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Después de esta catástrofe, ¿qué?

¿Como nos reconstruimos como adultos y ayudamos a nuestros adolescentes después de esta catástrofe?

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24 de Marzo de 2010 | 12:17 |
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El desastre natural que hemos vivido ha fracturado la manera habitual de funcionamiento de muchos de nosotros.

Ante episodios así, queda en evidencia nuestra vulnerabilidad. El terremoto nos ha sacudido, conmovido afectado a todos y a nuestros adolescentes también.

Muchas personas aún están bastante asustadas, se sienten frágiles, debilitados y con las replicas y temblores resurge de alguna manera la situación traumática vivida, otros prefieren no tomar contacto con los miedos y sustos vividos, no quieren pensar ni hablar de la situación.

Es muy importante no emitir juicios de cómo cada adulto o adolescente o niño ha reaccionado ante esta catástrofe, tener profundo respeto por la vivencia de los hijos, pareja, amigos, compañeros de trabajo y conocidos.

Para que los adultos puedan acoger a sus hijos, ellos también tienen que sentirse acompañados, y en condiciones de contener a otros, por eso, resultan muy importantes las redes de apoyo, el poder compartir las vivencias, exteriorizar los sentimientos y pensamientos todas las veces que sea necesario. Darse permiso para sentirte mal, tomarse tiempo para llorar las pérdidas y conversar en conjunto con otros, las posibles soluciones ante situaciones complicadas.

En general, a muchos, adolescentes, les cuesta expresar claramente sus sentimientos, como no son niños en ocasiones no se sienten con “autorización” para llorar o mostrar mas abiertamente lo asustados o perturbados que pueden estar con lo vivido. Es importante abrir el tema y entender como lo han vivido ellos, darse el tiempo para indagar sus dudas, temores, angustias y responder a sus inquietudes. La parte más adulta de su personalidad, que está creciendo, necesita explicaciones y el aspecto niño, aún presente necesita ser acogido y escuchado.

Tanto los adolescentes como los adultos pueden haber sentido o seguir sintiendo: ganas de llorar y gritar, impotencia, irritabilidad, rabia, presión en el pecho, dolor de cabeza, tensión muscular, estado de alerta constante, sobresaltado, mucha o relativa ansiedad y/o angustia. Confusión, aturdimiento, dificultad para recordar o concentrarse. Trastornos de la alimentación como vómitos, diarreas, malestar, pérdida de apetito. Alteraciones del sueño (pesadillas, insomnio).
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Si estos síntomas persisten en intensidad y/o en el tiempo, es necesario consultar un especialista.

Evidentemente, con el paso de los días, la entrada al colegio y el restablecimiento de las rutinas cotidianas, se espera que el temor y la angustia vayan disminuyendo. Ahora bien, la toma de conciencia de lo que hemos vivido como país, y las devastadoras diferencias entre las pérdidas de unos y otros representa una oportunidad de crecimiento.

El terremoto para las familias de adolescentes, que han sido menos afectadas, puede transformarse en una tremenda posibilidad de ayuda y desarrollo humano. Potenciar los valores de generosidad, solidaridad y empatía, enriquece mucho a nuestros adolescentes: salir a ayudar y formar parte de redes de solidaridad es fuente de reparación para todos.


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