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Felipe Armas: Las confesiones del bien y el mal

El actor, quien hoy interpreta a “Don Diablo”, cuenta que una vez soñó que moriría a los 76 años. Asegura que se debate entre la existencia del cielo y el infierno, así que se aferra a la vida con aquello que sabe que es real: los afectos.

06 de Octubre de 2010 | 08:35 | Por Ángela Tapia F., Emol
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Héctor Aravena, El Mercurio.
“A veces veo cosas”, dice Felipe Armas Duch. Casi como la declaración del niño de “Sexto sentido”, este actor confiesa que desde chico ha tenido cierto don para anteponerse al presente y conocer más cosas de una persona con sólo hablar un par de palabras con ella.

Él siempre será recordado como Pierre La Font, el carismático chef del telenovelesco restaurante “Marrón Glacé”. Desde entonces participó en otras producciones dramáticas y programas, se acercó a la política postulando a concejal por Concón y hoy es asesor cultural del intendente Raúl Celis Montt. E incluso, logró superar una pancreatitis aguda que en octubre de 2008 lo tuvo al borde de la muerte.

Hoy está vivito y coleando, y ha regresado a las pantallas, interpretando a nada menos que Lucifer, llamado humanamente “Luciano Fernández”, en la serie de Yingo, “Don Diablo”.

Pero este demonio no es para nada malo. Más que nada es un gozador de la vida. “En este caso, el diablo dice que le han hecho publicidad engañosa. Él es un vividor, en un principio irresponsable, y bajo ese punto de vista, claro que es malo. Hay gente egoístamente vividora y que no le importa los demás y se preocupa de sí misma; tiene el ego muy alto y solamente quiere poder. Son personas de mala calidad humana. Creo que la bondad está en pensar en el otro, en el que quieres, y anteponerlo antes que a ti. Este diablo es incapaz de eso, pero cuando viene a la tierra y empieza a conocer a estos muchachos y el amor que se tienen, empieza a entender que el ser humano ha sufrido durante años por amor”, nos cuenta el actor, quien el mismo día de la entrevista cumplió 53 años.

-¿Cómo lo vas a celebrar?
“Es que no celebro el cumpleaños”.

-¡Pero cómo!
“Yo vivo en Reñaca y cuando venimos a Santiago, con mi señora, nos quedamos en la casa de su abuela. Allá me hicieron un pastel con una vela que decía 53, pero yo las cambié a 35 y las soplé. Pero de verdad que yo nunca he celebrado mis cumpleaños, siempre lo hace mi señora. Si es por mí, ojalá que nadie se acordara”.

-¿Tanto así?
“Es que mi mamá murió cuando yo tenía 16 años, y mi papá, que era militar del gobierno de Ibáñez, no era un hombre de abrazos. Me quería mucho, pero me acuerdo que entraba a la pieza, golpeaba el escritorio y decía: ‘Felipe, hoy es el día de su cumpleaños. Ahí tiene dinero para que lo pase bien’. Y yo, medio despierto, le daba las gracias. Y nada más, no había más conversaciones. Tampoco estaba acostumbrado a los árboles de Navidad. Mi señora los arma”.

-¿Cómo gozas tu vida?
“A uno siempre le gustaría decir cosas más glamorosas, pero yo soy un tipo que tiene un mundo interior bastante fuerte, así que me gusta mucho leer. No tengo una gran biblioteca, no estoy en 1850 ni soy un terrateniente. Leo a través de internet. Otras cosas que me apasionan son la geografía, la historia, la astronomía y la arqueología, el manejo del tiempo, el cine. Esas son mis pasiones. También me gusta navegar en barcos cargueros o cruceros. Soy miembro de la Sociedad Histórica Titanic desde hace 30 años. Hasta tengo el Titanic en mi casa, dentro de una vitrina y con gente caminando en la cubierta. Sufrió algunos inconvenientes con el terremoto. Se cayó una chimenea, extrañamente, la número uno, que es la que cayó en el naufragio”.

-Pero tu esposa dijo que eres “porfiado como una mula”, que nunca ibas al doctor, que eras trabajólico y comías a deshora y que por eso te dio pancreatitis aguda. No parece la descripción de un gozador.
“Eso me tuvo muy grave. Aprovecho de mandarle un saludo a mi querido doctor Jaime Poniachik Teller, que salvó mi vida, aunque yo creo que la vida de uno se salva solita y porque Dios es grande. Yo estuve a punto de morir, pero si me preguntan si sentí que me podía morir, nunca me pasó, nunca tuve miedo por ese instinto que tengo yo. Lo único que sí me pasó es que traté de quedarme despierto toda la noche, por si acaso. Sabía que si me dormía podía pasar al otro lado y tocar el arpa y todo eso.
“Es cierto que nunca voy al médico, pero así gozo mi vida, porque no gasto plata en tonteras. Nunca he tomado trago, pero el médico, además, me lo prohibió porque pensó que yo tenía pancreatitis porque era alcohólico”.

