Vengo de Bélgica, país en el que no tenemos ningún tipo de movimiento… Y cuando hablo con mis amigos de allá y me preguntan cómo estoy, les digo simplemente: “Viví un momento sumamente complicado, vi de cerca el impacto que dejó aquel día 27, pero estoy sumamente orgulloso de poder decir que vi una reacción de humanidad”.
Podría hablar de los saqueos y todas las malas cosas que todos vimos en la televisión, pero prefiero hablar sobre la calidad humana que vive en este país. Vi un Chile unido, un Chile que lucha por seguir adelante.
Tuve la suerte de poder compartir con un grupo de amigos cocineros, en Sagrada Familia, vecino a Curicó, un momento de tristeza y alegría. Dos extremos, dos sentimientos opuestos, pero aun así, es lo que siento.
Fuimos a cocinar y regalar algunas cosas. La gente nos recibió con abrazos, sonrisas e historias de miedo y desolación. Aun así, nos abrieron sus corazones y compartieron con nosotros. Ha sido una de las experiencias más impactantes que he vivido. Más intenso que el terremoto mismo. Pero sé que se levantarán, con o sin ayuda, y estoy orgulloso de poder ser parte de este Chile.
Compartimos con una familia que perdió su restaurant, pero ellos están decididos de volver a levantarlo, de seguir luchando. Y nosotros vamos ayudar en lo que podamos. Dejé mi corazón y una promesa allá… Volveré.
Ellos nos enseñaron a seguir. No cuentan con hornos profesionales, planchas de inducción, fogones de última tecnología. Pero tampoco lo piden, solamente quieren fuego y materias primas que recogen de sus propias tierras.
Podría hablar tanto de cocina, pero ese día me quedó claro que son ellos los que merecen los premios: cocinan para alimentar a su pueblo, a sus trabajadores, con comida sin pretensiones ni espumas u otros inventos. Me dieron una clase de humildad, lo cual voy agradecer una vida entera.
Un saludo muy cariñoso,
Mathieu Michel
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