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Deslenguado

El periodista, profesor e investigador de las historias detrás de las palabras revisa el vocablo y la amabilidad de los chilenos. Afirma que los insultos más dañinos que decimos son aquellos que hacen referencia a la mamá, y además, aunque llega a la conocida conclusión de que muchos no entendemos ni las instrucciones del sobre de la sopa, admite que les encuentra la razón: “están tan mal escritas, que hay que leerlas como tres veces”.

07 de Julio de 2010 | 08:57 |
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Dice que no volvería al pasado ni por equivocación, que el computador y las comodidades de hoy en día no las deja por nada. Sin embargo, asume que las buenas costumbres y el lenguaje de los chilenos se han desvirtuado.

Héctor Velis-Meza (viudo, 60 años) es un gran conocedor del apogeo y decadencia de nuestras palabras. Autor de “Chilenismos con historia” y “Dichos, frases y refranes con historia”, logró estar entre los más vendidos gracias a “Malas palabras con historia” (Cerro Huelén, 2009).

Después de aceptar un espacio en Radio Cooperativa, para hablar del origen de las palabrotas, este periodista y profesor de la Universidad Central decidió reunir en un libro las historias tras adjetivos calificativos, como ahuevonado, alcahuete, cornudo, chaquetero, macabeo, maraca o palurdo, que tan bien hemos adaptado, en general, a nuestro lenguaje del día a día.

“Hemos empobrecido de tal manera el lenguaje, que es curioso cómo para decir cosas que podríamos decir, ocupando una serie de sinónimos, encontramos muy pocos usamos los gartabatos de una manera casi natural”, cuenta el autor en el segundo piso de la feria Chilena del Libro en Huérfanos, donde trabaja desde hace 35 años.

“Es curioso, pero nuestra sociedad les quitó el rasgo de agresividad a los garabatos y así los blanqueó”, cuenta el mismo hombre que confiesa que una de las mayores sorpresas de su vida fue constatar que su esposa decía malas palabras.

“Estoy hablando del año ‘71, cuando la conocí en la escuela de periodismo; un día la escuché hablar con una de sus compañeras y hablaban a garabato limpio. Yo quedé impactado, porque en mi familia no se hablaba así. Después me di cuenta que yo debí haber vivido en una burbuja, porque todos lo hacían”.

Sin embargo, Velis-Meza aún se resiste en utilizar en su habitual hablar aquellas palabras que decoran y escandalizan el vocablo nacional, como uno de los pocos soldados de las letras que se mantienen al pie del cañón con sus inseparables diccionarios (de definiciones y de sinónimos y antónimos) en cada mano.

Famosas son sus Cartas al Director que El Mercurio ha publicado, en las que relata con decoro, aunque no por eso con menos indignación, momentos tan molestos, como el ir a buscar sus cartas a su casilla de Correos y encontrarse con la sorpresa de que la habían cambiado de lugar.

“Mi educación y timidez no me permitieron desahogarme con un par de garabatos, pero juro que lo pensé. No entiendo. Cómo una empresa cuyo objetivo esencial es precisamente encontrar gente para entregarle algo tan delicado como la correspondencia, no les avisó a sus estimados clientes (...) He llegado a pensar algo perverso: que nos enviaron el aviso a la casilla. (...) Sólo pido que me devuelvan con dignidad y consideración mi casilla. ¿Es mucho pedir?”, escribió el profesor.

-¿Le solucionaron su problema?
“En Correos de Chile me contestaron: ‘al margen de que usted tenía toda razón y que lamentamos haberle hecho pasar este mal rato, nos hemos reído toda la mañana. Si todos los que reclaman fueran como usted, aquí se solucionarían todos los problemas’. Ahí descubrí que cada vez que a mí me baja la furia, tengo que pensar que hay otras maneras de conseguir las cosas”.

-¿Somos más garabateros porque no sabemos expresar nuestra rabia con buenas palabras?
“Ese es el problema. Si yo quisiera, podría hacer sentir mal a una persona sin decir ningún garabato. Antes lo habré hecho, pero ahora me arrepiento. El problema que tenemos nosotros con el lenguaje es que agredimos, a veces, sin darnos cuenta de lo que estamos haciendo, precisamente, porque la gente desconoce el verdadero significado de las palabras. Siempre les pregunto, de la mejor manera, a los que trabajan en la televisión ¿por qué le dices a la gente, ‘mira, aquí viene con su pachorra’? Y me dicen que es porque ‘aquí viene con su desplante’. Pero la palabra ‘pachorra’ significa flojo. Ahí empieza el problema, cuando tú, sin querer ofendes a una persona, lo haces porque usaste la palabra que no correspondía”.

-¿Los periodistas no estamos haciendo muchos aportes, en ese sentido?
“A mí me preocupa algo y lo diré muy egoístamente. Yo hago clases de redacción y les enseño a hablar a los alumnos. Y en esas oportunidades, la defensa que siempre tienen conmigo es que El Mercurio, que La Tercera o que La Nación lo escribieron así y que cómo se van a equivocar. Pero se equivocan. Se equivocan los diarios, el Presidente cuando dice ‘lóngevo’. Yo no ando por la vida corrigiendo al resto, salvo a mis alumnos. Tengo que enseñarle, y me pagan por eso, además.
“Alguien me alegó mucho por ahí, porque le dije que no se decía ‘repitente’, sino ‘repitiente’”.

