Se le considera uno de los mejores músicos actuales de Chile.
Manuel García rescata la vieja herencia del cantante que va con su guitarra al hombro, retomando la sencillez de la vida, más uno que otro tema de peso social. Si parece ser un oasis entre el reggaeton y el pop nacional.
De presencia, algunos lo comparan con Víctor Jara -en su versión del nuevo milenio, más chascón, tal vez, y de patillas canosas- y a Silvio Rodríguez, si se trata de su dulce voz, apenas acompañada por el rasgueo de las cuerdas.
Ya con un tercer disco en la mano (“S/T”, “Sin Título”), este ariqueño, ex vocalista del grupo “Mecánica popular” y ganador del “Premio a la Música Nacional Presidenta de la República 2008”, se ha paseado por España presentando la obra “Exile”, en la que musicalizó algunos versos de Neruda, y siendo un rostro habitual en los homenajes al autor de “Te recuerdo, Amanda”, tanto en el extranjero como en Chile.
De hecho, estaba en Barcelona para el 27-F y fue uno de esos chilenos que tuvo que hacer guardia en las agencias de viaje para poder obtener un cupo para regresar a su hogar. Cuatro días después ya estaba en Santiago, grabando su último trabajo.
Ya han pasado 16 años desde que García dejó su querido desierto, el que era una especie de patio trasero para este futuro músico que vivió su infancia en el cerro Santa Cruz, entre casas de cholguán. Cuenta que para arrancar del sonido de “Sábados Gigantes”, que se escapaba desde las delgadas tablas de los vecinos, salía como un Principito -equipado de un termo con café y un sándwich- a buscar un espacio en el infinito paisaje nortino, un entorno perfecto para la creación.
Acompañado de toda esta aura mística y de delicado romanticismo, uno menos rococó, este hombre de 40 años -casado, tres hijos- sabe, con humildad, que con la encantadora poesía que contiene la trova se puede conquistar más de un corazón.
“He visto el caso de muchachas que se enamoran platónicamente de sus artistas, a veces mucho más viejos que ellas, eso pasa. Yo no lo percibo, pero me doy cuenta que pasa también por esa imagen que se muestra (de mí) en los discos. Aunque cualquiera que me conociera de cerca, se daría cuenta que soy una persona muy difícil también. Es que yo busco mucho la dulzura en los discos, la paz y la tranquilidad. A través de las canciones, genero esos espacios para mí, precisamente porque los tengo poco, o porque a veces no los tengo”.
-Hablas de amores platónicos. Parece que la trova es un arma infalible para conquistar.
“Hace unos años atrás comentaba (Joan Manuel) Serrat que él había comenzado a hacer canciones, precisamente, para conquistar a las muchachas. Y muchas veces en mis historias de amor, cuando no hallaba cómo decir en palabras diferentes las cosas, o cuando se me hacía poco una carta y era muy tímido, ocupaba las canciones para decirle a una enamorada lo que sentía y desde ahí que la canción ya venía enamorada de un ser al que, algunas veces, nunca le dije las cosas de frente. Por tanto hay unas lucecitas que constantemente tienden a brillar en función de quien quiere estar o está enamorado. Además, mi música tiene un reflejo de lo femenino importante; no sólo por lo que yo veo en la mujer en el exterior, sino también en el interior mío. Valoro aquella forma femenina de hacer y decir, de escritores como Pedro Lemebel, por ejemplo. Me interesa muchísimo esa delicadeza con la que aborda el mundo y ese ojo crítico que tiene”.
-¿Qué tan distinta es tu música de otro llamado trovador, como Ricardo Arjona? A él también parecen funcionarle sus canciones con las mujeres.
“Es muy distinta. Creo que Arjona se promueve como el galán de galanes en sus canciones, y yo, en las mías, soy bastante anti heroico en ese sentido; hablo de que el amor también te hiere, también falta, de la búsqueda existencial a través de la relación de pareja, hay una complementación y una admiración por el género femenino. Y para mi gusto, Arjona raya mucho en la vulgaridad de las relaciones; que el colchón, que el escolte le llegaba justo a la gloria, cosas así son versos que no vamos a encontrar en mis canciones, jamás. A una mujer hay que hablarle desde una altura mucho más hermosa o, en última instancia, mucho más aguerrida y sin aquellas metáforas que al final se quedan a medio camino. O vamos de poetas o vamos de borrachos, pero de algo vamos, y que esté a la altura de la circunstancia”.
