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La vida tras la muerte de la pareja

25 de Junio de 2010 | 12:54 |
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Mickey Martínez era el tipo de marido con que muchas mujeres sueñan. Le encantaba ir de compras a la tienda de abarrotes y lo hacía semanalmente en el supermercado de la localidad, se encargaba de las reparaciones del hogar, lavaba platos y siempre estaba listo con una escoba o aspiradora cuando hacía falta.

Pero tras su muerte, Alice, su esposa durante 37 años, terminó paralizada en el supermercado la primera vez que intentó hacer las compras. Seis meses después, cuando preparaba su tradicional cena de navidad para 12 invitados, lloró de frustración mientras intentaba cocinar, limpiar y arreglarse para los invitados estando sola, “¿Mickey, dónde estás cuando te necesito?”

Sin embargo, Mary Alice pronto aprendió a hacer las compras; los invitados ahora contribuyen con la cena anual, y trabajadores a sueldo llevan a cabo las reparaciones necesarias en su centenario hogar de Brooklyn. Además, sin un marido que le había dicho “ni una sola mascota más”, actualmente ella goza de la compañía de un perro y un gato.

Cada año, millones de estadounidenses — mujeres y hombres, heterosexuales y homosexuales, jóvenes y viejos — terminan repentinamente en el papel de viudos o viudas, obligados a aprender a enfrentar la situación por sí solos después de muchos años de compartir los deberes de la vida. Algunos cuentan con la ayuda de hijos adultos o amigos que viven en la cercanía, pero incluso ellos enfrentan a menudo tareas que sus difuntos cónyuges habían desempeñado.

Cuando me preguntan cómo me va desde la muerte de mi esposo en marzo, a menudo respondo que necesito un día de 48 horas. Es un desafío ser Richard y Jane y seguir haciendo mi trabajo, así como gozar de la vida. Aún no he sacado el balance de la chequera, hay pilas y pilas de papeleo sin procesar por todas partes, y, si no fuera por la ayuda de mis hijos, no tendría idea alguna de cómo manejar mis finanzas.

No obstante lo anterior, aún barro mi acera, y ya limpié dos grandes patios, tareas que siempre habíamos hecho juntos. Cuando llegó un hombre a reemplazar mi medidor de gas y encontró un hoyo que conducía a la chimenea y dijo que tendría que apagar mi horno, le dije: “No, no lo hará”. Corrí a la ferretería, compré una lata de yeso “instantáneo”, trepé al último peldaño de una escalera de mano y, a horcajadas entre ella y el mobiliario adyacente, esta mujer de 1.47 metros de estatura y 69 años tapó un hueco más bien grande cerca del techo, mientras el hombre del medidor esperaba y ni siquiera se ofreció para sostener la escalera.

Si bien algunos amigos me han dicho que los trabajos que no son urgentes pueden esperar, he acometido varias reparaciones que se necesitaban con urgencia. Usando una parte del dinero reservado para mis herederos, ya ordené nuevas ventanas y una puerta para reemplazar las viejas, agrietadas y con mal ajuste, amén que contraté trabajadores para que pinten y sellen los marcos de las ventanas y pinten verjas de hierro, así como reparen alacenas que no abren o cierran bien.

Hace poco conversé con un viudo que entendía mi compulsión por hacer cosas. Al ajustarse a la pérdida de un cónyuge, “es de ayuda ser una persona positiva y enfocada”, me dijo el viudo, Dr. Stephen A. Goodman, periodoncista de Scarsdale, Nueva York.

Cada logro genera poder. Lyn Hill, de Brooklyn, quien enviudó el año pasado luego de 37 años de matrimonio, sintió ese repunte de fuerza cuando encontró la manera de reparar su impresora descompuesta.

“Joyce solía hacer los cheques mensuales”, dijo Goodman. Pero cuando ella murió, él los puso todos en pago automático y aprendió a lavar la ropa y programar la máquina lavaplatos. Y yo he aprendido a colgar y doblar las sábanas de la cama que compartí durante 43 años con el hombre que siempre había ayudado. Cuando voy sola al cine, ahora les pido a desconocidos que me expliquen giros decisivos en tramas que me confunden.