-¿Qué pasa con “setiembre” y “sétimo” por “septiembre” y “séptimo”? A algunos les molesta.
“Se pueden decir de las dos maneras. Son de esas palabras que tienen doble escritura y pronunciación. Como pasa con ‘murciégalo’ o ‘en denantes’, que la Real Academia acepta, aunque en alguna parte digan que es un lenguaje vulgar. Lo que pasa es que país al que fueres, haréis lo que viereis.
“Tenemos que tener conciencia que hablamos mal. Para que nosotros pudiéramos hablar con relativa fluidez y tener un lenguaje variado, amplio, rico, con matices, un profesor francés que vino acá digo que necesitamos al menos 6 mil palabras”.

-Pero has dicho que ocupamos 800.
“Para que veas. Y si quisieras entender un libro, sin problemas, deberías llegar a 23 mil palabras. Por eso es que existen esos informes que dicen que el 80% de los chilenos no entienden lo que leen, ni siquiera las instrucciones que vienen en el sobre de la sopa. Aunque, a veces, yo les encuentro razón, porque están tan mal escritas, que hay que leerlas como tres veces.
“Por un lado, hablamos mal, por otro lado, escribimos mal”.

-Las redes sociales, Facebook, Twitter, contribuyen a “contagiar” las faltas de ortografía, a aflojar la buena escritura?
“Contribuyen a que hablemos peor, indudablemente. Las redes sociales podrían cumplir un rol notable en el enriquecimiento de las personas, pero me espanta ver que las están ocupando para nada. ¿Para qué inventar todo esto? ¿Para decir que hoy me levanté con sueño? ¡Qué me importa que me digan en el Twitter que se levantaron con hambre y que tienen la boca seca! ¡Me da lo mismo, tiene cero importancia!”.

-¿Estás en contra de estos espacios de internet?
“Yo no estoy en contra de nada. De hecho, tengo Facebook y cerca del 90% de mis amigos son mis alumnos y ex alumnos. Yo mantengo una relación ahí que me enriquece, me mantengo al tanto de ellos y ellos saben que pueden contar conmigo, porque me escriben y me preguntan cosas. El Twitter, para mí, es un misterio. Tengo 4 mil 500 seguidores y aún no entiendo por qué. Podrían decir que soy un viudo del pasado, pero no volvería al pasado ni por equivocación. Me muero sin computador, y voy a decir algo mucho más prosaico. Cuando yo era chico, en la parcela que teníamos en el campo había un baño de cajón; era un hoyo con el cajón arriba. ¿Crees que yo volvería a entrar a un lugar de esos? ¡Por ningún motivo!”.

-¿Hay reglas protocolares en las redes sociales?
“Lo que pasa es que el Instituto Cervantes, en uno de sus libros toma el tema de las nuevas tecnologías. Ellos aceptan que existen, pero dicen que eso no autoriza a que cometas faltas de ortografía”.

Velis-Meza enseña su correo en el Outlook, criticando aquellos mails que tienen por asunto alguna frase escrita completamente en mayúsculas, “porque significa que te están gritando”. Pero son los spam los que, como dice, lo tienen trastornado. Son “mugre, basura (...) Los del Viagra ya me tienen atorado. ¿Habrán averiguado mi edad?”, dice, antes de proseguir con su respuesta:

“No sé si será un problema generacional, pero aún sigo escribiendo los e-mail como si fueran una carta. Trato de mantener las formas; saludar y despedirme. Pero cada día veo que esos ritos de buena educación ya no existen”.

-En pleno año del Bicentenario, ¿cuánto se han deteriorado las buenas costumbres y el buen lenguaje entre los chilenos?
“Por un lado, la relación interpersonal, no sé si es más fría, pero es menos cordial, definitivamente. Pero yo veo a la gente joven que no se sienten mal tratándose así entre ellos. Lo que sí, ellos no saben que cuando abandonan la universidad y entran a este otro mundo, las cosas cambian. Y en las empresas me doy cuenta. A esa persona que se olvida de las formas, de las gentilezas, a veces los miro, y les calculo el tiempo que van a durar, y no es mucho. Al final son los primeros que se van”.

-¿Cuál es el garabato más insultante?
“Siempre he creído que todas aquellas ofensas que incluyen a la madre son las peores. El ‘conchesumadre’, o el ‘hijo de puta’, por ejemplo. Ésas serían las peores porque ofenden lo que para el ser humano es lo más sagrado, lo más querido, que es la madre. Pero también creo que más ofensivo que decirle a alguien que es un huevón, es decirle que es un tarado. Tiene una carga ofensiva muy fuerte, porque ahí no hay vuelta que darle a la definición, no hay escapatoria”.

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