-¿Y sacando ese lado femenino que todo hombre tiene?
“Exacto, y no esa delicadeza que quiere sacar a las mujeres del mundo y ponerlas en una cajita de cristal. Puede ser la delicadeza con la que se habla de la furia de un volcán. Pero, por mi parte, no sé por dónde ir con el galanteo directo. Además, el primer fenómeno de muchachas gritando por algún artista fue con los Beatles y eran rockanroleros, no trovadores. Lo que pasa es que se ha confundido mucho la trova con la venta indiscriminada del amor idealizado, como una mercancía. No sé tampoco si yo me sentiría trovador, es un concepto que tiene varios arquetipos, el galán enamorado. Yo no me arrimo mucho a eso, prefiero ronckanrolero o folklorista de frentón, no sé, o algún camino nuevo de la música".
-Isidoro Loi dice que el objetivo final de todo hombre y sus esfuerzos por ser alguien en la vida es conseguir a más mujeres para así elegir a la mejor. ¿Es tu caso? ¿Usas la música para eso?
“Yo era pajarón siendo universitario; cantaba en los actos a los que me invitaban y me iba para la casa. Nunca pensé que la guitarra pudiera ser una forma de conquistar muchachas. Tampoco me gustaba hacerlo. Una vez estuve en la escalera de una muchacha que se llamaba Marisol, ya hace muchos años atrás. Creo que debo haber tenido 13 ó 14 años, y trataba con alguna canción de decirle que la quería, porque no me atrevía de otra forma. Creo que con el tiempo, y en esta búsqueda de uno mismo a través de la canción, encontré una voz que es la que me acompaña en mi vida permanentemente, que es la mujer de los sueños de las canciones”.
-¿Encontraste esa mujer perfecta o es solo una imagen que te acompaña?
“Sí, la encontré. Está conmigo”.
Al dejar su ciudad natal, Manuel también interrumpió su camino como profesor de Historia y Geografía. A los 24 años alcanzó a hacer su práctica en un liceo, donde, obviamente, terminó siendo ese profe buena onda, uno que toca la guitarra y al que los alumnos llamaban por su nombre de pila.
Hoy, dice que sigue revisando la historia, a través de libros como uno que lo entretiene en la actualidad, que enseña los movimientos sociales de Latinoamérica. Su lectura la complementa con sus constantes revisiones a textos de Edgar Allan Poe, Atahualpa Yupanqui y la Biblia.
-¿Hay algo en ti que pueda considerarse superficial?
“Claro. De pronto me puedo meter por antojo a un Burger King o a un McDonald’s. En Europa lo hice, porque llegó un minuto en que me cansé de la comida catalana, que era exquisita, y se me antojaron papas fritas de Burger. Cuando ya estoy con la cabeza que me da vueltas por la tensión del día, siempre prendo la tele y miro lo primero que pasan, mientras más fome, mejor. Me gusta estar sólo alumbrado por la luz de la tele, así como Bob Esponja, o Patricio Estrella. Creo que hay miles de cosas, no sé qué más... Me arreglo el pelo constantemente, me miro al espejo y me arreglo unos rulos que se me disparan. Y algo que podría ser considerado banal, pero yo no puedo dejar de hacerlo porque es una costumbre, es lustrarme los zapatos. Me interesa que estén lustrados, porque durante mucho tiempo usé zapatos rotos y sucios, pero cuando estaba en el colegio e iba a recitales -que eran mis primeras experiencias en el escenario- era súper importante lustrarse los zapatos. Ahora me los lustro y hacer eso, antes de cantar, me concentra. Hasta el betún me trae una atmósfera diferente. Y así, varias cosas. Parece que puedo llegar a ser más banal de lo que todos creen”.
-¿Es cierto que viviste arriba de una oficina del “Cabro Carrera”?
