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La crisis y redención de Iñigo Urrutia, tras sus años locos

El actor pasó de vivir sus años locos y de excesos a buscar la esencia de lo que lo hace feliz. Hoy, entregado al teatro chileno y a su trabajo en la web y la tv, continúa indagando en su alma, esperando encontrar tranquilidad. De momento, el camino ha sido exitoso.

23 de Septiembre de 2014 | 15:19 | Por Ángela Tapia Fariña, Emol.
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Sergio Alfonso López, El Mercurio
Cuesta creer que Iñigo Urrutia vaya a cumplir 39 años en un par de meses más. La misma cara de niñito bueno con la que se dio a conocer en televisión y, paralelamente teatro, hace 17 años atrás, parece intacta, al igual que sus ganas de seguir actuando.

Parece ser que es de esos actores que no se cansan, y por ende, no tiene problemas en trabajar en tv –en octubre comienza en TVN las grabaciones de una nueva teleserie-, en internet, con la web serie “Confirmar amistad” –sobre las relaciones en las redes sociales-, y en las tablas, de donde no ha pensado bajarse desde que empezó su carrera.

Este año en particular, su desempeño en teatro ha estado estrechamente ligado a obras clásicas chilenas, habiendo terminado hace poco el montaje de “Chañarcillo”, y participando en el sainete criollo “Entre gallos y medianoche” y en “La Remolienda”, la famosa obra de Alejandro Sieveking, que desde el 26 al 28 de septiembre se presentará en el Teatro Nescafé de las Artes.

“Ya es cuarto año que hacemos la obra. Ha sido increíble, y creo que se debe en parte al texto de Sieveking, pero también a que existe un espacio para el teatro chileno en el público. A la gente le gusta ver cosas con las que se identifique, que hablen de su pasado, de su idiosincrasia”, explica Urrutia, quien interpreta a Graciano, uno de los tres jóvenes hermanos que llegan del campo a la ciudad en plena época de los 60, y que terminan encontrando el amor en un prostíbulo.

“Las niñas se enamoran de ellos por la inocencia que traen. Imagínate que son cabros que en su vida han visto la luz eléctrica o un auto”.

-Hablas de un Chile inocente que pareciera que ya no existe…
“Yo creo que sí, existe la inocencia tanto como existe también la perversión, en cualquier ser humano y cualquier sociedad. El problema surge cuando el estrés, las cargas y la confusión de la vida en la ciudad, te hacen perder la vista de las cosas que de verdad son importantes, y te empiezas a preocupar de cosas que no necesitas. Es como si te metieran en una máquina de consumo de necesidades creadas.  Pero a veces ves gente que es más simple, en el campo por ejemplo, que, al menos a mí, me conmueve muchísimo. Y de alguna manera, aspiro a eso, a la simpleza”.

-¿Alguna vez entraste en esa máquina de consumo?
“Por supuesto que sí, de consumismo y pelotudeces que nunca me hicieron feliz. Porque claro, empiezas a tener plata en un minuto, y te mueves en un mundo de lujos… no sé. Yo personalmente estaba muy perdido en un momento. No sabía qué me hacía feliz”.

-¿Mucha frivolidad?
“He sido muy frívolo, mucho, pero me gusta jugar con eso. Jamás me he creído el cuento ni nada. Lo malo fue cuando la frivolidad se pasó a las relaciones, a los compromisos con los amigos, con la familia, con los vínculos… Yo era más chico y estaba más arriba de la pelota en ese sentido, mucha fiesta, leseo, trabajo… Con todos los excesos. Pero creo que pasó en el momento en que tenía que vivirlo”.

-¿Solo fue una etapa de tu vida?
“Obvio y bien, lo disfruté harto y cero culpa. Lo que pasó fue que llegó un punto en que sientes que ya estuvo bueno, que necesitas hacer otras cosas; además que ya no me daba el cuero para seguir con esa vida. El cuerpo es inteligente en ese sentido”.

-Cumplirás 39 en diciembre. ¿En qué etapa estás hoy en día?
“No sé, desde hace tiempo que vengo trabajando en mí.  Comencé una especie de viaje espiritual, tratando de encontrarme, y así me fui metiendo en cosas como el reiki, el yoga, la meditación… Y ha sido un buen camino en el que todavía ando”.

-¿Alguna crisis cercana a los 40?
“No, la única que he tenido en la vida fue a los 28. No sabía qué había hecho de mi vida ni si quería ser realmente actor, fue horrible. Pero a partir de los 30 me comencé a sentir muy bien y dejé atrás mucho dolor. Desde la adolescencia había sentido una crisis constante de búsqueda, de depresiones y mucha inseguridad. Pero a los 30, la cosa es distinta, estás más tranquillo y hasta satisfecho de tu vida, de lo que has hecho; dejas de compararte, de competir en tu trabajo”.

-Hablando de trabajo, por un lado estás con el teatro chileno que muestra esa inocencia de antaño y por otro, con la serie en internet, que habla de las relaciones online del siglo XXI. ¡Gran salto!
“Eso es lo bonito de este trabajo. Pasas de un contexto a otro… Lo entretenido de ver ahora el tema de las redes sociales es notar cómo hoy es lo más normal que hay. Antes, decir que conocías a alguien a través de internet era medio raro. Igual, yo no tengo Twitter ni Facebook, me agotaron”.

-¿Te pusiste adicto?
“¡No! Tenía un suplantador. A veces la gente se me acercaba contándome de una supuesta conversación que nunca tuvieron conmigo, porque hablaban con este falso yo. Un tiempo me molesté tanto que incluso fui a la PDI, porque no podía entender qué le pasaba a ese ser humano que se hacía pasar por mí. Después dije ‘ chao, que haga lo que quiera´; cerré mis cuentas y asumí que hay cosas que no puedo controlar”.

-¿Escribía cosas muy mala onda?
“No, puras pelotudeces... ‘Hoy amanecí triste’, cosas así. Se inventaba una vida de mí. Afuera hay gente muy loca, por eso te digo que las redes sociales dan para mucho”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“No sé qué puede ser. No tengo manías, ni colecciono cosas. No tengo ni cábalas. Lo que podría decir es que soy una persona solitaria que le tiene miedo a la soledad”.

 -¿Cómo manejas esa contradicción?
“No sé. Me angustia a veces eso, pero en realidad es para hablarlo con un sicólogo más que en una entrevista. Respeto mucho mi espacio, aunque no me gusta mucho estar solo. Tener dos gatos y un perro me ayudó bastante en su minuto, pero ya parecía la vieja de los gatos, hablando con ellos todo el día. Siempre hace bien la compañía humana, una conversación o solo saber que alguien está presente ahí”.
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