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Tres relatos del conejo de pascua

Ya queda poco para que el conejo deje exquisitos huevos de chocolate en las casas de los niños que se han portado bien. Pero, ¿por qué el conejo forma parte de esta fecha? Las historias que cuentan su origen abundan, túy puedes elegir una para explicarle a los pequeños esta tradición.

05 de Abril de 2010 | 15:51 |
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El conejito, símbolo de fertilidad

La historia que tiene más peso se remonta a las culturas anglo-sajonas pre-cristianas ubicadas en el hemisferio norte. Mucho tiempo antes que Cristo naciera, el conejo quien se caracteriza por ser muy fértil, era el símbolo terrenal y animal favorito de la diosa “Eastre”, diosa de la fertilidad.

El mes de abril es el mes de esta divinidad, quien más tarde pondría nombre a la celebración cristiana (“easter”, en inglés) y que a su vez, coincide con el comienzo de la primavera y la nueva vida que caracteriza esta estación en los países del norte. Por este motivo, el conejo pasó a ser muy popular durante la pascua y a simbolizar el valor de la vida que se destaca durante esta celebración.

Las leyendas señalan que tal asociación ocurrió en el siglo XVI en Alemania, cuando Georg Franck von Frankenau escribió “De ovis paschalibus” (Sobre el huevo de pascua) el cual hablaba sobre la tradición de un conejo que llevaba huevos durante esta fecha.

En el siglo XVIII el conejo de pascua llegó a Estados Unidos. Gracias a los inmigrantes alemanes que llegaron al Pennsylvania. Ellos comenzarían la tradición de los huevitos de colores para el día de pascua de resurrección sólo si los niños se portaban bien. La venida del “Oschster Haws” se convertiría en un suceso al nivel del Viejo Pascuero en nochebuena.

En ese entonces, los niños construían nidos en distintos lugares cercanos a sus hogares, para que el conejo pusiera sus huevos. Más tarde la nueva tradición sería construir cestas para poner los huevos.

“El Conejito de Pascua: una dulce historia”, de Eduardo Armstrong

Esta versión le da un sentido cristiano al conejo de pascua. El cuento de 50 páginas de Eduardo Armstrong cuenta con coloridas ilustraciones e incorpora en la narración valores como la responsabilidad, la lealtad y la gratitud.

Aquí el autor cuenta la historia de un hombre que nació hace 2.000 años y que advirtió que resucitaría poco antes de morir. Pero algo no resultó como lo tenía planeado. El hombre había sido dejado en un sepulcro, pero cuando quiso salir no pudo porque ¡una gran piedra le bloqueaba la salida!

Como no podía dejar la tumba, decidió pedir ayuda a varios animales, pero ninguno quiso mover la gran piedra. No le creían que era hijo de Dios y no iban a arriesgarse por alguien que no conocían.

Pero un animal -orejas y dientes largos, muy saltarín y con bigotes de roedor- escucho las súplicas del hombre y acepto mover la pesada roca. El hombre era Jesús, el hijo de Dios, y en retribución le otorgó un inmenso regalo:

“Querido conejito, mi amigo fiel, en agradecimiento por tu buena vida estarás eternamente en el recuerdo de todos los niños y niñas del mundo. Por eso, cada año, podrás regresar a la Tierra para darles felicidad durante las mañanas en que se celebra la Pascua de mi Resurrección...

Te dejarás ver por los más pequeños, quienes encantados te seguirán para jugar, buscando tocarte y acariciarte, encontrando en cambio tu dulce recuerdo: el más alegre y colorido huevito de la Paloma de la Paz, un delicioso regalo del Espíritu Santo, hecho con el más dulce chocolate, para que recuerden siempre su infinita capacidad de darlo todo”.

El conejo, testigo de la Resurrección

Aquí el conejo es un observador privilegiado. Él estaba escondido en el sepulcro donde más tarde dejarían a Jesús. Cuando llevaron al hijo de Dios al lugar, mucha gente lloraba y entraba con mucha pena porque había muerto. El conejo se asustó un poco porque no entendía qué estaba pasando.

El “dientes largos” tuvo tiempo para mirar el cuerpo de ese hombre que no tenía idea quien era. ¿Era alguien muy importante? ¿Por qué lo querían tanto? Muchas dudas le arrancaron en ese momento.

Después de tres días, el conejo finalmente respondió todas sus dudas. Lo había ojeado día y noche cuando de repente vio algo extraordinario: el hombre que supuestamente estaba muerto, se levantó y dobló las sábanas con las que había sido envuelto. ¡Era la resurrección de Jesús!

La sorpresa embargaba al conejito. Después apareció un ángel que llegó a quitar la piedra que bloqueaba la entrada. Junto a Jesús, el conejito saldría de la cueva con un acompañante más vivo que nunca.

Desde ese momento el conejo se daría cuenta que Jesús era el hijo de Dios. La buena nueva era demasiado importante, por lo que decidió que tenía que llevarla a cada rincón del mundo. Especialmente para los más tristes y apenados, esto era un mensaje para que estuvieran alegres por lo que había sucedido.

Como el conejo no podía hablar como los humanos, la leyenda dice que se le ocurrió llevar consigo huevos pintados cada domingo de Pascua de resurrección, como mensaje de vida y alegría y para recordar que Jesús resucitó.
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