-¿Y qué hay con eso de ser obsesivo y trabajólico?
“Ya, ese es el único problema que no me hace feliz en mi vida. Ser trabajólico no es ningún don ni cualidad como pueden pensar algunas personas. Yo soy una mezcla entre un tipo que trabaja harto y un perfeccionista”.

-¿No cambiaste ni cuando casi te mueres?
“Ese episodio no cambió tanto mi vida. Siempre he pensado que lo más importante son los afectos, los amores. Nosotros somos privilegiados, tenemos ojos, olfato, vista, tacto. Hay gente que le falta algún sentido y aún así son felices. Nosotros lo podemos tener todo y no lo somos, por lo tanto es paradojal. Hay gente que tiene todo para ser feliz; tiene belleza, dinero -que no da la felicidad, pero, como decía  un profesor de economía mío, ‘da una sensación parecida’-. Lo tienen todo y no son felices. ¿Por qué? Yo lo descubrí”.

-¿Por qué?
“Porque así como hay gente alta, rubia, chinos, negros, de ojos azules, flacos, hay gente que es capaz de ser feliz y gente que no. Es algo totalmente genético. El gallo viene amargado de chico. Otra cosa: hay gente que no tiene capacidad de amar a nadie y otra que es capaz de amar a todos”.

-¿De qué tipo eres tú?
“Yo me encuentro al medio. Soy capaz de amar ni mucho ni poco, soy muy selectivo. Pero cada vez en el mundo, la gente es menos capaz de sacrificio por el otro. A la primera de vuelta nos separamos y tenemos que ver las platas, a la primera, me voy porque mi trabajo me conviene más”.

Felipe asegura que comenzó a ser feliz a partir de los 38 años, que fue a esa edad cuando -tras un profundo sufrimiento por un amor obsesivo- se dijo a sí mismo que ya había vivido la mitad de su vida.

“Treinta y ocho más treinta y ocho dan 76, cosa que coincide con el hecho de que cuando yo era chico soñé que me estaba muriendo en un hospital y me miraba las manos y eran viejas. Después miraba el calendario y decía ‘marzo 2034’. Nunca me voy a olvidar”.

-Qué miedo eso. Además, con lo de tu don...
“Estoy preparadísimo para esa fecha. Tendré 76 años”.

-¿Cómo aprovecharás el tiempo que te queda?
“Pienso que voy a vivir más de los 76 años, pero ya no fui el hombre más importante del mundo ni el tipo al que le fue mejor en Hollywood. No aparecí en la revista Forbes, ni me interesó nunca. Ahora, voy a aprovechar mi vida tratando de pasarlo lo mejor posible, pero eso, para mí, no es pasar enfiestado, significa hacer todas las cosas que yo quiera, dentro de mis posibilidades. Hay una cosa que me está interesando mucho, que es la parasicología, otra va a ser navegar mucho, viajar mucho...”.

-Suenas muy sano. ¿Dónde está el diablito que todos llevamos dentro?
“Tengo miles de pecados y defectos, pero hay algo en especial... No sé perdonar, soy muy orgulloso. Más que eso, soy cruel con el perdón”.

-¿Te haces de rogar?
“Claro. Ponte tú, si alguien que yo quiero me hace una jugada que considero que está totalmente en contra de lo que esa persona dice sentir por mí, yo siento que se quiebra la amistad y el amor. Esas cosas son para mí como un cristal fino, y cuando se quiebran es imposible arreglarlas, tienes que hacerlas de nuevo, nacer de nuevo. Acepto todo, menos la deslealtad, por eso es tan difícil para mí el perdón. Probablemente, sería mucho más feliz si perdonara. Lo más terrible de todo esto es que me enorgullece ser así. Ése es el peor pecado”.

-¿Crees en el cielo y en el infierno?
“Me divido en dos áreas. Yo pertenezco a una familia, por un lado, los Duch que son absolutamente creyentes y por otro, la familia de mi padre, quien decía: ‘Dios existe, pero no creo que sepa que nosotros existimos’. Y como yo admiraba mucho la inteligencia de este hombre y la fragilidad y la creencia de mi madre, estoy siempre balanceándome”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“Hay uno, yo me demoro mucho en el baño en la mañana, demasiado, más que mi señora. Otro vicio es que siempre estoy sintiendo que estoy gordo. Pero lo que me envicia realmente es ver películas hasta las 3 de la mañana. Me gustan las de terror de los años 40, 50 y 60. Lo hago con audífonos para no molestar a mi señora. Ese es realmente un vicio que me encanta, porque puedo ver la misma película diez veces. Me sé hasta los diálogos”.
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