“Él arrendaba su oficina abajo y yo les puse a la gente que iba para allá, sin saber nada, ‘la mafia’, porque entraban con diarios, llegaba él con un auto del mismo color del traje... Tengo buenos recuerdos del Cabro Carrera. Él tuvo muy buena voluntad y nunca se quejó porque -con la banda que tenía en ese tiempo, Coré- le zapateábamos la cabeza cuando ensayábamos, y cuando la gente del edificio alegó, él dijo:
‘Hay que darle una oportunidad a los muchachos’, así como El Padrino. Así que ahí nos quedamos y pudimos ensayar durante mucho tiempo, incluyendo el tema ‘Tu ventana’ que lo escribí ahí”.
| Historial |
Para ver entrevistas anteriores, linkea Vicio privado, arriba de esta página.
|
-¿Por qué sigues en Santiago? ¿No extrañas el desierto?
“Sí, eso nunca ha sido fácil, haber dejado ese espacio geográfico con el que tengo una especie de diálogo interno. Pero yo me he ido haciendo muy santiaguino con el tiempo. También aluciné cuando llegué acá y encontré una vieja sastrería y al lado un restaurante muy moderno y al otro lado, el personaje callejero que vende, el que se sube a la micro, la energía de todos los días, la gente luchando en las calles, las posibilidades de los conciertos, de la música, de las pinturas en los museos, de tener más cerca el epicentro de la historia chilena, desde que se entrecruzó con la sangre española... Yo ya traía toda la historia indígena y precolombina desde el norte, con mucha fuerza”.
-¿Qué viste en la capital?
“Empecé a descubrir en esta ciudad una energía que finalmente ha sido como mi madre adoptiva, una ciudad que al principio no era mía y que ahora no sabría cómo vivir en otro lugar.
“Aquí es donde hice esa historia del muchacho humilde de provincia que se va a la gran capital y finalmente hizo su música y la gente lo escuchó. Esa historia romántica está acá”.
-El sueño americano de Chile.
“Claro, medio Carmela-Carmela. En ese sentido, le tengo cariño a esta ciudad por eso”.
-Por otro lado, hay personas que odian la capital, que le dicen “Santiasco” y lo único que quieren es irse de aquí. ¿Hay que venir de afuera para apreciarla?
“Yo disfruto descubrir Santiago; finalmente es dentro de sí misma una provincia más; tiene ritos, formas, códigos, miles de expresiones sociales que sólo existen aquí. Las personas ya saben las fechas en que tienen que ir sacando los paraguas, cuándo van a regresar las personas de la playa, hay periodos biológicos que tienen que ver con la vida y que están llenos de ritos sociales; una danza permanente que da cuenta de que Santiago tiene sus códigos y sus propias formas de existir”.
-¿Un poco estresadas, tal vez, por la falta de tiempo?
“Estoy convencidísimo que el tiempo se da con la mente. La gente se anula en el metro, se prende cuando llega a su casa. No sé cómo las madres llegan, le leen un cuento al hijo y al otro día los mandan al colegio, los peinan, todo. Tal vez combinan la canción que escucharon en el metro, con el sueño que tuvieron en la noche, la sonrisa que les dieron sus hijos, y así se van dando un espacio para la familia, de a pedacitos, que es una vía, sino, no habría posibilidad de resistir.
“Creo que la vida se va defendiendo a sí misma, casi como un impulso biológico, y que debe haber unos tiempos mentales que uno desconoce y que son parte de un Santiago que puede ser muy misterioso, pero que también se revela con fuerza, como pasa con estos cuentos en 100 palabras que a veces aparecen en el metro, cuentos fantásticos donde aparecen estas flores de resistencia”.
-¿Cuál es tu vicio privado?
“Hay unos que me dan vergüenza, son muy privados, pero... Podría ser ver películas malas. Me gusta, y de muchas no me sé ni el título de puro malas que son, pero hay unas de Buck Rogers que cuando las encuentro por ahí, siempre las veo para divertirme de lo friki que son. En la tele, ahora estoy siguiendo “Xica da Silva”, no es película, pero es una novela que, bueno, tampoco me hace reflexionar”.