Personas como Goodman, Martinez, Hill y (creo) yo tienen lo que expertos denominan “resiliencia psicológica”; esto es, la capacidad de aprovechar los golpes de la vida y seguir adelante, en vez de quedarse atascado en el dolor de la pérdida, sin consideración a cuán desafiante pudiera parecer en las primeras etapas.

El valor de mantenerse ocupado

Tras la muerte de Joyce, esposa de Goodman durante 44 años, él reconoció el valor de mantenerse ocupado e ir en pos de sus muchos intereses: fotografía, teatro, conciertos, museos y galerías de arte. De manera similar, cena con regularidad con un grupo de interesantes hombres que se hacen llamar Romeos, acrónimo en inglés de hombres mayores y jubilados que salen a cenar.

Por supuesto, es de ayuda tener dinero y tiempo para ir en pos de esas actividades, al igual que darse cuenta de que los placeres de la vida no deberían terminar con la muerte de la pareja. Sin embargo, cuando un cónyuge queda solo para criar a niños pequeños o es obligado a encontrar un nuevo o mejor empleo para lograr darse abasto, el desafío del ajuste se vuelve mucho mayor.

Las viudas superan al número de viudos por casi cinco a uno — aproximadamente la mitad de todos los matrimonios terminan con la muerte del marido — pero la tasa de nuevos matrimonios entre viudos es ocho veces mayor. Y si bien la administración financiera suele ser más difícil para las viudas, la viudez suele ser más nociva para la salud de los hombres. Un hombre que por razones familiares desea permanecer en el anonimato me dijo que un mes después de la muerte de quien había sido su esposa durante 42 años, le empezó a faltar el aliento y necesitó un desvío coronario triple, un reemplazo de la válvula aórtica y reparación de la válvula mitral.

Emocional giro decisivo

Por supuesto, lo más desafiante de todo, cuando menos al comienzo, es el ajuste emocional. Como presentó de manera elocuente Joan Didion en su libro, “The Year of Magical Thinking” (El año del pensamiento mágico), por la editorial Knopf, 2005, resulta particularmente difícil adaptarse a la muerte de un cónyuge cuando ambas vidas estaban estrechamente entrelazadas, tanto profesional como socialmente. No hay mundo propio por disfrutar, sólo constantes recordatorios de la ausencia del otro.

Cuando John Goodman conoció a su socio Michael Shernoff, ambos eran viudos en Nueva York y ambos habían perdido a su pareja ante el SIDA. “Fue una relación particularmente rica y bienvenida”, dijo John Goodman. “Y se volvió toda mi vida. Tuvimos siete maravillosos años juntos. Después, Michael desarrolló cáncer pancreático y, a su muerte, mi mundo se vino abajo”.

John Goodman, en esa época de 55 años, pasó el primer año sin Michael “reviviendo cada marca en el calendario”. Después, llegó a un punto decisivo en lo emocional y salió en un viaje al extranjero, a los mismos lugares que él y Michael habían viajado por última vez juntos. Cuando regresó a casa, dijo, “el velo de bruma se había corrido”.

Barbara Cowell, de Nueva York, también quedó viuda dos veces. Su primer marido murió tras 20 años de matrimonio, cuando ella tenía 42, dejándola sola para criar a sus dos hijos adolescentes, al tiempo que trabajaba a tiempo completo. Su segundo marido murió después de 18 años de matrimonio, y, dijo, “su muerte trajo de nuevo mucha de la pena que debería haber vivido cuando murió mi primer marido”.

Una inquietud común entre viudas y viudos, así como entre quienes nunca contrajeron matrimonio, es quién cuidará de ellos si enferman o terminan débiles. Relativamente pocos estadounidense tienen seguro de cuidado en el largo plazo o la capacidad o deseo de mudarse con hijos adultos o vivir en una casa de reposo; nada de lo cual es un substituto adecuado de una afectuosa pareja.

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