Es fin de año y a pesar de todas las celebraciones que se disfrutan, desde los actos de fin de año del colegio de los hijos, las cenas y reuniones familiares, los regalos de Navidad y los brindis de Año Nuevo, hay un gran número de gente que ve sus nervios colapsar entre tanta fiesta.
El doctor José Bitran, director del instituto Neuropsiquiátrico de Chile, es especialista en ánimo y desde ahí comprende que la sociedad chilena es especial en ciertos aspectos y que por ende, estos momentos que debieran ser de total jolgorio, puede significar un peso más para algunas personas.
Su especialidad la tomó dado que no menos del 80% de las personas que consultan con un especialista se encuentran con algún trastorno del ánimo, y como en Chile se banaliza tal condición, son muchos los que sufren de depresión o bipolaridad que lamentablemente son mal diagnosticados o, simplemente, no piden ayuda.
“La forma de discriminación más grave de este tiempo es la frivolización de lo que es sufrir una enfermedad mental. Es decir, alguien que sufre un trastorno de pánico puede ser visto entre sus pares como alguien que sencillamente es un histérico y exagera. Lo mismo con una depresión. Pueden decir que no pone de su voluntad, sin entender que es una enfermedad que compromete de forma muy feroz su voluntad”, comenta el especialista, dejando en claro que tales males puede a su vez asociarse a otras patologías como infartos y hasta cáncer.
-Parece que la ciudad está hecha para gatillar esos episodios.
“No hay ninguna duda que las urbes, sobre todo de países emergentes y frenéticamente peleando para llegar al desarrollo, someten a su población a una serie de estresores ambientales. Una urbanidad que disminuye los espacios en que el individuo puede bajar revoluciones y contactarse con aspectos protectores de la salud mental, con la interacción entre los ciudadanos, con una vida familiar con más tiempo, está siendo tóxica. A menudo hay exigencias laborales que llevan al individuo a estar ocupado con trabajo los fines de semana, tratando de adelantar y competir, muchas veces con desfases entre la exigencia y la capacitación simultánea, y se sobrepasa al individuo en su capacidad, sometiéndolo a estrés”.
-En esta época, particularmente, ¿por qué las fiestas de fin de año, cuando son eventos que unen a la familia y seres queridos, parecen ser para algunos una época de máximo estrés?
“En alguna medida se parece al tema de la primavera, de cómo esa estación pone a las personas tristes. Lo que sucede es que muchos están enfermos o a punto de enfermar y cuando llega un período en que simbólicamente todo es alegría, el contraste con su estado real es mucho mayor. Es como decir ‘abracémonos porque es Año Nuevo’, pero si estoy deprimido parece casi doloroso”.
-¿Pero es sólo por algún problema de ánimo?
“La sociedad chilena adolece de algunos problemas, algunos de ellos de hipocresía por mantener las apariencias, y hay mucha gente que aún no es capaz de vivir según su realidad; tiene que hacer regalos para los cuales no está preparada o comprarse un auto al que no le puede pagar ni la bencina. En ese sentido, las fiestas de fin de año representan para mucha gente un estresor adicional económico. Pasa lo mismo con las vacaciones, de tomar unas en las que no estás en condiciones de pagar. Esto no hace más que aumentar el desafío de llegar a fin de año sin un tremendo hoyo financiero”.
-¿Qué recomienda?
“Sincerar las vidas, asumir y vivir acorde a quienes somos, a lo que podemos y tenemos y avanzar en el proceso de entender que el valor de las personas no pasa necesariamente por lo que pueden mostrar, sino que recuperar el regocijo y la satisfacción que provocan los logros den la vida; sincerarse con los proyectos personales y no seguir bailando cuecas ajenas”.
-En ese sentido, las vacaciones también parecen ser un factor de estrés.
“Hay que agregar un grupo que puede pasarla mal, que son las dueñas de casa que se van de vacaciones con los hijos mientras los esposos, siguiendo el formato antiguo, se quedan trabajando o vinculados a su lugar de trabajo, y ellas se van con sus hijos y con los amigos de sus hijos y se llevan un batallón que hay que alimentar y cuidar. Al terminar las vacaciones están como un estropajo y empieza el colegio”.
-¿Cuánto tiempo es recomendado tomarse vacaciones?
“Tres semanas es lo que dan la mayoría de los trabajos legalmente, pero se trabaja más de lo que deberían los seres humanos. Podríamos decir que mientras más, mejor. Parece ser que dos semanas es el mínimo, pero a la mayoría de las personas les cuesta desconectarse. Tres semanas es lo realista porque vivimos en este mundo, pero ojalá uno pudiera parar un mes entero”.
-¿Es posible llevar una vida sana, mentalmente hablando, hoy en día?
“Más que posible, es obligación intentar hacerlo; preguntarse de tanto en tanto cómo estoy viviendo, cómo mantengo mi equilibrio. Cuando no lo está pasando bien, preguntarse si no será que estoy exigiéndome más allá de lo que puedo. Ver cuánto tiempo se le dedica a la familia, al divertimento y el ejercicio. Eso sería una vida relativamente sana y previene el desarrollo de enfermedades mentales. Pero la gente se pregunta poco eso porque está metido en máquinas de las que no pueden escapar”.
-Los smartphones, ¿cuánto contribuyen a no escapar de la máquina?
“No sólo los smartphones, el teléfono celular también tiene esa carga de dejar la ventana abierta a la intimidad en el momento de calma. Uno ve conversaciones importantes interrumpidas porque alguien llamó para preguntar algo banal. Hemos dejado abierta la comunicación para cualquiera en cualquier momento. En el hemisferio norte, en otras culturas, a la hora de la comida, hay una máquina que contesta las llamadas. En nuestra sociedad eso es aún visto como rudo y antisocial, cuando lo que se está haciendo es contestar cuando yo puedo y no cuando el otro quiere. Son mecanismos de protección de los espacios privados que aún no están incorporados aquí. Sería recomendado en vacaciones no quedar aislados, pero sí revisar los mensajes una vez al día o los fines de semana”.
-¿Cuál es su vicio privado?
“Más que un vicio, es un deseo, una aspiración... La fotografía, quiero desarrollarla bien. Siempre he sido fanático, pero durante los últimos años me he preocupado de trabajarla con mayor convicción”.