesto a escuchar a su público y que eso es lo más importante”.

-¿Te cuentan muchos problemas?
“Todo. Un peluquero es, en cierto sentido, un poco psicólogo, un poco confesor, un poco solucionador de problemas. Un cliente cuenta algo y uno le dice ‘mira, este problema también lo tuvo una persona y lo solucionó de tal manera. Pruébalo tú’. O también hay veces que la señora quiere venir, relajarse y hablar, hablar y hablar, y uno tiene que escuchar no más”.

-Eso también te habrá pasado con famosos.
“Con toda la gente que atiendo, porque siempre comentan algo. Cuando chico tenía tres enanitos en mi velador, uno tapándose los ojos, otro la boca y otro las orejas. Uno tiene que ser así; mirar, oír y callar, ese es un lema que deben tener los peluqueros”.

-Mucha gente te preguntará por las cosas que te cuenta la gente conocida, ¿no?
“Claro. Pero uno no puede. Es parte de la ética profesional.
“Siempre fui respetuoso a la profesión, a la gente. Por lo mismo, muchas cosas que pude hacer no me las permití, por el hecho de querer que las personas miraran esto con respeto. Nunca me permití ser loco. Por ejemplo, nunca en mi vida me he curado, nunca. Jamás he tomado una droga ni ninguna de esas cosas. Mi profesión exige que uno siempre esté impecable, como que la vida le sonríe, como que nunca te duele nada, siempre limpio para hacerse cargo del cliente que viene con todos sus problemas”.

-Con tus complicaciones al corazón, ¿cómo te estás cuidando?
“Tomo como diez pastillas todos los días y lo tengo que hacer por el resto de mi vida. Tengo una caja donde organizo todas las del mes, así no se me olvida ninguna”.

-¿No cambiaste los hábitos alimenticios o sales a trotar?
“No. Como trabajo de pie, a veces me cuesta agacharme, así que de repente hago 10 a 15 minutos de ejercicio para elongar, aunque soy reacio. Pero en el campo barro, hago de todo. Soy pintor de brocha gorda y todas esas cosas. Vivo como a 2 km. de Calera de Tango, en una parcela. Me gustaría pasar más tiempo allá, pero tengo que salir a producir porque hay que pagar la casa”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“Yo soy mariano y colecciono Vírgenes de todo el mundo. Cuando viajan mis clientes y me preguntan que qué quiero que me traigan, les pido una. Creo que tengo 300 ó 400. Las tengo guardadas en una parte y cuando quiero las miro. Lo otro, es que no me gusta levantarme temprano. Es un sufrimiento para mí estar en pie a las 8 de la mañana. Desde chico he sido dormilón, y me gusta hacerlo todo acostado, estar con el computador, leer…”.